/María Bautista: la dama de blanco del bosque inundado de Potrerillos

María Bautista: la dama de blanco del bosque inundado de Potrerillos

María la bella, de las más bellas del pueblo. Nacida y criada en la villa de Potrerillos. Vió nacer incrédula el lago, ese bello espejo de agua que sepultó todo lo que conoció durante su niñez.

Egresó del colegio de la villa junto con la promoción mas numerosa de la que se tenía recuerdo, 12 jóvenes llenos de esperanza. Con todo el esfuerzo que significaba para su familia, le costearon la carrera de maestra de nivel inicial en el Magisterio. Cursó y sacó las materias en tiempo récord; soñaba con vivir el resto de su vida en la ciudad, pero al poco de comenzar se dio cuenta cuanto extrañaba la calidez de la gente, las noches frescas y estrelladas de su hogar.

En el último año de cursado conoció a Fabricio, profesor de gimnasia, joven, atractivo, extraño a todas sus costumbres y alejado de su familia por decisión propia. Apenas conoció a la familia de María, Fabricio quedó encantado, por lo que accedió gustoso a vivir en Potrerillos.

Pasaron algunos años hasta que la pareja decidió casarse, en una humilde ceremonia civil con un festejo familiar.

Siendo ambos maestros de un lugar tan chico eran conocidos y queridos por todos. Lo único que faltaba era el niño; y para la primavera del 2010 María anuncio saltando de la alegría que estaba en la dulce espera.

A pesar de todos los cuidados que tuvo, el embarazo fue bastante complicado; a partir del séptimo mes debió guardar reposo. María era una mujer muy activa; y el hecho de tener que estar en una cama por dos meses la sumió en una profunda depresión. Ni siquiera el nacimiento de la pequeña cambió su estado anímico; Fabricio no comprendía como podía rechazar a la hija que tanto habían deseado.

María fue a un conocido psicólogo que la diagnóstico con depresión postparto, desechó la posibilidad de medicarla porque le sería imposible amamantar. La terapia no daba frutos; y a duras penas conseguían que alzará a su pequeña.

Fue durante una cena familiar que Enzo, primo de María, le habló del pastor de su templo. Ella era atea declarada, por lo que la sorpresa fue mayúscula cuando accedió a conversar con el pastor.

Dos días después llegó de visita el pastor José, un joven y carismático discípulo de la iglesia adventista. Se sentó con ella y charlaron durante horas, al final del encuentro María rompió en llanto y prometió ir al templo.

Desde que tuvo la charla y en especial cuando comenzó a asistir a las reuniones, cambió radicalmente su actitud, en especial hacia su hija.

Al poco tiempo, María fue bautizada; pero a diferencia de la iglesia católica, el bautismo es un sacramento que toman cuando son capaces de elegir.

María aseguraba que era necesario bautizar a la pequeña, aunque pastor y familia insistían en que debía esperar a que fuera el momento indicado.

De la nada, la pequeña Sofia comenzó con una molestia por la que despertaba todas las noches.

Llámenle mal de ojos, empacho, o lo que sea, pero tras varias semanas de quejas entendieron que lo único que le la calmaba era la suave voz de María que entonaba:

“La Virgen se está peinando

entre cortina y cortina

los cabellos son de oro

y el peine de plata fina.

Pero mira cómo beben los peces en el río

Pero mira cómo beben por ver al Dios nacido

Beben y beben y vuelven a beber

Los peces en el río por ver a Dios nacer.

La Virgen está lavando

y tendiendo en el romero

los pajaritos cantando

y el romero floreciendo.”

Era asombroso, pero era la única melodía que la calmaba.

– ¿Ves amor? Ella también quiere ser bautizada.- repetía insistente

Cuando Sofía estaba por cumplir el año enfermó, pero esta vez no había melodía que la calmará. Los médicos aseguraban que era la leche de la madre la que le hacía mal, por lo que debió dejar de darle el pecho. La muchacha volvió a caer en una depresión aún más profunda que esta vez si requirió medicación. Las pastillas la convirtieron en un ente, dejó de asistir a clases y no hacía más que comer y dormir.

Una noche de invierno al volver de dar clases, Fabricio encontró su casa vacía sin rastros de su esposa ni de su hija. Subió al auto y fue a buscar a la casa de sus suegros, no la habían visto. Un escalofrío le recorrió la espalda.

Bajó hasta el lago y vio a la distancia las luces de un coche. A medida que que se acercaba se dio cuenta que era el auto de María.

Al bajar la vio con su batón, entre los esqueletos de los árboles; y sumergida hasta las rodillas en las gélidas aguas.

Sostenía en sus brazos a Sofía.

– ¿Amor, que hiciste?

– Gordo, sabía que tenía que bautizarla. Ya no llora más.

Fabricio se quebró, la manta que cubría a la pequeña estaba empapada, su gesto lleno de paz, su tez una vez rozagante era ahora blanca como el papel.

Al ver lo que había hecho, Fabricio abrazo a María y mientras lloraba la hundió en el agua, ella no ofreció resistencia alguna, él comprendía que de alguna manera la estaba librando de su pena.

Dicen aquellos que pasan la noche en lo que se conoce como el “bosque inundado”, que alrededor de la 1 de la mañana se puede escuchar el llanto de un bebé; y el sonido de una mujer entrando al agua y mientras entona melancólica:

“Pero mira cómo beben los peces en el río

Pero mira cómo beben por ver al Dios nacido

Beben y beben y vuelven a beber

Los peces en el río por ver a Dios nacer.”