/Hijo de la desesperación

Hijo de la desesperación

Seguí el hilo de esta saga leyendo estas notas:

El deseo de repetir
La responsabilidad del querer

Mandato y revolución

Llovía.

Por Dios, sí que llovía. Llovía en mí, adentro. Una lluvia ácida me devoraba. Llovía en mis ojos encandilados por el brillo del sol. Pero llovía seco, no había quedado en mí ni una sola lágrima para llorar. Sentía un vacío que me inundaba. Sentía impotencia.

Todo le di, todo. Mis años de facultad, mis mejores sonrisas, todo en mí era para él. Mis pensamientos, mis deseos, mis hechos. Jamás pude concebir siquiera la idea de mirar por sobre mi hombro a alguien más. Julián lo era todo. Lo es, aún.

Me hubiera gustado que fuese algo pasajero… ¡Cuatro años con ella! ¡Qué hijo de una gran puta! ¡Qué reverendo hijo de una gran puta! ¡Y qué pelotuda yo! ¿Cómo no me di cuenta? ¡Claaro! Ahora me cierra todo. ¿Habrán cogido en nuestra cama? ¿La conocerán nuestros amigos? ¡Qué miserable! Cuatro años mirándome la cara de boluda. Te cagaste en mí, Julián. En la vida que llevamos, te cagaste en tu propia vida. ¿Cómo pudiste? ¿Cómo es que podés?

Un sentimiento de desesperación y un grito de manicomio acompañaron la trayectoria del frasco de perfume hasta el espejo que se trizó desde mi mejilla hacia los lados, separándome en cuatro partes. Mi reflejo dividido era lo único real que tenía en ese momento. Mi matrimonio era una mentira, yo era feliz a base de mentiras, Julián no era feliz conmigo y por eso mentía. Deseaba que esto también fuera una mentira, quería despertarme. Era yo el problema, me había dejado estar. No me maquillaba como antes y había subido unos kilos. Era eso, ya no me veía atractiva. Me vi las canas y las marcas de expresión, más profundas que hace 5 años atrás.

No entiendo.

Podría jurar que en estos últimos cuatro años estuvimos más juntos que nunca, que éramos protagonistas de nuestro lienzo pero no fuimos más que el reflejo de los reyes en “Las meninas”. ¿Quién era ella? La que colaboraba con su maldad para hacernos felices. Que ganas de dar vueltas la casa, romper todo, gritar a más no poder. Sentía ganas de pegarle, pero ya no había fuerza en mis brazos. Me dolían los ojos de tanto imaginar cómo hacían el amor. Sentí asco. No quería ni un abrazo suyo. Todo en él estaba sucio.

Pero ¿cómo decirle que sabía? En tantos años juntos, jamás le revisé el celular. Y jamás tendría que haberlo hecho.

Ya sé, eso voy a hacer. No voy a decir nada. No, no.

No. Nada. No voy a tirar nuestros años de matrimonio. Él lo quiso así. Yo también voy a mentir entonces. Y seré la mejor mintiendo, porque él lo quiso así. No me va a dejar. No voy a ser yo la boluda, no señor.

Pasaron las semanas, me había comido las uñas en su totalidad. Leí tres veces más que antes y el vino se hizo mi aliado. Tenía que pensar en algo, esto me estaba matando. Necesitaba recuperarlo. Que fuera sólo mío otra vez, que su atención fuera toda para mí y ser yo, nuevamente a la que ame, si es que alguna vez me amó. La noche me encontró terminando de ordenar la ropa de Juli, para el día siguiente. El tiramisú estaba listo en la heladera, para compartir nuestro café nocturno con la serie nueva que habíamos empezado. Le iba a pedir que viéramos tele en la habitación y nos lleváramos las cosas para comer en la cama. Entiendo que soy bastante estructurada y necesite relajarme un poco. Tal vez eso nos haga bien.

Llegó más temprano que de costumbre, me dijo que se vería con los chicos.

-Pasala lindo. Te espero a la vuelta con la serie y el postre en la cama. No te demores o me lo como sola.

Me besó como siempre lo hace, con una sonrisa y un abrazo que dice “ya vuelvo”. Me estaba muriendo, lo estaba perdiendo con una lentitud tortuosa. Preparé café para mí, y lo llevé a la habitación acompañado de un vaso con agua. Busqué en mi cartera las pastillas, saqué del blíster la que correspondía al día, la miré y no la tomé.

Las semanas seguían pasando, con Julián estábamos igual. Igual de bien que siempre. Me aterraba que un día me dijera “tenemos que hablar” y decida ponernos fin. Yo seguía en mi búsqueda silenciosa. Necesitaba algo que nos mantuviera unidos, el amor y los proyectos no eran suficientes. Habíamos cumplido un ciclo, era momento de pasar al siguiente nivel.

Conozco todo de mi marido, la forma en la que respira cuando está preocupado, lo que significa la mano en su cabeza, veo la motivación con la que se levanta según que tanto arrastra los pasos, hasta había aprendido a distinguir cuándo se iban a encontrar o cuando volvía de estar con ella. No se veían tan seguido como creí.

Se levantó temprano, antes que yo. Preparó el desayuno para los dos en la cocina de nuestra casa. Se manejaba con un halo de misterio, con aires de superado como si hubiera resuelto algo y yo me sentía como aquella vez que me despidieron del trabajo por recorte de personal.

-¿Estás bien? Pregunté.

-Lucía, tenemos que hablar de algo.

-Qué bueno que lo digas. Yo hace rato tengo algo para decirte.

-Empezá vos, Lu.

-No. Quiero escucharte, empezá vos.

-Dale amor, decime. Sabes que soy ansioso.

-Bueno, pero prométeme que después me contás lo tuyo.

-Si gorda, dale. ¿Qué pasó?

-Hace un tiempo me enteré de algo, no encontré el momento para contarte. Quería que lo supieras de alguna manera especial pero te anticipaste –abrí el cajón de la mesa de luz y saqué la prueba de embarazo que daba el positivo- ¡Vamos a tener un bebé, Juli!

Julián quedó atónito, sin palabras. Claramente no lo esperaba.

Sonreí, con mi mejor sonrisa de futura mamá y una mano en el abdomen.

Jaque mate, amor mío.

“No hables al menos que puedas mejorar el silencio”
Jorge Luis Borges.