/Cuando los estúpidos se burlan del pelotudo

Cuando los estúpidos se burlan del pelotudo

Visto y notado que la torpe, agradable, inocente, sencilla e incluso un poco rocambolesca nota que me permití escribir engendró una sarta de comentarios y críticas poco agradables, me ha parecido apropiado explayarme sobre uno de los insultos más comunes (el divisor común, diríamos) que se me ha dirigido en los doctos comentarios que pude darme el placer de leer en respuesta a mi nota. El término de “pelotudo”.

Para los que me llamaron y llaman «pelotudo», he de decir que, si no lo han notado con anterioridad, lo soy, y en toda regla. Soy un pelotudo importante; incluso, me atrevería a decir, uno de los pocos pelotudos legítimos y verdaderos que podrá usted encontrar deambulando por ahí. Soy un pelotudo por propia elección, dado que con el mismo genio que utilizo de forma tan odiosa para escribir notas llanas y simples para que todos y todas puedan darse el lujo de odiarme (después de todo, soy un buen zurdito), podría escribir manifiestos insignes que plantearan paradigmas insólitos o teorías revoluchomarias (guiño). Pero no. Elijo ser un pelotudo, elijo la expresión por sobre el reconocimiento (muchos me dirán que esta nota es mala y aburrida solamente porque no están de acuerdo con lo que sostengo) y ha de respetarse mi elección.

Como dije, soy un pelotudo. Sin embargo, existe una importante diferencia entre ser un pelotudo y ser un estúpido. La pelotudez es un fenómeno más que todo social, una forma de referirse a un individuo que nos desagrada, que nos ataca, que tiene una opinión negativa sobre los excelentes textos que escribimos (porque es evidente que nuestra propia opinión sobre nuestro escrito es la que importa; no la de un público que seguramente está lleno de pelotudos también). En resumen, pelotudo no se es. Pelotudo es como nos ven. En un mundo (o en un pasquín) donde la gente tuviera los egos un poco menos reducidos y los humos algo más al ras de la tierra, se me consideraría un mal necesario; un puteador que busca el cambio, alguien que expresa su opinión, aunque joda.

Un estúpido, sin embargo, es una criatura distinta. La estupidez tiene un trasfondo más amplio, filosófico por llamarlo de alguna manera. El pelotudo no es pelotudo hasta que alguien piensa que lo es; el estúpido es estúpido por sí mismo. El estúpido se fija metas, pero sus metas no tienden hacia la realización de nada más grande que sí mismo. El estúpido (siguiendo la línea de pensamiento donde yo criticaba a ciertos autores de esta distinguida publicación) no escribe para sí mismo; no despierta mentes, no construye laberintos, no expresa opiniones, no hace nada de nada. Sólo apunta al común denominador, a lo que gusta a la mayoría, a fin de hacerse conocido y disfrutar el embriagador galardón de la fama (NOTA: también se me ha ocurrido que quizás dichos autores sean filántropos que no buscan nada más que la satisfacción de haber hecho reír a otro ser humano; dicha teoría se me desvaneció cuando vi que firmaban sus escritos, lo que sería el equivalente de Julia Roberts posando al lado de un niño somalí para la revista People). El estúpido no tiene un auto grande porque quiera manejar cómodo, sino porque costó ocho lucas más que el del vecino. El estúpido no sabe que es estúpido hasta que él mismo se detiene un poco y se lo pregunta. Ya hablé mucho sobre eso en mi nota debut.

La estupidez es aceptada socialmente, debido a que muchos, muchísimos individuos en la sociedad padecen de este mal. Sin embargo, ha sucedido en ocasiones que se encuentre un estúpido que también sea considerado pelotudo, pero sólo se da en ocasiones muy puntuales, cuando la estupidez es excesiva (Justin Bieber es un caso concreto, y no lo digo porque me guste o no, sino porque su exceso de estupidez ha provocado que los demás lo consideren un pelotudo). También se ha dado que el ser considerado pelotudo derive en estupidez: un individuo con un carácter naturalmente franco y desinteresado (excesivamente, a veces), para intentar escapar al dedo acusador que lo tilda de pelotudo, ingresa al campo de la estupidez sólo para escapar, sin lograrlo. Consecuencia: pelotudo y además estúpido. Una pena.

Así que, si usted está apenado porque alguien le llamó “pelotudo”, no se aflija. Al menos puede tener la tranquilidad de que, a diferencia de quien le puso la etiqueta, usted no es un estúpido. Procure seguir así.

Escrito por Revo Lucho Mario para la sección:

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