/Hacerte olvido en el café de mis tristezas

Hacerte olvido en el café de mis tristezas

“Te extraño donde duerme la noche, donde despierta el alba, donde terminan los sueños, donde mueren las promesas, donde no brillan los diamantes. Te extraño, porque te quiero, como quieren los ciegos… con el alma, porque no te veo, porque no te tengo… porque te siento lejos… como lejos esta mi puerto, puerto aquel que nos separó. Te quiero y te extraño porque intente caminar contigo hasta que me pediste que te dejara caminar sola y es ahí… donde nos separamos… donde más te extraño… donde más te quiero”.

Así empezaba aquel pensamiento que me invadía en una de esas noches de melancolía que suelen traerme a este viejo café, el Isaac Estrella… nombre abstracto y efímero si los hay. Algo tiene este lugar… aunque sus persianas estén bajas, tiene una puerta lateral abierta 24 horas para clientes exclusivos… cementerio de tristezas si los hay.

El Tulio me abrió la puerta con su frase de siempre en mano

– Ay Gurkha querido, cada vez que venís por acá es porque traes toneladas de sentimientos muertos en el corazón – me dijo sin quitarme la vista de los ojos aquel cantinero que fusionaba la dicotomía de una profesión rústica con la profundidad filosófica de un pensador de la Grecia antigua – y aunque jamás te has ido sin haberlos ahogado… a mi me ahoga la tristeza con la que te veo venir, de vez en cuando, cada tanto, casi siempre… como siempre.

Definitivamente ese tipo era especial… por eso era especial el café Isaac. Más allá de que el café tiene ese no se que… asilo de poetas tristes, de abandonados, de amigos que precisan consejos, de charlatanes, de emprendedores de sueños.

Me senté en mi mesa de siempre, el viejo Tulio me arrimó una botella de ginebra de litro de la marca que sabe que me gusta a mi, virgen, de la bodega directo a mi mesa… a veces, dependiendo la tristeza, era capaz de darle muerte a la botella entera, sin titubear.

El viejo arrimó dos vasos, se preparó a hacerme de oreja y consejero… ya he estado así antes y me quiere como un hijo. Sabe que, por más que no sea el mejor remedio, es el que tenemos a mano… y me ha visto beber y llorar hasta renacer desde el fondo del último vaso… más de una vez. Y me he visto arruinarme solo y construirme nuevamente, demolerme y revocarme, desarmarme y armarme. Proque la vida es esto… una eterna obra en construcción de un templo imperfecto que añora ser terminado… y tal vez nunca se logre.

– ¿Que pasa? – Dijo con voz de padre.

– Me han engañado de nuevo… y aunque ya había probado este trago amargo antes, me la pintaron de tal manera que me anime a creer otra vez, me deje llevar y termine enamorándome – dije yo, entre sorbos de ginebra.

– He asistido a tantos funerales de tu corazón, como años tengo vividos… contame hijo, que al final de la botella, solo será uno más… – viejo gamba que hablaba como el mismísimo Cristo.

– Lo que pasa viejo, es que no la vi venir… y una vez, alguien me dijo que encontraría el amor de mi vida cuando menos lo esperase, cuando menos lo buscase y ella cumplía con esos requisitos. Porque yo ni siquiera sabía que respiraba en el mismo mundo que yo, pero el diablo, que siempre mete la cola, me la arrimo una noche y la mando dotada de hechizos y embrujos en su lengua. Sonaban tan bonitos cuando los decía, como cuando me besaba. Mira que de amores truncos yo se y de este me lo sabía, es más, había presagiado el final mucho antes de que pasara, pero no se como, no se porque, ella me hizo mantener viva la esperanza – Le relaté ante su atenta mirada.

– ¿Esperanza de que? – me dijo en un tono burlón.

– Esperanza de que esta vez funcionara, que la distancia no fuera impedimento para sentir, esperanza en tener ganas de sentir, de amar, de ser feliz… la puta madre, si que sabía convencerme de todo eso – Grité ahogándome en el segundo vaso de ginebra.

– El mismo cuento, distinta princesa – dijo el muy sabio – supongo que los pormenores y causas de las rupturas son los mismos de siempre, los de antes… así que asumo que te irás más temprano que de costumbre de este bar.

– Y si, viejo amigo, para que redundar en lo frecuente, ya lo he dicho todo al principio de este relato, así que dejame que tome… y con el primer rayo de sol me voy. ¿Sabes que? Me he dado cuenta que es mucho más fácil inventar y sostener motivos para estar lejos de alguien, que inventar y sostener motivos para quedarte cerca, siempre habrá una razón que nos separe, más pocas veces he escuchado de razones por el cual “seguir juntos”. No se, quizás soy yo el raro, pero veo últimamente es más fácil hacer olvido que recordar con un suspiro. Ya nadie se extraña, ya nadie escribe de amor, ya nadie encuentra la fuerza y los sentimientos para jugarse por amor, por el amor a alguien… ni siquiera a algo. Maldigo el día en que decir “Te Amo” se hizo de uso público, maldigo a los corazones fríos que usan tal frase sin saber siquiera dibujar un corazón en papel, maldigo la habilidad de las mujeres de decirlo y de no sentirlo jamás. Sera que es cierto el karma aquel que siempre enarbola el Horacio… que los músicos mueren de sobredosis y los escritores mueren de amor.

– Será… o debe ser, porque te he visto morir muchas veces sobre esta mesa.

– Ma’ se, Tulio, brindemos hermano, porque acá, en esta mesa, donde duerme la noche, cuando despierte el alba, ella ya no tendrá más promesas que romper, ya no habrán sueños que soñar, ni diamantes que pulir… acá, entre esta ginebra y el humo de este cigarrillo… cuando salga el sol, dejaré de extrañarla, dejare de quererla, la haré recuerdo en mis pensamientos, anécdota entre mis amigos, la habré hecho olvido. Es la única forma de seguir viviendo.