/La maravillosa historia de Seba y Joselo

La maravillosa historia de Seba y Joselo

Salí de la Galería Caracol donde atendía un negocio de ropa informal, directo a tomarme el 120 en la plaza independencia. Hacia mucho me había ido de la casa de mi viejo y vivía en la casa de las personas mas copadas de mi mundo, mis abuelos.

Mi abuelo era alto, pelado, siempre le gustó el fútbol, había sido arbitro en su época, amante de independiente Rivadavia, de esas personas que le caen bien a todo el mundo. Y sobre todo a mi.

Hacía una semana que mi abuela había fallecido a causa de una enfermedad bastante extraña en sus riñones. Al llegar a la casa ví a Joselo, mi abuelo, sacando el colchón de su cama a la calle, el cual estaba amarillo “de tantos meos” de mi abuela, como decía él. Joselo tenía Alzheimer, hacía mas de tres años, cuando tenía sus brotes cortos de lucidez decía que mi abuela lo meaba para marcarle territorio, siempre había sido muy celosa la vieja. Ayudé al pobre viejo a poner el colchón en la orilla de la acequia.

– Vieja linda mía, hija de una gran puta, ¡mira como me meabas! – dijo bajito, riéndose.

Ese día bautizaban a mi sobrino. Hacía mucho que no me hablaba con mi hermana, pero creo que quería que llevará al Joselo, mas que asistiera yo. La verdad soy cero habitué de las iglesias, y mas la San Vicente Ferrer, me ponían nervioso. Ese día había un olor tan feo, esa mezcla de perfumes de Avon con encierro, más el chivo del Joselo, quién nunca quería que le cambiara la camisa y vivía con esos círculos de transpiración debajo de sus axilas.

– Lelo, te debería haber bañado a la fuerza – le susurré en secreto, mientras se apoyaba en mi hombro y se dormía – ¡Lelo!.. ¡Joselo despertate! – le dije.

– ¿¡Me decís a mi!? ¡Y mira aquel gil mas desubicado que yo allá arriba hace mas de media hora no levanta el marote! – dijo el viejo loco señalando a Jesús en la cruz.

El cura empezó con su discurso, mi sobrinito lloraba a gritos. Parecía una puesta en escena de un exorcismo mas que un bautizo. Para rematarla mi abuelo gritó…

– Ahoguen a ese hijo de puta, ¡¡es un hijo de puta!! – decía frenético, mientras la mirada de embole de mi hermana me incendiaba e indicaba que saque a Joselo de la iglesia. Me lo llevé afuera arrastrándolo del brazo… el viejo seguía insultando.

Lo senté a la fuerza en las escaleras de afuera, me prendí un pucho.

– ¿Que es eso? ¿Porrooo? – me preguntó Joselo.

– Nooo abuelo, es tabaco – le respondí.

– ¡Dame hijo!, ¡quiero porro! – insistió el viejo. Le pasé el pucho – ¿Sabias que anoche vino la Rosa?

– ¿Si? – le pregunté.

– ¡¡Si!!, vino anoche y me dijo que en el primer cajón de tu cómoda hay tres porros, ¡que los tires! ¡Ya estas grande para fumar esta mierda!… aunque debo reconocerte, que esa mierda siempre me gusto. La Rosa se ponía tan insoportable cuando le decía que quería probar, ¡como me rompía las pelotas! – terminó de divagar el Joselo.

Me reí, pobre viejo, deliraba cualquiera. Yo ya no le negaba ni discutía nada, porque se ponía agresivo y era peor. Al fin terminó la tediosa reunión familiar y nos fuimos a casa.

Al llegar me quede un rato tirado en mi cama pensando, nostálgico, en que triste debe ser perder a tu compañera de años, ¡que linda pareja eran!, pensaba en Rosa, mi abuela, tanto que se preocupó cuando le diagnosticaron Alzheimer a Joselo y se termino yendo primero ella. Que injusta es la vida.

Necesitaba una buena ducha, me saqué la remera y cuando abrí el cajón para sacar un calzoncillo limpio, ví tres porros. Esos gorditos que solía armar yo. No me acordaba de cuando escondí eso. Se me vino inmediatamente las palabras de Joselo sobre lo que había dicho mi abuela Rosa. Salí un tanto desconcertado de mi cuarto, Joselo estaba sentado en su sillón deshilachado y con el cuero rajado de toda la vida. Me senté frente a él.

– Lelo – le dije como solía llamarlo cuando lo necesitaba urgente- ¿Como fue cuando vino la abuela anoche?

– ¿Tiraste esa mierda? – me dijo mirándome fijo – ¿Y no me convidaste antes? – terminó y se puso a silbar sin darme mas pelota. Era muy difícil hilar diálogo con él.

Esa noche me costó dormir, entre las 500 vueltas que di en mi cama, giré para el lado del reloj despertador… 3:56 se leía en rojo. La puta madre, a las 6 me tenía que levantar. Empecé a escuchar ruidos en la cocina, de ollas, platos, cajones que se abrían.

