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Parir en casa

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Mi papá cayó con un papel en la mano, una lista de todo lo que por esos días no lo dejaba dormir. Mi madre traía sus temores en los ojos y los sabía de memoria. Corría el octavo mes de embarazo y la decisión estaba tomada: nuestro bebé nacería en casa. Pero no me bastaba con hacer las cosas a mi manera, también quería que mi entorno me avalara. O al menos estuviera al tanto.

El muy abogado de mi padre empezó diciendo que “yo no tenía derecho a tomar esa decisión” porque –más allá de la mía- ponía en riesgo la vida de otra persona. Que estaba siendo caprichosa y egoísta. Y no dejó de mencionar ninguna catastrófica posibilidad entre todo aquello que podía fallar, a fin de hacerme cambiar de idea. Mi madre no emitía opinión, quizás porque yo ya sabía lo que pensaba. Tenía un miedo espantoso, pero también entendía que mis justificativos eran válidos. Ella me dio a luz en el hospital –como Dios manda- y apenas nací me llevaron a hacer las revisaciones de rutina sin siquiera decirle si yo estaba bien… o viva. Son cosas de las que una mamá no se olvida.

Cuando me recuerdo en esos momentos me sorprende la madurez implacable que tuve para hacerme cargo de todo el proceso. Desde el momento que supe que estaba embarazada empecé a buscar información sobre todos los procesos y cambios que experimentaba mi cuerpo. No quería delegar mi salud y la de mi niño en las manos de otra persona –así fuera un médico. Quién lo gestaba era yo, quería saber todo al respecto.

El parto significaba mucho más que un trámite para mí. He escuchado mujeres programar cesáreas por miedo a sentir dolor, o inclusocon el fin de “que la concha no se estire”. Mujeres que no dan de mamar para no echar a perder sus tetas, como si pudieran serles útiles para algo mejor en la vida. Pero yo quería atravesar esto de lleno, literalmente “ponerle el cuerpo”. Sentía que toda la lucha de millones de años de evolución se sintetizaba en esa panza que crecía, en mis pechos adoloridos, en mi miedo.

Desde hace 340.000 años los seres humanos nacíamos como cualquier otro mamífero: en algún refugio de la naturaleza y, mucho más tarde, en sus casas. Viéndolo de esta manera, “los hospitales son una moda” que lleva apenas dos generaciones. Sí, claro, dos. Mi abuela también nació en su casa.

El parto es un proceso biológico que –cuando sucede en salud- debería desarrollarse sin mayores complicaciones. En Europa existen las casas de partos, que son lugares donde las mujeres se internan exclusivamente para dar a luz. Tienen espacios pensados para hacer el trabajo de parto más ameno, recursos técnicos de asistencia si algo se complica y, por supuesto, atención y cuidado para la mamá y bebé recién nacido. También en Holanda –país europeo con mayor tasa de nacimientos en casa- existe un servicio de “ambulancia” que es un pequeño quirófano estacionado en la puerta de tu hogar, con equipamiento y personal capacitado listo para actuar si es necesario.

La situación en Mendoza no es tan auspiciosa. Las casas de parto no existen, mucho menos el servicio de “ambulancias quirófano”. Si una quiere parir en casa no sólo no hay obra social que te reconozca los servicios de partería, sino que es casi ilegal y cualquier persona que “tome el riesgo” de asistirte (médicos, parteras) podrían perder la matrícula y hasta ir presos. Ni hablar de luego tramitar los papeles de tu niño –dni, certificado de nacido vivo- que los hospitales se reúsan a dar por una estricta legislación diseñada para evitar la trata de personas.

Aunque también podemos mencionar algunas buenas intenciones que están aflorando. El Hospital Militar (paradójicamente!) tiene un servicio de parto respetado donde la mamá puede parir según lo que dicta su cuerpo. La clínica las Heras, no cuenta con un espacio físico diferenciado para este fin, pero también sigue una línea donde los médicos buscan respetar lo más posible el proceso biológico y la voluntad de la mamá. También existen muchas parteras que “apoyan la causa” y atienden partos en casa, además de realizar acompañamientos perinatales y círculos de apoyo.

Peligroso o no, bueno o malo, el parto en casa es una realidad que está sucediendo y frente a la cual el estado debería tomar cartas. Simplemente porque si existieran leyes que contemplaran este “pedido social” que se está dando, los riesgos serían menores. Para empezar, se podríadestinarpresupuesto a crear espacios para partos humanizados en los hospitales: cuestiones que no son lo suficientes rentables para que el ámbito privado las emprenda y aun así son muy necesarias. También las obras sociales podrían incluir en sus prestaciones servicios profesionales y asistencia técnica a domiciliaria. Existiría un modo “legal” de inscribir a tu bebé no nacido en hospital y hasta quizás casas de parto del estado, con costos accesibles o consideradas por la obra social como otro tipo de internación.

Cuando las legislaciones buscan “frenar” los procesos sociales, lo que sucede es que la gente encuentra la forma de hacerlo de todos modos: por izquierda, mucho menos amparada y a costa de arriesgar su vida. Quizás a algunos les parezca caprichoso, como a mi papá. Pero para mí era tan importante que lo hice, contra viento y marea, asumiendo los riesgos.

Es mi deseo que en el futuro, mujeres que también tengan esta necesidad, se encuentren más amparadas. Que el paradigma no las condene. Que volvamos a confiar en nuestra parte sabia, instintiva, animal. Y que la evolución técnico-científica sirva para dar apoyo, no para coartar.

Para cerrar: no le recomiendo el parto en casa a nadie. Para traer un niño al mundo de esta forma tenés que estar 100% segura por vos misma. Si no necesitas que te lo recomiende y confías en que sabés lo que haces, entonces adelante.

(Es la mejor experiencia de la vida.)

unachicalmodovar.blogspot.com.ar

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