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Mandato y revolución

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“Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión.”
José Ortega y Gasset

Seguí el hilo de esta saga leyendo estas notas:

El deseo de repetir
La responsabilidad del querer

Julián era, a simple vista, un tipo normal. Contrario a su apariencia había tenido una infancia dura. Aprendió a sufrir antes que a reír, dueño de una adolescencia cargada de violencia pero con una capacidad de amar increíble. Básicamente, cuando él quería podía hacer feliz a cualquier mujer y también ser sumamente frío hasta ser tildado de mala persona.

Conoció a Lucía en sus últimos años de facultad y aunque nunca estuvo realmente enamorado de ella, aprendió a quererla puesto que le brindaba una paz y una compañía que lo hacía sentir tranquilo. Conforme pasaron los años llegó el momento de casarse. Julián, sin siquiera pensar las consecuencias, dijo sí. Él sabía que Lucía lo amaba con locura y en su intento de no ser un mal tipo, resignó su vida en altar por aquel cariño que supo tenerle años atrás. En el fondo, sin ser amor, la respetaba a su manera y le guardaba un querer -de esos raros- a Lucía.

La vida tiene esas cosas retorcidas y como dicen los viejos “cuando el diablo mete la cola se complica” y este caso no sería diferente. Fue en una reunión de amigos de la facultad donde la conoció. Había asistido solo, como de costumbre, dado que Lucía no era muy sociable y prefería quedarse en la tranquilidad de su casa.

Desde esa noche y de ahí en más, nada sería lo mismo, ni tranquilo, ni para siempre.

En aquella reunión una joven se destacaba. Mina Murray también había ido sola, mujer bonita, sin grandes atractivos físicos. Sabía ser bella con lo que tenía y abría mares con su sonrisa. Julián juraba con mirarla que ella tenía el poder para derretir un glaciar si lo besaba. Para qué ahondar en detalles si el choque estaba a la vista. Él podía hacerla reír y ella disfrutaba al regalar su risa. El alcohol y la soledad que ambos llevaban por dentro, los guiaron para concretar la noche haciéndose propios. Lo hicieron de una manera en la que sobraban las palabras y protagonizaron los gemidos en el baño de arriba de la casa que fue testigo de aquel encuentro.

Pasó el tiempo y siguieron viéndose a escondidas. Mina escapándose de Lucio y Julián de Lucía. Expertos en hoteles, en departamentos de ocasión, graduados en el arte de la mentira. Hicieron de la infidelidad una profesión de la cuál vivían los dos, con una piel que parecía no tener fin, con los sentimientos justos para volver a verse sin elegirse y con un manual de infinitas formas de tocarse escrito por ellos.

Mina y Julián pasaron juntos cuatro hermosos años, lejos de la rutina y el mal aliento matutino. Desprendidos de los reproches, disfrutando. No quería dejarla, era evidente. Pasaba horas pensando cómo fue que pasó. Lucía se estaba cuidando, no estaba en los planes tener un hijo todavía. El aborto no era opción, escaparse con Mina era una idea recurrente pero no con su sangre materializándose en el vientre de Lucía. ¿Qué hacer?

No quería ser igual a su padre pero todo indicaba que estaba repitiendo patrones. Sólo le faltaba que Murray también quedara en cinta y la historia de su papá sería en él.

– ¡Basta! ¡Basta de pensar!- se repetía incansable y se sostenía la cabeza con las dos manos. Había que hacer las cosas bien, como siempre. Como el sí del matrimonio, como el sí cuando ella quiso pintar la habitación color durazno, como el sí cuando la mamá de Lucía se quedó en casa toda esa temporada, como el sí de todas las navidades con su familia y ninguna con la suya, como el sí porque sí . Sí, sí, sí a todo y para todos. Sentía por primera vez que nunca había vivido algo para él y por él, que nunca se priorizó.

Que los de afuera habían tomado decisiones sobre su vida y él solo seguía la ruta de lo ideal, no de lo que lo hacía feliz. Ni siquiera quería ser el ingeniero reconocido que era, ese había sido el deseo de su madre.

Estaba aturdido, cansado de ser, con una responsabilidad que le pesaba como ninguna otra y lleno de sentimientos encontrados porque la idea de ser padre lo enamoraba.

El problema era, sentir que traicionaba a su hijo si engañaba a Lucía. Lo habló con dos de sus amigos, uno el marido fiel; el otro, un pirata sin censuras ni códigos. El primero le decía que se aleje de Mina, el segundo, que si se alejaba la volvería a buscar en el cuarto mes de embarazo, en el octavo y después del primer año del niño. Luego todo volvería a la normalidad.

No fue sino llegando al tercer mes que Julián tomó coraje para decírselo a su chiquita especial. Así y todo no alcanzó, sólo pudo decirle que Lucía quería ser mamá.

La veía a Mina tan infeliz con su vida que sentía culpa de abandonarla, a Lucía tan frágil que no se atrevía a contarle la verdad. ¿Cómo decirle que no la amaba? Que no provocaba en él más que cariño del viejo. Que ni siquiera tenía ganas de hacer algo para mejorar la pareja.

Julián quería un cambio, quería revolución…

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PH Mariano Damonte  y Punto de Fuga, Buenos Aires.