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Mujeres

Cada una de nosotras es digna de una historia para aplaudir, todas. Víctimas, heroínas, compañeras, madres, hijas, amigas, tías, abuelas, sobrinas, empleadas, dueñas, ricas, pobres, zurdas, fachas, solteras, casadas, separadas, lesbianas, transexuales, bisexuales, pansexuales, heterosexuales.

Sufridas, derrotadas, vencidas, felices, orgullosas siempre en todas hay ojos con historias.

Las que no pueden pero pueden igual”

Desde que tengo uso de razón me acuerdo de mi mamá estando. Siempre estando. Ya se me corren las lágrimas de solo empezar a pensar. Una mujer pensante, laburadora como la mierda, sabia, siempre cuerda, siempre coherente, compañera hasta el punto necesario. En mi casa fue el gran sostén no solo económico sino en las decisiones, los consejos, las maneras de descubrirnos y ayudarnos a hacer nuestro camino. Mi mamá me enseñó con tanto esfuerzo el significado de las palabras. Cuánto peso tiene lo que uno dice, cómo lo dice, cuando lo dice e incluso que importante es la paciencia y el silencio para esos momentos en los que una quiere salir a romper todo. Siempre me repitió la palabra “paciencia”.

No puedo borrar de mi cabeza la duda que siempre me generó su expresión de cansancio. Siempre preocupada, pero sin decirlo. Sin querer preocupar a los demás, laburando desde las 5 de la mañana hasta las 6 de la tarde todos los días. Estando presente para nosotras, sus dos hijas, que hoy con orgullo, los ojos llenos de lágrimas caminan por la vida escuchando lo grandiosa que es su madre y el ejemplo que significa para tantos. Una diosa en el sentido de la palabra, una guerrera a la que le escribiría un libro entero.

Mi hermana. Siempre mi ejemplo a seguir, siempre quise tener su templanza, su tranquilidad, su manera tan respetuosa de naturalmente saber ponerse en el lugar del otro. Muchos años sin hablarnos, muchos años sin saber pero a la vez sabiendo todo una de la otra. Mi hermana a la que nunca voy a poder ver llorar. Mi hermana que me enseñó sin querer lo difícil que es el desamor, me escuchó y se sentó al lado mío a enfrentar situaciones que ninguna de las dos sabía cómo manejar… y pudimos. Sin mirarnos, pudimos. Mi hermana que renació cuando alejó de su vida las sombras que creía luces, fue mi ejemplo para saber que de verdad “todo pasa”.

Mi abuela Coca. Acá sí que me quedo sin palabras, ella sí que era todo. La que armó una familia que no se pelea por nada, una mujer que perdió su sostén y salió con todo con seis hijos a darles lo más importante que nos puede dar la vida que es el RESPETO y el AMOR. Y así logró que nos criaran a todos, con respeto y con amor, y nos amamos y nos respetamos de una manera tan pero tan incondicional que no hay espacio ni tiempo que nos debilite. Mi abuela Coca que se iba a los 80 años a tomar cerveza después de misa hasta cualquier hora y nos tenía a todos preocupados, pero se reía cuando la encontrábamos. La mujer que se ganó el amor incondicional de 22 nietos y seis hijos y que fue madre de los seis que acompañaron a sus hijos. La Coca, mujer infinita, incuestionable, intachable con sus manos delicadas y esos ojos que solo transmitían paz.

Mi abuela Rosa, una mujer que a pesar de no haber llegado a conocer en profundidad se quedó sola con dos hijos chicos y tuvo que aprender a los golpazos a vivir, a ganarse la vida, a compartir y encontrar la manera de poder sacarlos adelante. Mi abuela que siempre tuvo una postura ante la vida muy particular, con una fortaleza que de chica no entendí y hoy me encantaría observar, charlar, entender más. Descubrí que a veces nos olvidamos de esa historia guardada en los ojos que mencioné al principio y principalmente descubrí que es tan importante frenar dos segundos a ponerse o al menos intentar ponerse en el lugar del otro para amar.

