Luego de muchas charlas y cansarme de las mismas, llegó a mí un libro. Una recopilación de textos anarquistas “El amor libre: eros y anarquía” creada por Osvaldo Baigorria.
Los autores de los textos no son para nada jóvenes, el pedagogo Paul Robin, por ejemplo, habría cumplido 181 años el 3 de abril de este año. René Chaughi, escritor, 148 años; Luigi Fabbri, escritor y educador, 241; Jean Marestan, periodista, escritor y masón, 144 años; Mijaíl Bakunin, filósofo anarquista ruso 204 años. El abbad Ernest Jouin, sacerdote francés, periodista y escritor bajo el pseudónimo de E. Armand, nacido en 1844, (conocido por sus textos antimasónicos), el poeta Roberto de las Carreras y las mujeres precursoras María Lacerda de Moura, Pepita Carpeña y Emma Goldman; todos unidos por su convicción en el amor libre.
Como verán, el poliamor y la libre vinculación sexual no son una moda de hoy sino una lucha que atañe en primer grado la liberación de la mujer de su plano de sometimiento y por consiguiente la libertad del amor y de amar en todas sus expresiones.
En esta serie de notas entregadas sobre poliamor pasamos por dos estados, primero la ignorancia sobre el tema, después por un despliegue de términos que ordena los conceptos. En esta tercera nota, les acerco en fragmentos, la voz de quienes ya han hablado. Me quedo con muchas ganas de mostrar más de lo que una nota puede, pero a la vez conforme con hacer saber que de esto ya se habló. Les dejo mi costado nerd, adicto a la lectura. Tengan en cuenta que ninguno de estos escritos tiene menos de 60 años.
Para empezar, elegí un texto del poeta uruguayo Roberto de las Carreras. El término “amantes” —palabra que está ligada directamente con lo prohibido cuando, al ser amante de algo, uno no se prohíbe de nada— aparece en el título y en su texto lo muestra como representante de la tentación que nos provoca la sensual y desafiante entrega que tanto seduce.
“Era el principio de los siglos… Extendida en el frío lecho de la esposa, hollado su derecho de amar, sujeta a la impostura ignominiosa del deber, a la opresión artera de la virtud, la esclava del hombre, esperaba…
Entonces, frente al marido, adusto conservador, ornada la frente por la diadema de un invencible prestigio, se irguió el amante, símbolo de las caricias, tierra prometida de la sensualidad. Lucifer olímpico, hijo de la belleza, extendió a la carne torturada de la mujer sus brazos de redentor. Fue París, fue el trovador florido, bohemio sentimental que mariposeaba alrededor de las ceñudas torres, prisión de la Castellana. Fue Macías, colgado de una almena. Fue Abelardo, mutilado, arrancando a las fibras de Eloísa, la sublime encendida, un grito anárquico de rebelión amorosa que desarraigó la Edad Media.
Ella, la querida, se incorporó llamada por la sirena del deseo. Entregó la boca… Heroína de su ternura, desafió a su señor. Se ofreció a la muerte. Selló el amor libre con la sangre de su calvario sensual y se llamó Francesca: pagana enardecida que abandonó, sonriendo, las delicias cristianas de la resurrección en los nimbos azulados, para enroscarse, convulsa, al cuerpo de su Paolo. ¡Estrella relampagueante de los círculos tenebrosos, rival vencedora de Beatriz en la epopeya apocalíptica del genio místico a quien donó la gloria! ¡Luz del infierno que hace palidecer el paraíso!
La lucha del marido y del amante no ha cesado jamás. Enemigos infatigables, dejan en la historia de la mujer un rastro de sangre y de odio que se prolonga a través de los siglos… ¡Si el marido fue ayudado por la religión, el amante ha tenido de su parte al genio oculto del paganismo que no pudo morir y que convirtió la concupiscencia grosera de la escritura en el divino pecado de los poetas! ¡El porvenir es del amante, que triunfará con la anarquía!”.
“El marido y el amante” Roberto de las Carreras.
“Yo amo, Pablo, amo apasionadamente: no sé si puedo ser amado como yo quisiera serlo, pero no desespero; sé al menos que se tiene mucha simpatía hacia mí; debo y quiero merecer el amor de aquella a quien amo, amándola religiosamente, es decir, activamente; ella está sometida a la más terrible e infame esclavitud y debo libertarla combatiendo a sus opresores y encendiendo en su corazón el sentimiento de su propia dignidad, suscitando en ella el amor y la necesidad de libertad, los instintos de la rebeldía y de la independencia, recordándole el sentimiento de su fuerza y de sus derechos.
