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Pequeños pedazos de cielo

Transcurría el año 2014, era una tarde noche de abril bastante fría, mis compañeros de facultad y yo nos encontrábamos en la plaza Independencia haciendo tiempo para entrar a ver una obra en el teatro Quintanilla. Jamás esperé que ese día fuera el más loco, bizarro y hermoso de mi vida.

Entre mates y tortitas esperábamos que llegara José, un chico extranjero que tenía nuestras entradas. Mientras lo esperábamos notamos que sobre calle Chile una chica y su madre gritaban desesperadas, no lo dudé ni un minuto, salí corriendo para ver si estaban bien o si las podía ayudar en algo, detrás de mí venía a quien llamaré Carolina, ni ella ni yo nos imaginábamos con la escena con la que nos íbamos a encontrar.

La chica estaba embarazada y había roto bolsa mientras caminaba con su madre, se desvaneció y con la ayuda de un chico pudimos ubicarla en uno de los bancos de dicha plaza, intentamos frenar un taxi, pero en el momento que la madre le dijo que no tenía plata para pagarle el viaje hasta el Lagomaggiore el tipo arrancó sin una gota de humildad, la chica gritaba cada vez más y la madre estaba en off side.

No lo pensamos más, nos miramos con Carolina y fuimos hasta donde estaba ella, mientras mi amiga intentaba calmarla yo le bajé los pantalones con ayuda de su madre, realmente en ese momento la desesperación era tal que no me importó no saber un choto sobre partos y esas cosas, lo único que importaba era que ese niño viniera al mundo en tiempo y forma (una forma medio rara, pero en forma al fin).

Una multitud de gente nos rodeaba mientras los preventores daban aviso a la policía y al servicio coordinado de emergencia, una chica me acercó alcohol en gel y me desinfecté las manos, al volver a mirar vi que se asomaba el niño, la chica pujaba con fuerza y de apoco la cabeza ya estaba afuera, lo agarré y con mucha sutileza mientras ella pujaba fui rotando al niño hasta que salió por completo, un transeúnte vino con un cuchillo, lo desinfectamos y la nueva abuela entre lágrimas cortó el cordón umbilical.

El niño nació pero no respiraba, fueron los segundos más largos de mi vida, lo envolví en mi campera de cuero y se lo pasé a una mujer que estaba a mi lado, ella lo puso boca abajo y empezó a darle palmadas hasta que el niño reaccionó, la alegría fue inmensa, hubieron aplausos y abrazos por doquier, hasta que la chica todavía en la camilla improvisada empezó a gritar “¡Son dos, son dos!”. Todos nos miramos sorprendidos, en ese momento llegó una oficial de policía y ella fue la que se encargó de traer al segundo niño al mundo.

Fue una tarde mágica, jamás pensé vivir esta experiencia, ver nacer vida es lo más hermoso que puede experimentar un ser humano, después de que a la nueva madre se la llevaran en la ambulancia para ser atendida correctamente, nosotros continuamos con nuestro itinerario, sin importar en absoluto que yo estuviera bañada en líquido amniótico.

Y hoy por hoy Carolina y yo somos las orgullosas madrinas de dos pedacitos de cielo que llegaron una tarde noche de abril a nuestras vidas y que su historia será recordada por todas las personas presentes ese día.

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