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La última oportunidad de la selección

20 años he sufrido y 20 años he deseado.

Como un pibito que vio a su viejo caliente cuando Argentina  fue eliminada en fase de grupos en el 2002, como un púber cuando me volví loco con el gol astrológico de Maxi Rodríguez a los mejicanos, como un adolescente cuando vi el fiasco del 4-0 ante Alemania, como un semiadulto que río y lloro durante toda la Copa del Mundo en Brasil y por último, como el pibe de dos décadas que se agarro la cabeza cuando Alexis Sánchez pateo el ultimo penal en Chile 2015.

Desde chiquito te sigo, desde chiquito llevo tus colores en mi corazón. Por suerte o desgracia de haber nacido en suelo argentino.

Pero te llevo, sin duda, como a mi tierra, mis amigos, mis familiares, a mi Dios y a mi patriotismo en un lugar reservado de mi felicidad.

No obstante, Selección querida, nunca te ame ni te quise como lo hice en los últimos 2 años.

Hubo algo antes del mundial, algo que no había sentido nunca con la intensidad que sentí al ver a esos 23 jugadores partiendo a Brasil.

Empatía. Pero no la empatía que le tengo a un profesional, sino la empatía que le tengo a un amigo.

Me ponía feliz solo de verlo sonreír a Messi y a Masche después de ganar agónicamente.

Llore con los penales que atajaba el Chiquito Romero, sabiendo que si lo tenía enfrente en ese momento, le podría haber dado el abrazo más grande de mi vida.

Me quedaba atontado con las locuras de Marcos Rojo adentro de la cancha. Y con las de Lavezzi afuera.

Disfrutaba cuando Sabella se mandaba sus burradas o cuando lo trataban como al papa del  grupo.

Sentí a esa gente, a esos jugadores, por ese mes que duro el mundial, como una familia. Y no exagero.

Todos los días con el televisor prendido, todo el día viendo las repeticiones de los partidos, atento a los mensajes que ponían en Twitter los jugadores, viendo las horribles previas de los canales  de  deportes y todo el análisis posterior. Sabía cada detalle, cada curiosidad, cada chiste y cada cosa que me pudiera imaginar.

Era un delirio. Pero empaticé tanto con estas personas, estos titanes, que cuando llego el momento de la derrota lo sufrí como ninguno.

Y lo de hace dos semanas, para mí fue el fin.

Esta selección que me enamoro, nunca iba a tener el premio que se merecía.

Y lagrimeé un poco, lo admito…

Hubieron un montón de idas y venidas. De que Messi no vuelve, de que Masche se retira de la Selección, de que al Tata lo despiden…

Todo mentira. O eso espero.

Pero ¿qué más da?

En 3 años, para el nuevo Mundial, va a ser otra selección con pocas caras repetidas. Otro equipo, otro espíritu.

Esta selección de hoy, la mejor que vi en toda mi vida, tranquilamente puede desmantelarse en poco tiempo.

Me duele, pero tanto yo como vos lo sabemos.

El año que viene se juega el Centenario de la Copa América en Estados Unidos.

Es la última chance para ver a estos pibes sacarse toda su bronca. Para ver a la mejor Selección con el premio que siempre se mereció.

Cualquiera  puede diferir conmigo. “No es la mejor selección”, “No se lo merecen”, “Son pecho fríos”. Esta perfecto, cada uno opina lo que quiere. Quedando claro que opinar es gratis y cualquier incrédulo/a lo puede hacer. Mi caso inclusive.

Pero quiero, con toda mi alma, ver a Messi llorar de felicidad por levantar una copa.

Quiero verlo a Masche con una medalla de Oro colgada en su cuello.

Quiero que Biglia tenga un reconocido premio por ser uno de los mejores mediocampistas del momento.

Quiero que Romerito demuestre que, si es segunda opción en cualquier otro lado, con la celeste y blanca siempre va a ser el numero 1.

Quiero que Higuain sea recordado por algo más que haber tirado dos pelotas afuera.

Quiero que Palacio, Campagnaro, Augusto y Federico Fernández, Enzo Pérez y Basanta, que probablemente nunca vuelvan a ser convocados, puedan ver a la selección ganar y decir “Yo estuve ahí, yo fui parte de algo tan hermoso”.

Quiero verlo a Pachorra Sabella decirle al Tata “estoy orgulloso de vos”.

Quiero que a Marchesin y a Milton Casco lo reconozcan más gente que sus viejas y la hinchada de Lanús o Newells.

Quiero que todos estos desconocidos que una vez me ilusionaron, que me emocionaron hasta las lágrimas, puedan tener el reconocimiento que se les fue negado tantas veces.

No quiero más mufa, no quiero más griterío ni lágrimas, no quiero más dedos apuntados a nadie…

No quiero más drama.

Si sufro es porque quiero verte campeón Selección. Quiero ver a mis hermanos argentinos triunfar como nunca lo hicieron.

Queda una chance.

Y el año que viene…

Hay redención. 

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