– ¡¡Joselooo!! – grité… nada.

Me levanté, fui a la pieza de él y lo vi durmiendo con la boca abierta como siempre. Ya mas alerta, asustado fui a la cocina, y ví los dos cajones abiertos, los cerré despacio. Entonces me tocaron el hombro, me di vuelta agresivamente.

– ¡Nene, para! – Me dijo Joselo.

– ¡La puta madre, Lelo me asustaste! – le grité.

– ¡Siempre tan cagón vos pendejo! – contestó – Es Tu abuela, no encuentra una plata. Anda a seguir durmiendo, déjala que busque tranquila.

– Lelo, ¿donde esta la abuela? – pregunté… y me señaló detrás mío – Daleee Lelo… ¿¡la podes ver!? – indagué mas serio.

– ¡Claro! ¡Si te dije! – respondió seguro.

Giré lentamente… son esos momentos en que no sabes que pensar, pero sentís de todo.

– Anda a dormir que mañana laburas – me agarró del brazo Joselo. De pronto empecé a sentir algo caliente que me mojaba los pies – ¡Leeeelo! ¿Te estas meando? ¡me estas meando! – le grité.

– Disculpa nene – dijo nervioso y se agachó con el repasador a secarme los pies.

– Noooo Joselo, ¿¡que haces!? Deja, deja… vení que te cambio – lo paré al viejo.

– Gracias Roberto, siempre tan buen hijo vos – divagó mi abuelo.

– Joselo, soy Seba – le corregí.

– Escúchame Robertito, tu mama te quiere dar una platita, no es mucho. Pero te va a servir para pagar lo de mi seguro, por el tema del velorio – insistió el viejo.

Lo estaba secando con el toallón en el baño, me detuve y lo abracé fuerte, podía oler el mismo perfume que cuando me llevaba a la plaza y me bajaba del columpio, o cuando festejábamos un gol y nos abrazábamos. Yo lo olía en el cuello, ¡olía igual de lindo!

– ¡Te quiero viejo! Sábelo – le dije.

– ¡Yo también Robertito! – respondió en su mundo.

Me levanté temprano a prepararle su sagrado café con leche, silbaba como cada mañana, mirando por la ventana. Había un vaso en el piso con whisky en la alfombra.

– ¡Joselo! ¿¡cual te mandaste anoche!? No ves que se me hace tarde para el laburo – lo reté levantando el vaso.

– Yo no fui nene, anoche la Rosa estaba insoportable – comentó mientras le ponía manteca a sus dos tostadas – me sacó el vaso de whisky, me lo volcó, ¡podes creer! ¡no me deja ser! No me deja ser, ni tomar, ni fumar, ni fútbol ¡ni nada! – resongó el viejo.

– Joselo no te mandes ninguna mas ¿ok? – le advertí.

– Ok Seba… ¡ok! – contestó.

Lo iba a seguir retando, pero me llamó la atención que me dijera “Seba” y no “Roberto”. Me encantó. Justo entró mi hermana Mariana que se quedaba a cuidarlo cuando yo trabajaba. Me fuí a las corridas.

Salí afuera del local, la galería caracol estaba llena como siempre, enquilombada, pero nadie entraba a comprar nada, el mismo embole de cada día, que mas sueño me daba.

De pronto, sorpresivamente, ví a mi viejo que venia.

– ¡Ey! ¿¡que haces papa!? – Nunca me acostumbre a decirle viejo.

– ¿Que haces Seba?… nene, ¿vos me dejaste esta guita por abajo de la puerta? – me preguntó mi papá. Eran 600 pesos envueltos en una servilleta. Me quedé mirando el piso, muy abstraído de todo, negándole con la cabeza.

Joselo falleció esa tarde, en su sillón, el Dr. Silva, su cardiólogo de toda la vida, se me acercó en el velatorio y apoyándome la mano en el hombro me dijo…

– ¡Como te quería ese viejo Seba! ¡Te adoraba!, ¿pero sabes que es lo bueno? que tuvo la mejor muerte que se puede tener, no sintió nada, solo se quedo dormido y ya – yo estaba abatido. El doctor continuó – Seba, ¿viste que tu viejo siempre fue bastante rompe con tu abuelo? primero Rosa, después él… pasó algo, pero pensé contarte esto a vos, ustedes eran mas compinches.

– ¿Que cosa? – le pregunte intrigado.

Entonces el doctor metió la mano a su bolsillo y sacó un porro fumado a la mitad.

– ¿Podes creer que Joselo tenía esto en la mano? ¡un porro Seba! ¡¡Y fumadooo!! Un porro – me lo dió, lo miré, me sonrió fuerte y me fuí. Así era mi abuelo.

Escrito por Seba para la sección:

ETIQUETAS: