/9M: El grito femenino

9M: El grito femenino

Las mujeres también debemos deconstruirnos porque en la recontrucción de nuestra identidad a través de los tiempos, al avanzar sobre los espacios masculinos (que también se reconstruyen y actualizan) nos hemos apartado del femenino.

Nos educaron en la dualidad, quizás porque la experiencia primaria del primer ser humano, no sabemos si masculino o femenino, fue dual: el día en su brillo y la noche en su oscuridad. Luego de esa primera experiencia llegó la de saber que además de un espacio de tierra había otro de agua. Tanto en uno como en otro había machos que fecundaban y hembras que parían, ambos fértiles, ambos con capacidad de co-crear la naturaleza. Había, siempre hubo y habrá, diferencias físicas, emocionales, cíclicas. Todo eso se explica desde las diversas ciencias, disciplinas y pseudociencias; desde la filosofía, la psicología y la astrología, desde la biología y la historia, desde la religión y la doctrina. Todas se disputan un espacio de razón y verdad en estas dualidades.

Pero, también a partir de esa incesante observación, aparecieron los espacios crepusculares, los solsticios y equinoccios, las lunas llenas y las nuevas, las estaciones y las mareas. No hay absolutos, no hay definitivos. Entre tantos colores y tantos grises nos perdemos al tratar de conceptualizar lo masculino y lo femenino.

La Kabalah judía, cuando pone luz sobre el tema de las encarnaciones, habla de esta dualidad femenino/masculino como una cualidad del ser espiritual independientemente del cuerpo en el que decida encarnar, admitiendo la existencia de almas gemelas desde el reconocimiento de un eterno masculino que da y un eterno femenino que recibe. Ambos provienen de un mismo ser porque la división de almas no se produjo de manera exacta sino en muchas partes de un absoluto único. El tema es apasionante y revelador, recomiendo su estudio.

Los pueblos originarios no conocían más absoluto que la naturaleza y otorgaban poderes a los animales y a los elementos, tanto en su ciclo creador como destructor. Ahí nació el pentáculo y a quienes lo usaban para comprender lo que sucedía más allá del sol y la luna, de la tierra y el agua, del aire y las profundidades, los llamaron brujos y hechiceras.

Los brujos y hechiceras contra los sacerdotes, escribas y fariseos. Paganismo y religión confrontaron fechas y celebraciones disputando días en el calendario.

Sin querer, sin saber, unas y otras también nos dividimos entre buenas y malas, puras y putas, obedientes y rebeldes. Los colores de la piel, la forma de usar el cabello y las vestiduras que llevábamos nos dividieron también los modales y las jerarquías. Nos quedamos atrapadas en una grieta que devino en herida histórica, social y colectiva.

Estamos heridas por las ancestras violentadas y también por los ancestros violentos. Y al revés, porque donde hay prostitutas hay también madamas que regentean el orden y el negocio. Hay también asesinas, maltratadoras y traficantes de cuerpos para el servicio y la complacencia, para la ganancia y la estafa, para la sumisión violenta y el facilismo cosificante. Hay mujeres que se agarran de los pelos y otras que se patean entre sí la cabeza. En eso hay que reconocer que no nos separan brechas de poder con los hombres que también son obreros y consortes de reinas. Lo son y lo fueron.

El eterno femenino y el eterno masculino conviven en nuestro espacio interior, donde se da la primera lucha, el primer impacto, la primera identificación y también el primer prejuicio. Ejemplos sobran y hoy vemos hombres que bailan en calzas y mujeres que portan uniforme y armas. Hay de todo, aunque no en todos los lugares. Los derechos que nos han sido reconocidos tienen en su génesis e historia la sangre de muchas y aquellos que todavía reclamamos se están cobrando la vida de tantas más. Acá, en Israel, en México, en Rumania, en Egipto, en Indonesia.

No se trata sólo de reclamos individuales que se enmarcan en lo colectivo, sino también de cuestiones que trascienden los géneros y son políticas. «Vivas y desendeudadas nos queremos» no sólo visibiliza un hecho económico local y, si se quiere, global sino también de exclusión en el marco de la deuda histórica con muchas mujeres de todo el mundo que viven en condiciones de violencia monetaria y cargando el prejuicio que en nuestro país se escucha como: «se embarazan para cobrar un plan»; «se jubilan sin haber aportado», «se quedan con la mitad de una sociedad marital cuando nunca trabajaron». Y los peor es que se escucha en boca de otras mujeres, mujeres que por haber accedido a la educación y al trabajo se sienten en el lugar «bien ganado» de señalar con el dedo a otras, con sorna y desprecio. La herida sigue abierta.

No haber sido víctima de violencia o injusticia no pone a nadie en calidad de verdugo o juez, sino que nos da la responsabilidad de ejercer la libertad y la igualdad en condiciones de fraternidad con todos, sobre todo con los excluidos y las víctimas de un sistema opresivo (no opresor). No podemos negar la realidad por no haberla padecido en su cara más cruel.

Mientras haya un solo ser violentado, todos lo somos. «Ni una menos» es un indicativo que nos trasciende y completa en cada espacio femenino individual y social. Somos todos seres crepusculares, con todos los colores y todas las promesas, con todos los ideales y todos los derechos. Pero no somos todos iguales, somos distintos en la completud de un ADN humano y único con toda su carga generacional genética, histórica y moral.

Desde el origen primero, el ser también es bueno y malo en esencia, creador y asesino como la naturaleza. Sí, la naturaleza es voraz y asesina en parte, como vital y generosa en parte. Somos duales, no genéricos. No hay masculino sin femenino, no hay hijo sin madre y no hay madre sin padre. Quien lo niegue abre más la herida, retarda la cicatriz, endeuda a la especie.

El paro internacional de mujeres es para visibilizar desde adentro, desde los lugares más habituales, desde el espacio femenino no reconocido por la brecha de una igualdad ilusa y mezquina tan violenta como frugal, desde el espacio interior que pugna por salir o se resiste a aceptar. Cada uno sabe cuál es su lucha interna en el movimiento femenino, qué le molesta y qué reclama, qué niega y qué asume, cuál es su propia revolución en este tiempo bisagra de siglos.

Yo apelo en este cuarto 9M a honrar el femenino que nos habita en lo personal y en lo colectivo, para entender, para reflexionar y para observar. Y si no hay lugar interno abierto a la autorreferencia femenina que llevamos en los genes y que nos rodea en el ambiente, entonces al menos el respeto hacia un conjunto de seres que no son minoría pero asumen en su lucha a los que están en otros lugares en donde sí, lugares en los que hace falta tomar conciencia y de los que algunos tenemos escaso conocimiento porque se fraguan estadísticas y se bloquea la información.

Por unas y por otras, por nosotras y por ellas, por las que fueron y las que vendrán, por las que no están, por las que están prófugas y con miedo, por las de pantalón y por las de pollera, por las de túnica y las de hábito, por las libremente célibes y las decididamente libres, pero sobretodo por las oprimidas que no pueden salir ni rebelarse porque las matan, porque las echan, porque las violan y las queman.

Vaciar los lugares a los que tanto nos costó llegar es también una manera de mostrar que no somos pocas ni estamos solas, que el silencio es un grito y que el grito es libertad. «Vivas y libres nos queremos».