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La responsabilidad de querer

“Amar al otro en sus miserias no nos hace mejores personas si nos sentimos superiores ante su humillación y su vergüenza.”

Lucio me miraba mientras leía. Cebaba mates y me observaba detenidamente.

Yo quería creer que en la profundidad de su mirada, él estaba pensando en algo más. Que planeaba algún proyecto futuro, que divagaba en temas personales o repasaba la lista de cosas que haría al llegar a su casa. De alguna manera deseaba que no estuviera allí, por la simple razón de que yo tampoco lo estaba. Sumida en la lectura, en el suave y amargo sabor del mate, su compañía me daba lo mismo.

Cada vez que él decía que necesitaba verme, yo no entendía cómo es que se genera esa dependencia. Aunque por inercia, mi respuesta era “yo más”. La verdad era que yo no lo necesitaba para otra cosa, más que para sentirme necesitada por alguien.

Pero saciar esas búsquedas internas va acompañado de parámetros sociales que hay que cumplir. No podemos recibir constantemente, hay que dar para que la rueda gire.

-“Quiero que tengas ganas de mí, sin que me necesites. Tengo ganas de vos, pero no te necesito. No se me modifica el mundo si no te veo y quiero que tu mundo sea el mismo si no estoy.”

-¿Estás leyendo el libro o me estás hablando a mí?- Preguntó Lucio.

-Estoy leyendo en voz alta – dije mintiendo a viva voz. No podría decirle eso jamás sin romperle el corazón. Así que lo disfracé como parte del libro, dándole mis palabras a otro para que las diga por mí y sentir menos culpa.

-Es ilógico lo que pide el autor-dijo- Quiere que lo quieran sin tener la responsabilidad de querer.

-¿Y desde cuándo querer tiene que ser una responsabilidad? ¿Es mi responsabilidad quererte porque me haces compañía aún si no te la pido?

-No. Nadie te obliga a quererme… creí que disfrutabas de mi compañía. No sabía que te resultaba una molestia.

-¿Vamos a hacer una discusión de lo que algún tonto escribió en un libro? Por supuesto que te disfruto y para nada me molestas.

-Te amo ¿sabes?… loca linda.

– Yo más, amor.

La tarde murió y con ella la realidad de mi farsa. El mundo me había visto en la plaza compartiendo un momento con el amor de mi vida. La chica independiente y trabajadora también tiene un novio con el que ojalá un día forme una familia. ¡Pero qué proyección perfecta! ¡Qué bien se la ve! ¡Qué completa!

Agarré el teléfono y llamé a Julián. Le pedí que nos encontráramos en el departamento de siempre. Con él equilibraba la insoportable responsabilidad de tener que querer a alguien por corresponder. Lo que teníamos con Lucio, visto desde afuera era lo más parecido al amor de los libros. Visto desde adentro, era la cárcel más oscura en la que el único preso era él y yo, el guardia que entraba y salía cómo y cuándo quería.

Julián vivía con su mujer. Otro guardia de las responsabilidades sociales. Nos encontrábamos cada tanto cuando alguno de los dos necesitaba equilibrarse.

Los encuentros eran todos más o menos similares. Cogíamos y después charlábamos, dormíamos o pedíamos algo para comer. Siempre respetábamos lo que teníamos ganas de hacer. Por ejemplo, a su mujer no le gustaba que él comiera en la cama así que siempre comíamos donde queríamos. En la alfombra del piso, sentados sobre las almohadas, usando nuestros cuerpos de platos o como se nos antojara. Y en mi caso, podía decirle lo que quisiera sin miedo o preocupación de que le molestara. Era el ratito en el que nos sentíamos libres.

Pedimos sushi y abrimos un Sauvignon Blanc.

Julián es un artesano de los cigarrillos de papel de seda y las variedades botánicas. Cualidad de la que disfrutábamos antes y después de la consumación de pieles que nos unía.

-Hoy con Lucio salió el tema de la responsabilidad en la pareja. En realidad no salió, se me ocurrió a mí en dos oraciones de charla que tuvimos.

-Lucía quiere que tengamos un hijo.

-El diccionario dice que responsabilidad es la circunstancia de ser el culpable. ¿Soy culpable de que me quiera o de la nula sinceridad que logramos?

-No me siento listo para ser padre pero viste como es ella…

-Decile que no querés… que sentís que hay que esperar.

-Y vos decile que querés tu espacio y que no podés ser vos con él.

-No puedo, lo mato si le digo algo así.

-¿Viste que no es fácil? Siento que si tenemos un hijo con Lucía tengo que dejar de verte. Una cosa es serle infiel a ella y otra a la paternidad.

– Jajajajajaja ¿Me estás jodiendo?

-¿De qué te reís, boluda? Te estoy hablando enserio.

-Tan enserio cómo cuando le decís a ella que te vas con los chicos a tomar algo. Tan enserio como tus te amo, tan enserio como las ganas de ser padre.

-Bueno, ya te pusiste boluda. Llegó el pedido, ¿bajás vos?

-¡Fumatela! Si te molesta que opine, no me cuentes… Vos estás más vestido, bajá vos.

Cenamos en la cama y cada tanto nos dábamos algún que otro beso. Se reía de mi inutilidad con los palitos chinos y nos tentábamos juntos.

-¿Vos te sentís culpable de esto?-me preguntó con un ápice de seriedad en su cara.

-De esto ¿qué? ¿De nosotros?

-Sí, de estar mintiendo. De sentirnos cómodos y pasarla bien pero no lo suficiente para elegirnos.

-Me gustaría que las cosas fueran diferentes pero no hacemos nada para cambiarlo. Quisiera que él fuera diferente pero corro el riesgo de cambiarlo y que no me guste el resultado. Quisiera poder ser mejor persona pero sólo vos y yo conocemos nuestras mierdas. Para el resto vos sos el respetado ingeniero y fiel esposo y yo, la joven linda, compañera, dulce y sumisa. Nos resulta más difícil reinventarnos que mantener los estatutos. Y tenemos mucha vida para vivirla en una sola… con ella sos ingeniero y conmigo podés ponerte unos anteojos y ser Harry Potter. Con vos puedo ser yo, con él tengo que ser perfecta.

-¿Tenés fantasías con Harry Potter? Jajajaja ¡Cochina!

-Con los hermanos Weasley, jajaja.

-¿Qué es lo que no te gusta de él?

-¿Qué te hace pensar que lo hablaría con vos?

-Te haces la dura, pero lo querés.

-Te haces el boludo y vas a ser papá.

-¡Picuda!

-Lindito.

Terminamos de comer y nos acostamos un rato. Él debía irse.

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Me recosté en su pecho y él pasó su brazo por detrás de mi cabeza, tomándome con la mano el codo. Me abrazó como si fuera suya. Me sentí chiquita y cuidada.

A veces lo miraba a Julián tan infeliz con su vida, que no podía dejar de pensar que el preso en esa cárcel era él. Que con Lucía éramos más similares de lo que él creía y que Lucio no era más que el beneficiario, por tener una mujer que fuera complaciente con él en todo, sólo por sentirse responsable de quererlo y culpable de ser alguien a quién él no elegiría si realmente la conociera.

¿Qué si Lucio sabe? Mi mamá dice que esas cosas se sienten. Si lo sabe, parece que lo maneja. Y si no lo sabe, que me disfrute. Porque no existe mujer más atenta que la que intenta lavar sus culpas en la sonrisa más hipócrita y caricias repetidas.