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Ser gorda y fea: hoy y siempre

Qué feo es ser distinto. No encajar en el modelo que la sociedad, Tinelli o tus pares imponen y exigen. Dentro de esta categoría nos encontramos nosotras, las gordas. No somos personas muy populares socialmente. Lo mismo debe pasarte cuando sos boliviano o fan de los wachiturros. Es la cruda verdad, que obviamente, por ser gorda no me gusta. Y el INADI que no diga ni pío. Mucha discriminación, mucha denuncia, pero la Ley de Talles se la pasan por la raja los negocios, o le cambian la etiqueta y a un talle M le clavan XXL. Te dan ganas de prender fuego la tienda, cuando el esqueleto andante que contrataron para atenderte te mira despectivamente diciéndote que para vos no hay. Otro tema es ese, ¿Quién querría en su negocio a una vendedora gorda, por ende con mala imagen, según ellos?

Es algo que, por más que nos hagamos los progres, va a seguir pasando hasta el fin de los tiempos. Y los que van a saltar a darme una lección de humanidad y de belleza interior, son los mismos que ven dos hombres besándose y se horrorizan. Entonces, no hay que se hipócrita con estos temas. Yo soy gorda y les canto la posta. Es la triste realidad, y yo, que me autoproclamo estandarte de la belleza exótica,  y (no se porqué) puedo cagarme de la risa de mí misma, les voy a contar la experiencia por la que transitamos las anchas normalmente.

Muchos dirán que ser gorda no es sinónimo de ser fea, pero convengamos que es equiparable en un 95%. Que la cara bonita viene acompañada de un envase familiar como la gaseosa de 3 litros. Que hace que todo lo orbite alrededor de eso, se vea feo. Sea rechazado. Si no, no se explicaría la locura de las mujeres por adelgazar, porque el dueño de IMA tiene acciones en Google o porque alguna chicas llegan al extremo de meterse los dedos en la garganta para lanzar o de dejar de comer, enfermándose de por vida.  ¿O acaso la frase de consuelo no suele ser “Sos gorda, pero sos linda”? Bueno, no me consuela para nada eso.

Ojo  que reconozco  que mi condición es absoluta y completamente mi culpa, porque amo comer. No le voy a echar la culpa a la tiroides, a la estructura ósea o a que soy ansiosa. A pesar de todo esto, tenemos que estar  en sintonía para aceptar que te gusta lastrar más que vivir y no caer en la tentación de la dieta de la luna, las pastillas para adelgazar y otras yerbas. Hay que tener una autoestima de hierro, a decir verdad. Si fuésemos flacas, probablemente estaríamos con novio o casadas a esta altura. Porque somos como las tortitas robadas: Nos comen a escondidas. Porque lo que busca la mayoría es la “Novia trofeo”, así sea una pelotuda o se coja a todo el barrio. Tenemos que esperar al que verdaderamente vea que somos buenas minas, más allá de que parecemos dinosaurios bebé.

Sabido es que si sos fea de carompa, podés pilotearla en una noche de boliche. Con las luces tenues, el maldito flash ese encandilando por todos lados, es muy probable que tus detalles faciales pasen desapercibidos hasta que el flaco te levante el velo después de que el cura diga “Ya puede besar a la novia”. Ahora, con las gordas es otro el problema. Al ser poseedoras de mucho volumen, todo lo que se encuentra alrededor, se ve más pequeño. Me estoy refiriendo a las yeguas de tus amigas, que las amás, y siempre se pasan la noche rechazando flacos. Somos “El brazo salvador” de ellas. Apenas se les acerca alguien se nos cuelgan del brazo mientras sutilmente lo despachan. A nosotras nos sacan a bailar sólo para que el grupo de amigotes que está a un costado se cague de la risa, o nos hablan para decirte “Mi amigo quiere bailar con vos” mientras de fondo escuchamos las risotadas de todo el grupete.

¡Y después quieren meternos el cuento de que lo que importa es lo de adentro! Andá a hacérselo entender a la pobre mujer joven, esa que va a tener novio más tarde que todas, porque en la secundaria se cansó de ser el chivo expiatorio de todo el mundo, menos de las dos o tres anormales como vos que formaban su grupo de repudiadas. Leyéndolo así, suena muy chocante ¿No? Sin embargo, mis congéneres de kilos podrán afirmar que todo lo que digo es verdad. Claro que ello no obsta a que en el mundo existen tipos que no son superficiales o que le gustan las rellenitas, o que les chupa un huevo lo que digan. Pero generalmente, no es en el boliche donde abundan.

Ese mismo boliche es el que ve emigrar en la noche, una a una,  a tus amigas “lindas” que levantaron, mientras vos te quedás en la barra o a un costado, abrazada a una botella de fernet, tratando de ponerle onda y revisando el celular a ver si ese gauchito que te da amor de vez en cuando (y le encanta) se le ocurrió mandarte un mensajito esa noche. O puteando a los que, viendo que se hicieron las cinco y media de la mañana y no levantaron nada, vienen a romperte las bolas para hacerse la paja con tu cuerpo. Después de que te pasaron por al lado absolutamente toda la noche y ni te miraron.

Lamentablemente, lo que expongo es algo que no va a cambiar en el corto plazo. Somos discriminadores por naturaleza, hasta los que lo vivimos alguna vez. Porque en los estados de Facebook y de la boca para afuera, todos pregonamos la aceptación y la tolerancia, pero sólo al ser diferente, entendés la ficción manifiesta que implican todas esas declaraciones públicas, muy sentidas, pero contratando para laburar sólo a la que tiene buen culo, aunque la gorda sea ingeniera nuclear.

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