/Por mí. Por vos.

Por mí. Por vos.

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Seguí el hilo de esta saga leyendo estas notas:

El deseo de repetir

La responsabilidad de querer

Mandato y revolución

Hijo de la desesperación

 

Apareció en mi oficina con su vestido azul después de haberme leído.

No sabía bien qué escribirle. Estaba resacoso.

¿Qué era esto? ¿Una carta de despedida? ¿Una crónica de asesinato? Ella lo sabría entender, después de todo, no nos unía el amor sino la responsabilidad social y los muertos que nos cargábamos y que entre los dos nos cubríamos.

Escribo como quién lo hace luego de una noche de alcohol, aunque sean pocos los que hagan catarsis en letras. La culpa es de ella. Ella me enseñó que cuando alguien no sabe cómo expresarse tiene que escribir y las letras fluirían solas

Bueno, acá estamos entonces. No me preguntes por qué, pero cuando me dijo Celina que había llegado un correo de poca importancia, no lo leí. A la semana siguiente, mi secretaria me preguntó si estaba bien, si había leído el correo. Le respondí -seguro de mí- que sí. Ella me dijo que sabía que era de una mujer que quería perjudicarnos.

Era de Lucía. Si, esa misma, la esposa de Julián. Un mail dónde me contaba que no tenía más remedio que embarazarse para retener a su marido para retener el amor que vos, durante cuatro años, le robaste.

No lo contesté. Me dio vergüenza. Por vos y por mí. ¿Qué podía pensar la gente? Quise cuidarte y desmentí toda duda y todo rumor que pudiera correr. Pero tenía que hacer algo, lo tenía que solucionar.

No podía llamar a nadie, todo se habrían enterado que yo era un cornudo, que me habías visto la cara durante años. Años en los que nunca te faltó nada, ni amor, ni compañía, ni alguien que te cuidara o e deseara. A mi entender, lo tenías todo.

Lo estudié.

Cada mañana su rutina, su entrada al trabajo, la gente con la que hablaba, los negocios donde compraba. Así todo un mes. No me importó un carajo que estuviera por ser padre, esa criatura no tenía la culpa de tener al padre más débil y pelotudo que pudiera tocarle. Sin embargo yo, cuando te diera un hijo, serías una mujer orgullosa de mí y del futuro que podríamos darle, Pero ese es otro tema.

No quería pedirle a Mario que se encargara, este era un tema entre este tal “Julián” y yo.

Lo esperé con el auto en la bifurcación de Rodeo de la Cruz y Corralitos. Cuando lo vi cruzar, solo aceleré. A pesar de las casas nuevas, sigue siendo tierra de nadie. Sólo sería un accidente vial más.

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Y así fue.

Aún recuerdo su cara de pánico, seguro nunca le viste la cara como yo se la vi en esos segundos de justicia. Con pánico, con miedo. Vulnerable y regalado.

¿Sabes qué se me viene a la mente? El sonido de sus huesos, quebrándose hasta astillarse uno por uno bajo las ruedas de nuestro auto. Auto que no dudo que hayas usado para saciar tus fantasías. Y lejos de no conciliar el sueño estas últimas noches, me siento tranquilo y relajado de saber que vas a aprender, que vas a entender. Que faltarme el respeto a mi es faltarle el respeto al poder y cualquier cosa que toques estará maldita. No porque seas el resto de la viña del señor, sino porque te sigo los pasos de cerca. Y esta vez te pasa cerca, la próxima…la próxima la recibís vos.

Todavía me resulta un poco alarmante el silencio de sus gritos, ya que no tuve el placer de escucharlos. Habría sido de gran goce para mi escucharlo sufrir, al mismo tiempo que él reproducía tus gemidos en su cabeza.

Cuatro años. Cuatro años juntos más un embarazo y una mujer que, por tus caprichos sexuales, tendrá que criar sola a una criatura.

¿Qué más querés que te diga?

No podés esperar que me encuentren, sólo sucedería si entregás esta carta. Eso no va a pasar, salvo que estés dispuesta a todo.

Te veo a las quince en mi oficina. Si te ponés el vestido azul, entenderé que comprendiste y aceptaste todo, entonces las cosas volverán a la normalidad y nada de esto habrá pasado.

Te amo con el alma.

Lucio.

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