Amar es querer la libertad, la completa independencia del otro”.
“Carta a Pablo” Mijaíl Bakunin.
“Queremos libertad; queremos que los hombres y las mujeres puedan amarse y unirse libremente sin otro motivo que el amor, sin ninguna violencia legal, económica o física.
Pero la libertad, aun siendo la única solución que podemos y debemos ofrecer, no resuelve radicalmente el problema, dado que el amor, para ser satisfecho, tiene necesidad de dos libertades que concuerden y que a menudo no concuerdan de modo alguno; pues la libertad de hacer lo que se quiere es una frase bastante desprovista de sentido cuando no se sabe querer algo”.
“Mal de amores” Errico Malatesta
“La cuestión en realidad tiene mucha menos importancia de la que se le ha dado en ciertos momentos; pero si su importancia ha sido exagerada, ello depende de los prejuicios que tienden a complicar una cuestión por sí misma muy simple, prejuicios dependientes del hecho de que los hombres, muchos hombres, a pesar de su desprejuicio moral y su ardor revolucionario, no lograban considerar a la mujer como su igual con el mismo derecho de disponer libremente de sí, sino como un ser más débil e inferior a quien proteger y sobre quien ejercer siempre alguna autoridad, aunque disimulada y benévola.
Este sentimiento no falta tampoco hoy en muchas personas —a pesar de que sobre esta cuestión la conciencia humana se haya vuelto mucho más libre desde hace ya algún tiempo— pero es un sentimiento inconsciente que no se confiesa siquiera a sí mismo. Es el que constituye, en unos, el substrato de una resistencia mayor a admitir también en este campo el derecho soberano de la libertad; y en otros, es la fuente de renacientes preocupaciones sobre las consecuencias de una libertad que sin embargo creen reconocer”.
“Lo único y la pluralidad” Luigi Fabbri
“A los celosos convencidos que afirman que los celos son una función del amor, los individualistas recordarán que, en su sentido más elevado, el amor puede también consistir en querer, por encima de todo, la dicha de quien se ama, en querer hallar la alegría en la realización al máximo de la personalidad del ser amado. Este razonamiento, en quienes lo alimentan, termina casi siempre por curar los «celos sentimentales».
En el amor, como en todo lo demás, solo es la abundancia lo que aniquila los celos y la envidia. De la misma forma que la satisfacción intelectual se deriva de la abundancia cultural puesta a la disposición del individuo; del mismo modo que aplacar el hambre se deduce de la abundancia de alimento puesto a disposición, la eliminación de los celos depende de la «abundancia» sensual y sentimental que pueda reinar en el medio en donde el individuo se desenvuelve”.
“El amor entre anarcoindividualistas” E. Armand (Ernest Jouin)
“Y reafirmo una vez más que es —más aún que los partidarios del matrimonio indisoluble— un obstáculo al progreso ético de la humanidad el individuo que, a pesar de su «libertarismo», se encarniza en monopolizar el usufructo de un amor, el que sujeta y contiene las expansiones sexuales femeninas, imponiendo a la mujer un amor único, uniforme para toda la vida cuando él gusta de todos los placeres. Representan un obstáculo aún más temible que los adversarios con los cuales se puede librar batalla en todo momento, aquellos que, escondidos bajo un manto de «libertarismo», contribuyen a sostener, bajo otro nombre, todos los vicios, todas las injusticias, todas las perversidades de la sociedad actual sin que nos sea posible combatirlos eficazmente.
¡Oh amigos míos! Mientras la mujer se encuentre excluida de las ansiedades masculinas, mientras no le hayáis manifestado una confianza absoluta, los niños que ella eduque adolescerán de sus mismos defectos: serán caprichosos, irreflexivos, conformistas y, en cada generación, será de nuevo necesario recomenzar la obra transformadora”.
“Feminófobos y feminófilos” María Lacerda de Moura.
“Admitir el principio de la libertad del amor es reivindicar intensamente para los demás, como para nosotros mismos, el derecho de amar a quien nos plazca, de manera que nos plazca, sin otra obligación que la de tomar bajo nuestra responsabilidad el daño que nuestra conducta haya aportado a la existencia del prójimo”.
“Definición de amor” Jean Marestan
Doy por finalizada esta entrega en tres partes. Si llegaste hasta acá comentá, dejá un like o haceme una señal de humo. No te das una idea la de lectura, vinos y cigarrillos que invertí en estas notas.
“Si el lenguaje es otra piel, toquémonos más con mensajes de deseo”.