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Tenencia compartida ¿el mal menor?

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Entre otros relatos bíblicos bizarros, aparece este donde dos mujeres se disputaban la maternidad de un niño. Resulta que ambas habían parido, pero el hijo de una había muerto. Ante la imposibilidad de resolverlo, acuden al Rey Salomón, que propone como solución partir al crio por la mitad y darle el 50% de las acciones a cada una. Una de las mujeres acepta, pero la otra, en cuanto lo ve levantar la espada, con tal que no lo mate le pide que lo entregue a la otra mujer. Por supuesto, así conoce Salomón cuál es la verdadera madre.

Algunos siglos después y con temas familiares no menos complejos, nos preguntamos ¿de quién son los niños?

Cuando nos separamos dividimos bienes, amigos, responsabilidades, espacios. ¿Y los chicos? ¿Los partimos al medio también?

En 1987 se sancionaba en Argentinala ley que aprobó el divorcio. Una ley que, en vistas de una sociedad con roles femenino y masculino diferenciados, planteaba la tenencia de los niños por parte de la madre y visitas periódicas al padre.

Con este régimen crecí yo, mis papás se divorciaron cuando tenía cinco. Siempre sentí que había sido un régimen muy duro para mí. Ver a mi papá dos veces a la semana, con horas estructuradas y planificadas le saca un poco de espontaneidad al vínculo. Recuerdo que una de las cosas que más me gustaba era pensar en preguntas para quedarme hablando con él cuando me quedaba en su casa. Eran los viernes, mi hermana –un poco menor- siempre se dormía primero y era el momento perfecto para que me explicara cómo funcionan las heladeras o si hay vida en otros planetas. Mi relación con mi padre fue ordenada, cronometrada y prolija rayando lo institucionalizado. Con sus pro y contra. Y nunca me detuve a pensar cómo habría vivido él su relación con nosotras… hasta que me tocó ser mamá.

Para los que tienen la suerte de no saberlo, les cuento que las legislaciones de familia vigentes son diferentes. Actualmente la evolución cognitiva de la raza deduce que hombres y mujeres somos idénticos en capacidades y por tanto plantea una tenencia compartida 50-50. Algo como lo que quería hacer Salomón.

A diario, veo a mi hija ir y venir de mi casa a la de su padre. Tiene apenas dos años, pero se queja cada vez que tiene que dejar un lugar para ir al otro. Su padre, mi ex, tiene millones de defectos, pero ser mal padre no está entre ellos. Es mucho más sensible que yo en temas relacionados con la niña, y se hace cargo de hacerle la comida, bañarla y hacerla dormir: y encima le encanta. Cuando veo su relación padre-hija noto qué diferente es de la experiencia que me tocóa mí, con una calidez entrópica mucho más parecida a las relaciones de convivencia.

Por mi parte la extraño tremendamente. Es raro, porque mientras está conmigo consume gran parte de mi tiempo y energía, y muchas veces estoy esperando que la pasen a buscar para tomarme un respiro. Pero apenas se va me invade una tristeza profunda, mezclada con ansiedad y la sensación de que me falta algo tan mío como un pulmón. A veces desearía que su padre desapareciera para poder vivir mi vida con ella a cada momento, pero sé que es sólo una fantasía que anhela una vida más ordenada.

En fin, muchas veces me pregunto cómo será la experiencia de mi hija y sus dos hogares. Si bien los seres humanos nos adaptamos a todo, seguramente esta situación tenga su impronta psicológica, sus pro y contra.

Y también puedo ahora imaginarme lo difícil que fue para mi papá acostumbrarse a vivir sin nosotras. Cosas que sólo se entienden teniendo hijos…

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