El olfato es el único de los sentidos que actúa de manera absolutamente inconciente, no se lo puede reprimir con la cultura, la educación o la fe. Es el responsable de la elección de la pareja, de la selección alimenticia, y del gusto ante el primer espacio orgánico que toca aquello que decidimos ingresar a nuestro cuerpo.
El olfato es supervivencia pura, nos avisa que algo no va bien, actúa de manera precisa. Nos anuncia la lluvia y el fuego, la primavera, la madurez del fruto y nivel de cocción. Nos preserva, nos incita, es lo más parecido a lo que muchos llaman intuición.
Cuando algo no va bien decimos que huele mal, que huele a mierda, a podrido, a gato encerrado. Podemos, sin necesidad de explicación, comprender el significado de esas afirmaciones metafóricas.
Los metafísicos y estudiosos de las escrituras originales dicen que el olfato fue el único de los sentidos que no se alteró con la caída del Edén, el único que no fue afectado por el pecado original. Eso explica la naturaleza humana primordial, que conforme a su olfato se guía. Se dice que el primer hombre y la primera mujer eran como dioses y esto no fue suficiente, por eso fueron expulsados de ese estado de conciencia primigenio de absoluta supremacía sobre todo lo creado. ¿Por qué lo hicieron? Porque el libre albedrío es una ley inalterable y responde a la ley de causa-efecto.
El olfato tiene esa capacidad superior, tan perfecto es que no es posible engañarlo con perfumes. El cerebro decodifica las percepciones olfativas de una manera extraordinaria y, por eso, cuando algo huele mal es que efectivamente está mal.
La pérdida del olfato es una alteración tan importante en el sistema neurológico que sin él nos sentimos perdidos, indefensos, sin entender ni reaccionar ante el mundo exterior. El olfato nos vincula con la manada, con la madre, con el padre, con la estirpe primera, la protección, la nutrición y el círculo de pertenencia. Elegimos a nuestra manada porque la olemos y porque pertenecemos a ella. No lo sabemos, no lo entendemos, pero sucede y es parte de lo que ese primordial sentido hace por nosotros, nuestra capacidad de defensa, de ataque, de huida y de preservación.
Has escuchado últimamente mucho sobre el olfato, sobre el peligro de lo que respiramos y de lo que exhalamos. No lo dudes. ¿Algo huele mal? Está mal. ¿Algo no huele? Es peor.