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Los cuentos que Diem Carpé nos cuenta: Ruleta Rusa

Seis cilindros totalmente vacíos se veían dentro del cargador, pero ellos cargaron el tambor de la vieja arma con una sola bala.

Se sentaron uno frente al otro en una mesa vacía en algún comedor de algún departamento. Se miraron fijo. Ambos sudaban desde los pies, hasta las raíces de los pelos.

El primero, con una decisión que ya no se ve todos los días,  tomó el arma, la apuntó a su cien, y suspiró fuerte. Con un tembloroso dedo que resbalaba por el gatillo, se dejó escuchar un “click”. Era el martillar de un cargador vació.

¿Qué los ha llevado a terminar así, poniendo sus vidas en las manos de la maquiavélica técnica de la ruleta rusa?

El segundo, sin titubear, hizo girar el tambor con un golpe seco. Acercó el arma a su frente, y sin dejar que el segundero se le adelantara, gatilló.

Pero nada. Otra vez aire resoplando por la boca de un revolver que adelantaba tragedia

¿Sabrán ellos, que después del disparo queda solamente la nada eterna?

Ahora volvía otra vez el primero. Revisó el tambor para asegurarse de que la bala estuviese en su lugar. Efectivamente ahí estaba, esperando en pólvora y plomo por una víctima, una víctima que se encontraba presente aquella noche. Cerró el tambor, mientras este aún giraba. El seguro indicó que el arma estaba lista, volvió a apuntar a su cien, que ahora estaba empapada en sudor frio, y gatilló. Nada otra vez.

¿Es qué nada importa? ¿Es la única salida que encontraron?

El hastío y nerviosismo estaban apoderándose de la sala. Ambos estaban exasperándose de un modo que jamás habían sentido.

Fue nuevamente el turno del segundo. Hizo girar el tambor, gritó…gritó como si quisiera que el universo lo escuchara. Apretó los dientes, al mismo tiempo que la presión de los dedos jalaban el gatillo. Y el “click”, se transformó en un fogonazo y en un estruendo seco.

Y en ese instante, la nada misma.

No había sangre, no había cadáver…ni siquiera había arma.

En un lado de una mesa de algún departamento, sentado sólo, un hombre, mirando con cierta duda una silla vacía que se encuentra frente a él.

El teléfono del lugar suena. El hombre atiende con prisa.

-Hola Daniel, ¿Vas a ir al final? Estamos esperando que te decidas-

-SI, si voy… Tardé en decidirme porque estaba analizando entre dos opciones, pero ya lo resolví-

La puerta del departamento suena cuando se cierra y no queda nada más que el silencio, adueñándose de todo.

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