/¿Es el fin de la “buena” música?

¿Es el fin de la “buena” música?

Muchas veces he escrito y leído sobre el fin del rock, la muerte de la “buena música” o la pobreza musical de las generaciones actuales. Algunos análisis han sido profundos y estudiados, otros más arrebatados y pasionales. El eslogan de este pensamiento se puede resumir en “no puedo creer que los pibes crean que Persiana Americana es de Agapornis”.

Ahora nos quejamos del regetón, del trap o de la cumbia pop, como antes nos quejábamos de la cumbia villera, la electrónica o la música brasilera, géneros que hoy nos parecen agradables, respetados y bailados. Los mismos que ahora se rasgan las vestiduras ante Tan Biónica o La Beriso, son los que antaño defenestraban a Illya Kuryaki o Babasónicos, hoy bandas de culto. Pareciese como que el tiempo le va dando buen cuerpo al vino musical.

Debo reconocer que personalmente he caído en enarbolar este tipo de críticas, discutir sobre la música actual versus la pasada y hasta enojarme por la actualidad. Pero con el tiempo he ido modificando mi percepción sobre este tema. Porque si nos ajustamos a definiciones teóricas, podríamos decir que la música clásica debería ser considerada la base de la cuál partir para decir si algo es “bueno o malo” y dudo que nada ni nadie se puede medir frente a un Beethoven, un Mozart, un Bach o un Wagner.

Partamos de la definición wikipediana de lo que es la música:

“La música es el arte de organizar sensible y lógicamente una combinación coherente de sonidos y silencios utilizando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo, mediante la intervención de complejos procesos psico-anímicos. La música, como toda manifestación artística, es un producto cultural. El fin de este arte es suscitar una experiencia estética en el oyente, y expresar sentimientos, emociones, circunstancias, pensamientos o ideas. La música es un estímulo que afecta el campo perceptivo del individuo; así, el flujo sonoro puede cumplir con variadas funciones (entretenimiento, comunicación, ambientación, diversión, etc.)”

Entonces, basándonos en esta sencilla definición, tangible, real, cuerda y lógica… ¿quién tiene la vara para medir y decir qué es música y qué no lo es? Si es un producto cultural, si el inconsciente colectivo de la masa establece que escuchar, ¿con qué mecanismo nos permitimos evaluar que esa elección está equivocada?

La cultura es una sumatoria de vivencias, experiencias adquiridas, percepciones y gustos de una porción mayoritaria de la población, entonces, si ese grueso disfruta de esa manera este tipo de arte, ¿qué sería lo decadente o crítico?

Con el tiempo me he dado cuenta que lo preocupante, triste o lamentable no es la decadencia o muerte de un género específico, sino la ausencia de esta rama del arte en la población, cuestión que con la música está lejos de pasar. Si las generaciones actuales no encontrasen en la música los beneficios implícitos en su disfrute sería preocupante.

En lo personal amo la música porque me lleva a distintos lugares, me genera sensaciones, placer, creatividad, me abre la mente, me hace pensar, bailar, reír, llorar, me encrespa la piel, me hace dar ganas de correr, de viajar, de coger, de cantar, de volar, de disfrutar solo, en pareja o amigos, la música para mi es la forma más armoniosa de transmitir un sentimiento… ¿y estos mismos sentimientos no los siente un adolescente que escucha la música actual? ¿No genera acaso estas mismas pasiones en otra persona? ¿Porqué debo creer que lo que en mi genera “el arte de organizar sensible y lógicamente una combinación coherente de sonido y silencios” es la verdad y debe mover en todos las mismas fibras sentimentales?

Y si nos acotamos al motivo fundamental del arte, que es la transmisión de sentimientos, ¿acaso la música actual no se ajusta a esta norma? Una persona de principios del siglo XX se hubiese escandalizado con la música de mediados, la cuál hoy consideramos “de culto”; del mismo modo alguien de fines de ese siglo se aburre con la música de 1920.

La música tiene vida, como todo arte, va mutando, se va transformando, se va adaptando a la marea popular, van apareciendo iconos y estilos nuevos según la evolución cultural. No puedo pretender comparar Sui Generis con Usted Señalemelo, tampoco el Babasónicos de 1991 con el actual y mucho menos el Flaco Spinetta de Almendra con el de los Socios del Desierto. Cuando ahondamos en cada género e intentamos cuadrarlo con el entorno cultural que ha llevado a su difusión, no solamente logramos disfrutar un poco más del mismo, sino que aprendemos a discernir entre los buenos y los malos, los que saben y los que no, los que son un producto comercial de momento y quienes lideran el género. Un caso personal es lo maravilloso que me parece el regetón de Calle 13.

Creo que lo importante es el consumo de música, el uso como un canal sentimental de la misma, la sumatoria de sentimientos que genera, porque no sabemos si esos niños que hoy crecen escuchando regetón o cumbia pop, van a ser los adolescentes que nos deleiten con nuevos sonidos el día de mañana.

El rock es “una forma de ser”, como decía Federico Moura, no solamente un género; hoy tiene más “rock” Rodrigo Bueno que muchos de los rockstar que veneramos. No es el fin de la buena música, porque la música no es buena ni mala, la música es música y punto. La muerte de algo está en su ausencia y esto, afortunadamente, con la música no está sucediendo.

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