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¿Te acordas de las vacaciones con tus viejos?

Probablemente para muchos de nosotros mirar aquellas fotos de rollo que traen los más lindos recuerdos de vacaciones familiares son la cara de la nostalgia. Aquel álbum amarillo con la inscripción Kodak en el reverso,  no solo contiene simples fotos, sino que en la profundidad de aquellas imágenes vuelve el olor de aquel momento, el antes y el después de tomada la foto, volvemos por unos segundos a esas vacaciones en familia.

Todo comenzaba en el momento que mi Papá llevaba el auto al mecánico, cambiaba las cubiertas si era necesario, matafuego, botiquín, balizas, rueda de auxilio, todo en condiciones, el auto preparado para el viaje.

A los diez años, nadie elige el destino de las vacaciones, pero como no aceptar y llenarse de felicidad cuando escuchábamos la palabra “playa”. No importaba si era Cancún, Mar del Plata, San Clemente del Tuyú o Las Toninas, había mar, había peces, había un mundo que solo disfrutábamos quince días al año.  Estaba todo listo. Me corrijo, faltaban las valijas. Probablemente a muchos de ustedes les habrá pasado de niños que sus madres armaban sus valijas, el concepto de empacar para las madres no es el mismo que para nosotros, las madres se hacen la idea de que algo va a faltar, por eso es que prácticamente muda toda la ropa de la casa, y las mete en unas 4 o 5 valijas gigantes, que no entran en el auto, se tendría que quedar alguno para llevar todo eso. ¡Para que llevar un velador, cortinas de baño, nebulizador, etc! Solo una madre lo sabe. Sin contar, con la bolsa de medicamentos, las bolsitas para vomitar, golosinas, comida, gaseosa, agua, y desodorante en caso de flatulencia. Hombre precavido vale por dos, dice el dicho, una madre preparando valijas vale por diez.

Situándonos en la autopista, camino hacia el este, podemos observar a la altura de Rodeo del Medio, la conocida y famosa Banana de productos regionales, la damajuana gigante, son diez minutos desde el km cero. En este lugar, una vez vista la fruta gigante en el techo del galpón, era la primera vez que preguntábamos… ¿Cuánto falta? ¿Falta mucho? Imagínense los testículos de mi viejo a la altura de Villa Mercedes. Salíamos a la madrugada, con mi hermano dormíamos gran parte del viaje, la otra gran parte vomitábamos, no había Dramamine que resista. Seis, siete de la tarde entrando a la cuidad de destino, nos emocionábamos con la imponente imagen del mar, allá, a unas cuadras, allí estábamos, no aguantábamos las ganas de por lo menos meter los pies.

Las ciudades costeras, aquellas para vacacionar, son verdaderamente distintas, todo esta lleno de arena, las calles, las ruedas de los autos, los perros, etc. La gente anda en ojotas todo el tiempo, en malla, las mujeres más desinhibidas, era un mundo aparte. Un amigo mío llegó a preguntar si en Mar Del Plata había escuelas, pensando que era algo parecido a Disney.

Una de las cosas que recuerdo, es que en las vacaciones era el único momento y lugar, en donde el ¿me compras? Funcionaba. El 85% de las peticiones se hacían realidad, los churros en la playa, panchos, choclos, etc. Por las noches los video juegos, la gran atracción de los mas chicos, y hasta te daban plata para darles a los del teatro callejero. Era un éxito.

Por las tardes recuerdo caminar hacia la playa, quemarme con la arena caliente, a mi mamá poniéndome 125 kg de crema factor 4 mil , se te pegaba absolutamente todo en el cuerpo. Recuerdo pasar horas dentro del mar, barrenando olas, y por momentos hacer un break para sacarnos el kilo y medio de arena de los calzoncillos. ¿Salir a mear? Eso no existe. Y quien no marcó una cancha de mini fútbol con un palito e hizo los arcos con ojotas enterradas, algo típico, como la paleta, los tejos y los castillos de arena, que nunca quedaban como en la tele o revistas, los nuestros parecían ruinas griegas. Quien no se convirtió  en milanesa con arena, tuve la posibilidad de ver a un amigo a sus 18 años haciendo su primera milanesa, fue increíble.

Por las noches esa gran ciudad se convertía en otro mundo, ferias por doquier, era sabido que si mi mamá se perdía estaba ahí adentro. Teatro callejero, la casa encantada, los fichines, y miles de heladerías. Desesperados con mi hermano desperdiciando fichas de video juegos por todos lados, creo que ni lo disfrutábamos, daytona, street fighter, sunset riders, los devaluados pinball, ¡que juego por Dios! Cuidad Gótica, o el de Indiana Jones, siempre perdía a los 30 segundos, pero no importaba. Si bien se aprovechaba bastante, cuando se acababan las fichas, no solo era una sensación de tristeza, sino también de paz interior, la adrenalina bajaba, la locura había pasado.

Eran entre 10 y 15 días inolvidables, no existía la infelicidad en aquel lugar, pero era la hora devolver, – miren por última vez el mar, hasta el año que viene- decía mi viejo, nos despedíamos con una sonrisa, y melancolía de la buena.

El viaje de vuelta, idéntico al de ida, creo que dormíamos un poco mas, no hay mucho que agregar. Lo curioso era llegar a casa, era como todo nuevo, pareciera que hace 6 meses que no estábamos ahí. Tu habitación tal cual la habías dejado, olor a encierro, tu perro había crecido, se veía más grande.

Era todo raro, hasta te preguntabas si tus amigos te iban a reconocer, que había sido de la vida de ellos tanto tiempo. Luego de la primera noche otra vez en tu cama, la magia se esfumaba, había sido un largo sueño en vida.

Dicen que la felicidad son aquellos pequeños momentos que suceden en la vida, creo que para un chico de diez años, esos pequeños momentos se convierten en quince días en familia, de vacaciones.

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