/De los hombres y la virilidad

De los hombres y la virilidad

No hay verdad menos mentirosa, o como otros dicen, más verdadera, que la que dice que, en la tierra, hay hombres y hay mujeres. ¿Quién puede negarlo? Véase usted lo que se tenga que ver y, ahí, a la vista, tendrá su género inconfundiblemente definido. Pregúntele a un catalán independentista, «¿de dónde es usted?», y atienda a su respuesta, que pronto dirá «Jo soc catalá» y, sacando la bandera catalana, pisoteará la española. Ahora, pídale su carnet de identidad, es decir, su documento nacional de identidad, y verá usted su nombre y, sobre este, leerá “Reino de España”. Es decir, por mucho que digan, el que nace un hombre, siempre será un hombre; el que nace en España, será español; y que, con todo el dolor del mundo, la Fiesta del Sol, por mucho que lo intenten los sanjuaninos, nunca será como La Vendimia. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

No hay, sin embargo, mentira más mentirosa que la que dice que un hombre, para ser hombre, debe hacer lo que, en general, los hombres hacen; y, ¿qué se supone que hacen los hombres? Dice El Código de la Virilidad, sepa usted que hombre escribiría tal aberración, que se sientan con las piernas abiertas; que, en vez de cruzarse de piernas, ponen el tobillo en la rodilla; que no pueden hacer dos cosas al mismo tiempo y que, como los perros, andan siempre en celo; vaya usted al bar de la esquina en la final de la Eurocopa, y verá usted lo que los hombres hacen. ¡Hombre, no! Hay hombres de muchas clases, como al que le gusta más un museo que el fútbol. También hay españoles de muchas clases, como el que se siente y habla catalán. Igual que esos sanjuaninos que sueñan ser mendocinos, y esos mendocinos que se sienten chilenos. Sean como sean, luzcan como luzcan, vayan al museo o al bar, esos hombres, son hombres, porque nacieron hombres.

¿Por qué separamos los géneros según los actos? Pues, imaginemos, por un momento, que, verdaderamente, así fuera la división. Vayamos al bar justo el día de la final de la Copa de América; Argentina y Chile juegan por la victoria, en el bar hay varios weones y la tensión es tan densa que se palpa, ¡huele a macho!; busquemos al hombre que más grita, el que más muerte le desea al árbitro, el que más abiertas tiene las piernas al sentarse y grita a berridos «¡uy!» Ese que bebe cerveza y no para de beber, sí, ese que tiene la camisa abierta y muestra el vello de la virilidad alfa. ¡Préndanlo! Se defenderá, probablemente intente atizaros con el botellín de cerveza, les dirá de todo menos bonito, luchará por su vida y vuestra muerte. Métanlo en una máquina del tiempo, y envíenlo a Esparta, justo el día de la Batalla de las Termópilas contra los persas; júntenlo con los hombres, los soldados, y vea usted como huye el macho cabrío llorando y maldiciendo su género de hombre; verá como sufriría veinte partos antes que enfrentarse a los persas. ¡Ya no es hombre! Pues no hace lo que los hombre de Esparta hacen.

Considero que no hace falta más explicación. Así, pues, concluyamos y digamos que un hombre, como ha nacido hombre, es hombre. Vea usted a un hombre cruzarse de piernas que seguirá siendo un hombre. Vea usted a un hombre con vestido y peluca, que seguirá siendo hombre. Escúchelo aborrecer el fútbol, que seguirá siendo un hombre. Escúchelo hablar amanerado, que seguirá siendo un hombre. Dejemos a los hombres ser hombres como quieran, y no juzguemos nosotros cómo se debe ser hombre. No sea usted como los animales, que parecen estar hechos en serie, todos con casi un mismo comportamiento e intuición. Entienda que los humanos, cómo nacieron humanos, humanos son y, gracias al cielo, tenemos la capacidad de diferenciar nuestra personalidad con gustos, moda y habla.

¡Vivan todos los hombres!

ETIQUETAS: