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Tupungato, la misteriosa secta de los cien días

A finales del 2011 había surgido el rumor de una secta diabólica en Tupungato, específicamente en El Peral. Mucho se hablaba de rituales, misas negras, ofrendas humanas y “pruebas” por las que sus miembros debían pasar. Yo no le daba demasiada importancia porque no habían demasiados datos al respecto y porque es común que la gente hable de más sobre esas organizaciones de “ayuda al prójimo”. Pero al pasar los días una amiga tupungatina, Jimena, me contó sobre algo parecido pero con mas detalles pues ella vivía en el lugar y además conocía a una chica que había salido de la secta, algo que despertó mi interés corajudo para averiguar sobre el tema.

Lo que ella me dijo fue que se trataba de una asociación de aproximadamente 20 personas, la Secta de los 100 Días, que se reúnen todos los sábados a la noche en diferentes parajes aislados del distrito de El Peral. Esas reuniones son mas bien una especie de misa, donde alrededor de una fogata, un orador lee un texto, comparten un momento de reflexión y luego empiezan sus rituales, que consisten, según le contó la chica que había podido escapar de la hermandad, en ofrendas físicas al “dios del infierno” como ellos le llaman. Dichas ofrendas van desde sacrificios de animales, de dinero, objetos personales, promesas de los miembros (como dejar de fumar); pero las más fuertes y macabras son las ofrendas que hacen en festejos especiales: tributos humanos, sacrificios; que generalmente para no generar demasiada especulación realizan abortos o sacrificios de los familiares ancianos de los miembros. Después de dicha misa consuman una procesión encapuchados y con velas por el lugar.

Era demasiada información, me generó muchísima intriga. Por lo que con otro amigo decidimos ir al lugar. Obviamente, primero acordamos quedarnos en la casa de Jimena por una noche. Ella acepto al instante pues también quería ir a averiguar.

Antes que nada averiguamos más sobre el tema. Se trata de una secta que nació en Argentina en el año 2001 por lo que la información es escasa y se trata de ocultar. La crisis económica de esa época obligo a muchos a acceder a métodos poco convencionales para mejorar. Ciertas personas se agruparon con un interés en común, y con la ayuda de un consejero, que se hacia llamar Bula, un pseudo-instructor y ayudante de misas que se encargaba de ayudar psicológicamente a personas en Buenos Aires; formaron la organización “La secta de los días”, donde conformaban un grupo de auto-ayuda, nada del otro mundo. Pero al ver que la situación no mejoraba, el mentor Bula, los guío poco a poco por otros caminos. Y llegaron a integrar lo que finalmente se conoce como una secta diabólica, y surgió “La Secta de los 100 Días”. El número hace referencia a un ciclo que se cumple, donde todos deben hacer su máximo sacrificio. No encontramos mucha información sobre eso.

Llegamos a la casa de Jimena en la tarde, y ella nos llevo al lugar donde generalmente se dice que se juntan, era un lugar cercano al camping municipal, pero bastante aislado. Los restos de cenizas, trapos y papeles daban la señal de que efectivamente se juntaban allí.

“Le pregunte a mi amiga, la que logró escaparse, si quería venir con nosotros, pero me dijo que no, y que nosotros no deberíamos de hacerlo. Yo le dije que solamente veníamos a ver, no a meternos.” Nos dijo Jimena mientras revisábamos la zona. Yo y mi amigo Leo seguíamos algo escépticos, o al menos con la idea de que se trataba de otro “Pare de sufrir” agrandado por la paranoia de los vecinos.

A eso de las 19hs decidimos volver a la casa de Jimena pues ya se hacía de noche y los miembros llegarían, teóricamente. Agarramos algunos abrigos, linternas, fósforos, una grabadora, y algo para defendernos por si algo pasaba.

Salimos de casa a eso de las 23hs y nos quedamos esperando sentados fuera el camping hasta ver algo de movimiento en el lugar. Después de 45 minutos esperando vimos un auto que se frenó en la calle. Se bajó un hombre con una caja y se metió al costado directo al terreno donde se reunían. Nosotros nos escondimos detrás de unos árboles y lo seguimos con la mirada hasta perderlo de vista. Después de unos minutos empezaron a llegar los demás, algunos cargaban bolsas y mochilas pesadas. Luego de un rato llego un auto, se bajó un señor gordo con una túnica roja y una especie de madera negra en la mano y un libro en la otra; también se dirigió al lugar, donde, presumimos, se juntaría con el resto.

Silenciosamente nos fuimos acercando escondiéndonos entre algunos arbustos y árboles; la oscuridad nos dejaba ver poco y nada, pero no quisimos prender las linternas porque llamarían mucho la atención, así que nos fuimos guiando un poco por los ruidos que sentíamos.

