/¡Y llegó un policial a Mendoza!: El andén – Primera Parte

¡Y llegó un policial a Mendoza!: El andén – Primera Parte

Nunca voy a olvidar aquella noche. Era una época difícil para mi y los problemas de pareja solo empeoraban  mi situación al sumarse a los que ya tenía acumulados en el trabajo. Eran cerca de las 23 cuando estaba terminando de leer y releer las últimas anotaciones que había tomado sobre aquel caso, en solo una semana de investigación pude colmar casi todas las hojas de mi anotador de bolsillo con pistas, testimonios, direcciones y principalmente conjeturas que hasta ahora no tenían sentido alguno. Esas hojas amarillentas ya casi me daban fobia, seguía sin encontrar alguna idea que pudiera dar luz sobre aquel –cada vez más- enredado problema.  Resignado decidí que era suficiente, al menos por ese día, cerré el anotador y lo guardé en el cajón de mi escritorio para volver a mi departamento, no sin antes tomar mi abrigo, el frío de esa época no perdonaría ese tipo de olvidos.

Casi sin darme cuenta me encontré caminando fundido en mis pensamientos y ya había recorrido varias cuadras de la larga calle que desembocaba en la estación de trenes. Era otra noche, tan fría como cualquiera de enero en España y a esa hora sólo acompañaban mi caminata el sonido de mis pasos, el vaho de cada exhalación y mi reflejo ocasional en algún vidrio resguardado tras rejas.

Luego de llegar a la estación y pagar el boleto, me dirigí hacia el andén. Los conflictos con el transporte público de aquellos días y lo solitario del lugar a esa hora, me garantizaban un largo tiempo a solas con mis pensamientos por lo que me arrojé a la difícil tarea de lograr encontrar alguna comodidad en las bancas de 4 cuerpos que adornaban la escena.

No había pasado mucho tiempo sentado cuando me atacaron de nuevo los pensamientos sobre el caso, al parecer mi mente encontraba algún entretenimiento entre estos dilemas. De un momento a otro me encontraba reproduciendo simultáneamente la voz de los testigos y las imágenes de los vidrios rotos del espejo y marcas en la alfombra que decoraban la escena del crimen apenas ingresé a esa desafortunada casa; también rondaban por mi cabeza entre otros detalles, la expresión de temor en el cadáver y el esmoquin que lo vistió vivo y muerto en una misma noche.

-Este frío no da tregua, ¿no? –Preguntó un hombre con voz firme, mirando intermitentemente su reloj y las vías como calculando en vano el tiempo que faltaba para la llegada del próximo tren.

-Es lo que acostumbra  ésta época del año –Contesté con cierta displicencia. No suelo ser tan esquivo, pero sus palabras me habían apartado repentinamente de ese estado de trance en el que me encontraba.

El hombre, quizá ofendido, se dirigió sin emitir palabra al otro extremo de la misma banca en la que yo me encontraba, acomodó en el piso y entre sus pies un maletín de cuero negro y se sentó. Había algo misterioso en aquella persona que llamaba la atención, a pesar de llevar un atuendo de lo más normal y su cara cubierta por una bufanda dejando sólo ver sus ojos. Su cabeza iba adornada con un sombrero gris tipo fedora bastante inusual en la década de los 90. Advertí luego de haberlo estado observando por uno o dos minutos que su mirada se encontraba perdida en dirección a las vías, el hombre se hallaba de repente en el mismo estado en el que yo estaba al momento de su llegada, estado del cual me arrebató con sus palabras.

-Por el estado que genera en las personas, podrían usar éste andén de monasterio o sala de meditación- Dije para mis adentros.

Quise aprovechar la situación y mi aburrimiento, típico de cualquier espera, para proponerme un pequeño desafío para entretenerme y poner a prueba mis habilidades como detective: intentar averiguar datos sobre aquel personaje que me acompañaba esa noche en la espera. Sabía que, sin embargo, no sería fácil debido a mi desconocimiento de ciertos datos a causa del poco tiempo que llevaba viviendo allí en Madrid; por ejemplo, saber detalles sobre tiendas de ropa, diferencias del terreno entre las zonas de la ciudad o la ubicación de ciertos negocios podrían darme pistas acerca del atuendo que llevaba el hombre. A pesar de esto, he aquí algunas deducciones:

Físicamente era un hombre alto, de unos treinta y cinco años, esbelto pero refinado lo cual puede sobrevenir de un pasado deportista aplicado o un presente en el que desempeña el deporte como hobby. De esto poseía ciertos rasgos como el porte y aspectos específicos de su posición. Quizá se trataba de un boxeador aficionado o jugador de rugby, con seguridad se trataba de un tipo con el que no es agradable tener una disputa.

A juzgar por la vestimenta, lo más destacable era el sombrero fedora que mencioné, en el pasado, lo hubiese hecho pasar por algún tipo de criminal integrante de la mafia o aún más atrás en el tiempo, lo haría pasar totalmente desapercibido. Sin embargo, en la década de los noventa le daba cierto aspecto de hombre de negocios y se veía fino en cuanto a calidad por lo que, en caso de requerirlo,  solo sería necesario recorrer algunas tiendas de renombre y averiguar la identidad del sujeto, sabiendo que ese tipo de sombrero había sido hecho a medida. El resto de su atuendo incluía unos zapatos negros de punta fina, salpicados con algo de barro. Esto me hizo detener un momento para intentar reflexionar sobre la procedencia de ese detalle, pero inmediatamente recordé las constantes nevadas y lloviznas que en ese momento se mantenían castigando toda la región, por lo que no pude dar una ubicación específica a ese aspecto aunque por la extensión de las manchas, sugería que había dado una larga caminata a lo largo de ese día. Además poseía un pantalón de vestir y una gabardina, prenda llamada “piloto” en mi país, que seguramente, cubría un traje. Por último cubría hasta su nariz una bufanda a cuadros.

Concluí que, al estar regresando al igual que yo desde la urbe, en combinación con aspectos de su vestimenta podía tratarse de un empresario o un abogado. Al agregar mas detalles como la extensión del barro de sus zapatos resultado de una larga caminata alrededor de la ciudad, sus características físicas y algunos de sus gestos como el subir innecesariamente su bufanda para cubrir su rostro lo más posible llegué a pensar también que podía tratarse de un colega detective, algún tipo de investigador privado o, por qué no, algún tipo de estafador o criminal que no quería ser reconocido.

Habían pasado varios minutos desde que había decidido entretenerme con este reto, y luego de mis conclusiones levanté la mirada, que hasta el momento había mantenido fija al piso, típico de quien está concentrado. Me sorprendí cuando al observar a mi izquierda, donde estaba sentado el hombre encontré el lugar vacío. Me puse rápido de pie con cierta confusión, pensando en cuanto me pude haber concentrado como para no oír ni ver el tren o a aquel personaje cruzar por delante de mi para llegar a las vías. Iba a aproximarme al borde del andén, con la esperanza de ver el tren alejarse y confirmar lo que sospechaba, cuando al girar hacia el otro lado ubiqué al sujeto de sombrero, con estupor me le quedé mirando. Estaba ahora con su cara descubierta y una mirada fría, apuntándome con un revólver.

-Un mentiroso siempre reconoce a otro – Me dijo, con una quietud que no se acomodaba a la situación.

(Continuará)

Escrito por Hache para la sección:

El año pasado escribíamos:
Feria Picante 

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