Mis tías. Todas, mujeres que en sus mundos son súper heroínas, que descubrieron y siguen descubriendo sus pasiones y sus debilidades, que se desviven de amor por sus hijos, que trabajan todas a su modo y que en sus estilos diferentes de vida a la hora de juntarse no importa nada más que estar juntas y compartir. Todas reinas del amor. Criando hijos y viendo a sus nietos crecer. Fomentando el compañerismo, estableciendo que la familia es amistad. Dejándonos a todos vivir y levantando nuestros pedazos cuando nos equivocamos o nos debilitamos. Soportando el dolor de la distancia, soportando quizás estilos de vidas inimaginados solo por ver nuestra mirada satisfecha de crecer y de aprender. Mías tías, las incondicionales, tan fuertes como el ruido de las olas en el mar y no lo tomen como una metáfora barata sino, literalmente como el impacto que tiene el agua en las rocas. Así son mis tías, se las presto cuando quieran, pero nunca los van a querer igual que a mí.

Mis amigas. Todas por distintos motivos nos transformamos en mujeres antes de lo que nos hubiera gustado, todas nos volvimos adultas a los palazos, sufriendo por lo que sufría la otra. Incondicionalmente, haciéndonos mujeres a la vez. Decidimos hacerlo juntas, para vencer tantas cosas que nos atormentaron. Lo mejor es que todas como mujeres en desarrollo de la mano lo logramos una vez más. Superamos muertes, enfermedades, infidelidades, decepciones… fuimos descubriendo juntas que nuestras familias son nuestros pares, que nuestros futuros estaban asomando y que había que hacerse cargo con la frente bien alta. Así que elegimos siempre perdonarnos ante los errores, extrañarnos cuando estamos lejos y ser siempre sinceras con todo porque la verdad es lo que nos mantiene unidas, repito, como mujeres en desarrollo porque descubrimos que uno nunca deja de crecer.

Mujeres. Todas las mujeres de la historia y del mundo somos sostenes de amor, de respeto, muchas veces somos superadas por el dolor porque nos corre por la sangre la pasión y los impulsos. Somos frágiles pero profesionales para llorar en la ducha o debajo de la almohada. Somos las mejores negadoras del mundo, pero también las somos las que tenemos el don de la mente que no para de hablar verdades. Estamos siempre atentas, siempre sabemos qué hay detrás. Nosotras, mujeres, siempre podemos más incluso cuando repetimos que no, sabemos que sí. Podemos más. Somos románticas, tenemos recuerdos del primer beso, y siendo más realistas somos víctimas de ver sufrir a quien amamos. No nos culpemos por vernos en veredas diferentes. No nos señalemos por estar trabajando y estar pidiendo o viceversa, agarremos nuestras manos simbólicamente y empaticemos con nuestras historias, sentémonos a pensar que juntas no nos puede parar ni un desastre natural.

Mujeres, les dedico tantas canciones a todas, les deseo fortaleza, porque hemos venido a este mundo a enseñar, a dar amor, a respetar. Hemos remado contra la corriente muchas veces a lo largo de la historia para conseguir revoluciones, libertades, comida, la mejor educación para nuestros hijos, hemos recorrido el mundo para ver una mirada, hemos sido musa de tanto arte y hemos sido víctimas de mucho dolor. Pero todo eso hace que yo me sienta plenamente orgullosa de ser mujer, me hace amar tanto a todas las mujeres que mencioné, me hace feliz tener en la mirada una historia qué contar gracias a estas mujeres.

Vamos mujeres, juntas a favor y en contra de lo que haga falta, pero nunca olvidemos de respetarnos, de entendernos y de festejarnos como tal.

¡Feliz día de la mujer! Las abrazo a todas con tremendo orgullo.

Que desafío más hermoso el de ser mujer. Somos una revolución imparable.

En especial a mi mamá y a mi hermana que son el mejor ejemplo de mujer que pude tener para ser quien soy hoy… una mujer orgullosa de estar en permanente desarrollo.

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