En un momento dejamos de sentir los murmullos y los sonidos de bolsas y demás objetos que movían. Nos quedamos tiesos del susto, hasta que en un instante se prendió una luz, estaban encendiendo una fogata; eran ya casi las doce y media de la noche; la luz alumbraba el puesto que habían armado: estaban todos con túnicas de color negro, menos el señor gordo que llegó al último; todos estaban alrededor del fuego, mirando el suelo con las manos sobre el pecho.

El hombre de rojo empezó a leer el libro que llevaba, todos se arrodillaron mirando hacia abajo. Después de unos 10 minutos de lectura, todos se pararon y se saludaron con un abrazo. Todo permanecía callado y normal, dentro de todo, no estaban haciendo nada del otro mundo. Pero lo peor estaba por llegar.

Luego que se saludaron, el “mentor” (deducimos que era el señor de gordo vestido de rojo) levantó las manos, y todos empezaron a aplaudir, luego espontáneamente largaban cosas al fuego, nunca supimos bien qué era lo que arrojaban, suponemos que eran esos “sacrificios” que debían hacer.

Cerca del fuego había una camilla o mesa que armó uno mientras los demás arrogaban sus pertenencias al fuego. De golpe y de la nada, entre la oscuridad aparecieron dos tipos, traían una chica colgando, parecía estar desmayada pues por momentos parecía mover las piernas y los brazos. La colocaron sobre la camilla, mientras los demás permanecían callados, mirando hacia abajo, con las manos en el pecho. De repente, la chica se despertó; ese fue uno de los peores momentos, no esperábamos tal reacción: la chica parecía desorientada, miraba para todos lados, y luego de entrar en sí, empezó a gritar desesperadamente, implorando que la soltaran; la habían amordazado a la mesa. En ese momento todos nosotros pensamos en ir a hacer algo, era obvio que la habían traído a la fuerza y que no era bueno lo que le hacían; pero esperamos un rato, a ver qué sucedía, pensamos en que no habíamos avisado a nadie que estaríamos en el lugar, por lo que si nos pasaba algo nadie se enteraría.

La chica estaba con un camisón blanco, uno de los presentes se lo sacó e impresionados vimos que la chica estaba embarazada. Ella mientras gritaba desgarrada que la soltaran, les imploraba; pero todos permanecían callados, seguían en “lo suyo”. El mentor empezó a caminar alrededor de la camilla y le acariciaba la cabeza a la chica, como para calmarla y por momentos se acercaba a ella, para murmurarle algo al oído y la chica se calmaba, pero al cabo de unos segundos volvía a gritar.

Nosotros estábamos perplejos, no sabíamos qué hacer, si irnos y llamar a la policía o quedarnos y hacer algo nosotros, poniéndonos en riesgo. Optamos por lo más fácil en ese momento, que era seguir callados hasta que la situación empeorara.

Eran cerca de la una y cuarto, el hombre de rojo empezó a frotar sus manos sobre el libro que antes leyó, se acercó al fuego y empezó a leer nuevamente, los presentes empezaron a caminar en círculos mientras que el fuego parecía apagarse de a poco casi sin darnos cuenta. Cuando ya quedaba poco para que se consumiera por completo, todos rodearon a la chica, sin aviso, fue rápido y parecía que estaban desesperados por acercarse a ella. No pudimos verla, todos la tapaban y empezaron a reírse a las carcajadas mientras la chica gritaba, les rogaba y pataleaba hasta donde podía. Luego un silencio escalofriante cubrió el lugar; el fuego se apagó completamente. La chica ya no gritaba y las carcajadas de los miembros se acabaron. En ese instante empezamos a escuchar ruidos extraños como de agua que se movía o algo así, muy extraño; luego de unos segundos los gritos empezaron pero esta vez eran de dolor. “¡Chicos vamos a ver qué pasa, le están haciendo algo malo!” nos decía mi amigo, pero nosotros permanecimos callados, la situación nos había superado: estaba todo oscuro, no sabíamos quienes eran esas personas, nadie sabia dónde estábamos, no teníamos señal, estábamos mal; por lo que decidimos que uno de nosotros volviera al para pedir ayuda o llamar a la policía, mientras los demás nos quedábamos viendo lo que sucedía.

Luego de que mi amigo se fue, el fuego se prendió de repente, como si le hubiesen echado algo inflamable para que reavive, pero era imposible, todos estaban lejos de las llamas. Cuando la luz llego a todos, vimos horrorizados que el gordo tenía sangre entre los brazos, y sostenía algo mientras todos rodeaban a la chica que ya se había callado, pensamos que se había desmayado.

