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Coronavirus: golpe al ego

La esperanza de vida iba en alza, la medicina había avanzado tanto que las enfermedades que hace tres décadas eran mortales se volvieron crónicas, era fácil llegar a los 80 con unos cuantos cuidados y prevenciones nada complicadas a partir de los 40. Buena alimentación, ejercicio físico y hábitos saludables en general habían convertido a la tercera edad en un rango etario tan próspero que ya estaba todo listo para subir unos cuantos años la edad jubilatoria porque «los viejos vivían demasiado».

Claro que así como vivían gastaban y también se habían convertido en el segmento más apuntado por los marketineros en los países prósperos. Los países emergentes íbamos detrás, paliando algunas dolencias pero para adelante con cada vez más familias gozando de bisabuelos. La industria médica y farmacéutica de parabienes. Todos regocijados en los placeres de la sociedad de consumo y el descarte por doquier

De repente un virus aparece de la nada y amenaza a las poblaciones del mundo entero, pone en jaque a los gobiernos y derrumba la economía global. Los viejos se mueren y con ellos se llevan la prosperidad que sembraron y también se llevan otras cuestiones que no son menos importantes. Sus muertes alertaron de tal manera que se paró casi todo, hasta la contaminación ambiental disminuyó el 6% a nivel global sólo con menos aviones en el cielo y menos gente en las calles y fábricas. El virus nos puso los barbijos de la vergüeza, somos un desastre que contamina a cada paso.

Cuando en los 80 se publicaron los primeros casos de SIDA/HIV pocos dieron bola porque dijeron que era una enfermedad de negros, drogadictos y homosexuales. Para el 90 el virus ya se había cobrado más de un millón de vidas. Quizás los más jóvenes no lo recuerden, pero la homofobia fue tremenda, casi que nadie quería compartir el mate o los cubiertos con un homosexual y la gente se cambiaba de asiento en los colectivos o se iba de algunos restaurantes. Hubo que esperar hasta 1996 que un coctel de medicamentos retrovirales frenara las muertes y para entonces ya blancos y heterosexuales usábamos preservativos.

Durante esos años en los que poco se sabía sobre el SIDA/HIV, hasta había paranoia con los besos. Hubo una época en la que la hepatitis C también asustó y el cáncer sigue siendo un enemigo panicoso. ¿Pero una gripe?

No es novedad que una gripe mata a un anciano y a una persona con enfermedades crónicas. Por eso tanto se trabajó en una vacuna. Esta gripe no la tiene y eso encendió los semáforos sanitarios tristemente tarde. ¿Es posible que este virus ya existiera hace tiempo y que hubiera pasado como una gripe más entre el montón antes de ser identificado como algo distinto? Sí, es posible aunque, por la alta tasa de contagios, es poco probable ya que habría más gente inmunizada.

¿Qué pasó? Exceso de confianza, dicen. Yo prefiero llamarlo ego. El pánico corrió, no por los viejos sino por los de cuarenta y pico que también se contagian y bastante fuerte, que se mueren menos pero que también se mueren y los médicos tienen que optar entre ponerle el respirador al de cuarenta o al de sesenta.

«Los chicos no se mueren», y aún así han marcado la agenda de contención. No se mueren pero contagian, y bastante. Esos inocentes que trajimos al mundo se convierten en la amenaza social más peligrosa en menos de diez días. Tremenda carga generacional sobre sus espaldas les toca llevar a esos que nacieron en un mundo sin torres gemelas y que es la primera crisis mundial que ven. Quizás algunos de ellos están imaginando un mundo sin abuelos, quizás muchos se han quedado también sin padres.

Estamos lejos de que eso pasé acá, dice el ego. No va a llegar, es más peligroso el dengue y el sarampión, sigue en el monólogo positivista new age. No sé, la verdad es que no sé. Mis abuelas ya no viven pero cuando los chicos tenían tos y fiebre los metían en la cama con té de limón y miel y paños fríos con vinagre. Siglo XXI, nuevo virus, fojas cero, las recetas de antaño están sobre la mesa y los viejos se cagan de risa desde la tumba de esta generación de confianzudos ególatras y soberbios que nos creemos inmortales, mucho más si nos cubre una prepaga gold. Podés meterte la tarjeta dorada en la billetera porque no sirve de nada, cuando no hay cama no hay cama, cuando no hay respirador no hay y cuando no hay cura no hay billete que te compre la salud.

Ni a la iglesia podés ir porque están cerradas así que, si creés en Dios, arrodillate en donde estés para rezarle y quizás vuelva el «fútbol para todos» conectando alguna antena intergaláctica a Saturno. Si creés en brujas empezá a hacer rituales y si te cobija la ciencia, bienvenido al mundo de la cáscara de nuez. Si ni dios, ni brujas ni ciencia te alcanzan y estás enrolado en el nihilismo más absoluto quizá tengas suerte esta vez porque nadie tiene la verdad.

Mientras no reine el sentido común (que escasea más que el alcohol en gel), seguirá el ego paseándose de la mano con la muerte, seguidos por un ejército de miedosos y traficantes de barbijos para que salgas de tu casa confiado, embadurnado con el ungüento de moda, en donde los bichos de todos los colores juegan a los columpios en tus mocos y surfean bajo tus uñas, esperando el descuido de un ¡Achís! que mande al hospital a medio barrio y a vos te mate más rápido el pánico que cualquiera de esos que aguardaban adentro de la billetera o la cartera, hasta que metieras las manos para comprar un caramelo que te llevaste a la boca sin lavarte las manos porque te sentís el Highlander de la Alameda.

No está mal si te sentís un poco responsable, si aprovechás para dormir unas horas más, si limpiás tu propio inodoro porque la que lo hace también tiene que quedarse en su casa. No está mal que empieces a clasificar tus residuos porque el que los recoge también tiene que poder quedarse en su casa. No está mal que esta vez hables por videollamada con tus viejos aunque tengas tiempo de ir a verlos. No está mal que extrañes la juntada con tus amigos. No está mal que te sientas más humano, más vulnerable, más conciente.

Hemos sufrido cosas peores como especie ególatra. El primero fue descubrir que no somos el centro del universo, gracias por eso debemos darle a Copérnico. El segundo fue saber, Charles Darwin mediante, que somos un animal más y que no reinamos sobre los otros. El tercero se lo debemos a Freud que nos habló de un inconciente oscuro que nos determina (lo que en criollo significa que el libre albedrío no existe) y somos herederos y hereditarios de algo que no tenemos la menor idea qué es.

Entonces viene este cuarto golpe: cada uno de nosotros es el enemigo público de todos los demás. Y habrá que ver cómo lo resolvemos, quizás para eso nos mandaron al rincón a pensar, aislados y en silencio, todo lo que hicimos mal si es que estamos a tiempo de revertirlo.

Nota: El Gobierno de Mendoza anunció la creación de una línea gratuita para realizar consultas por coronavirus. El número que está disponible a partir de hoy es 0800 800 26843 y funcionará los siete días de la semana durante las 24 horas.

Para denunciar el incumplimiento del aislamiento preventivo en los casos previstos, llamar al 911.