El hombre de rojo empezó a caminar alrededor de la fogata que era inmensa, y de la nada largó eso que tenía entre los brazos, era de color rojo y no tenía mucha forma, pero vimos sangre en sus manos. Todos empezaron a gritar y a levantar los brazos, de a poco volvieron a formar el círculo rodeando la fogata, para cuando despejaron a la chica, vimos que estaba llena de sangre en la zona del vientre y movía las piernas como con dolor. Esa fue la gota que rebalsó el vaso, no la dudamos ni un segundo y salimos corriendo para volver y pedir ayuda. Corrimos lo más rápido que pudimos, cuando nos habíamos alejado un poco, Jimena tropezó y la linterna que tenía voló y fue a dar sobre una piedra que había, el golpe hizo que se prendiera y apagase en un pestañeo, fue como un flash, suficiente para llamar la atención de los locos con túnica; en ese momento uno de los que miraba para nuestra dirección señaló con el dedo hacia nosotros, después todos se dieron vuelta de golpe mirándonos fijos, obviamente no nos veían, pero la luz les dio motivo para que frenaran todo su ritual; apagaron el fuego y desarmaron todo rápidamente. Nosotros nos habíamos quedado mirando espantados, pero luego empezamos a escuchar que gritaban y silbaban, nos habían empezado a perseguir. Nosotros corrimos, corrimos como nunca antes, ya no podíamos respirar de tanto susto pero la adrenalina nos empujaba a seguir.

Llegamos a la calle ya iluminada, nos escondimos detrás de unos arbustos y esperamos a escuchar los gritos. Pero no había nadie, no escuchamos nada, ni vimos nada. Tampoco nos quedamos mucho tiempo, nos fuimos corriendo con el último aire hasta la casa de Jimena. Al llegar pensamos que encontraríamos a nuestro amigo en el lugar, pero no lo encontramos. Intentamos llamar a la policía con el fijo, pero parecía que la línea estaba cortada. Los padres de Jimena habían salido, así que estábamos solos. Los vecinos más próximos estaban a unos dos kilómetros; sin saber qué hacer nos encerramos en la casa, empezamos a asegurar todas las puertas y ventanas. Además, asustados por que nuestro amigo no volvía, no sabíamos dónde estaba, los celulares no tenían señal, estábamos desolados.

Sin darnos cuenta empezó a amanecer a eso de las siete y media, nos habíamos quedado encerrados en la habitación esperando, pero nada había pasado; los padres de Jimena llegaron y un aire de tranquilidad nos llegó al cuerpo. Corriendo nos fuimos a decirles todo, ellos venían cansados y no nos dieron mucha pelota, pero nos dijeron que al medio día irían a averiguar al lugar.

Nos tranquilizamos un poco, pero nuestro amigo no volvía, ni había señales de él. Así que intentamos llamarlo con el fijo, por suerte nos atendió y nos dijo que había ido hasta la casa pero que no aguantó el miedo por lo que se puso a hacer dedo y con suerte uno de los vecinos lo levantó y lo llevó al centro de Tupungato donde se quedó en la casa de un amigo. Con todos los problemas algo resueltos, nos pusimos a discutir con Jimena para sacar algunas conclusiones, pero no encontramos ninguna respuesta; supusimos que efectivamente lo que vimos esa noche eran los miembros de la Secta de los 100 días en un ritual, donde increíblemente manipularon a la chica embarazada perjudicando su embarazo, pues la sangre que había, más lo que el mentor sostenía en los brazos parecían indicar que era un feto, un aborto. Según lo que habíamos averiguado era un ritual excepcional, digamos, porque esas prácticas las hacían en tiempos específicos.

Al medio día fuimos a averiguar, pero no encontramos absolutamente nada, ni rastros de sangre ni huellas; la linterna que se nos cayó tampoco la encontramos. Fuimos a la policía a hacer la denuncia, pero no la tomaron en serio por “falta de pruebas”. Todo quedó en una horrible vivencia que hasta el día de hoy no podemos darle una conclusión. Pensamos que ya no realizan los rituales en el lugar pues ya no se escuchaban más rumores sobre eso.

Sin embargo nosotros seguimos averiguando, consultando más fuentes y llegamos a un posible origen de ésta secta, o una ramificación de ella.

Se trata de una secta de la mitología gallega llamada “La Santa Compaña”, no esta formada por personas físicas sino, por muertos que deambulan en las noches, comulgando con velas, donde llevan al frente una persona en estado de transe, media dormida, cargando una cruz y agua bendita, seguido por las animas en pena que a veces no son visibles.

Esta es una pequeña descripción y la base de todo pues la secta fue mutando en diferentes países agregándoles creencias, ideologías hasta crear “La Secta de los Últimos días” de la que se desprende la secta tupungatina “La secta de los 100 días.”

Aquí algunas fotos y pinturas antiguas:

Pintura original de la mitología gallega:

Ramificación, pintura (Brasil)

Ramificación, “Santos acompañantes” (Canadá)

Ramificación: “La compañía caminante” (Argentina)

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