/De nada sirve no tener rollos ni panza si te quedas

De nada sirve no tener rollos ni panza si te quedas

Allá por agosto, cuando Federico Norte anuncia que ya se fue el frente frio, aunque seguramente dos días después entra la tormenta invernal “Hércules”,  las mujeres se ponen más histéricas que con el periodo y empiezan a buscar dietas tan pelotudas como “La dieta del salame y la mortadela” o “La dieta del huevo duro y la banana” (Gorda si crees que esas dietas funcionan, pedí un certificado de discapacidad mental y págate una nutricionista con el subsidio que te dan). O se compran las calzas, el top y las zapatillas deportivas para salir a correr al parque tooodos los días, aunque en verdad terminan tomando una cerveza con el fortachon que abrió el baúl del auto y puso los Guachiturros. Y ni hablar de las que se pagan el Gym el mes completo y solo van una clase y se van más temprano porque el exceso de ejercicio les causó estrés.

En fin, la cuestión de la pancita y los rollitos es el gran problema de las mujeres cuando se acerca el verano, y no importa cuánto cueste, se proponen que no existan más cuando tengan que ponerse la puta bikini. Y al fin y al cabo, el rollo y la panza siguen estando. ¡Encima están aumentados! Porque se comieron todo debido a la frustración que les produjo tantos “esfuerzos” al pedo.

Aunque debo admitir que no fue mi caso. Después de engordar 10 kilos sin haber podido bajarlos durante un año y medio, me agarro algo así como una crisis, consecuencia de varios factores. Comencé a sentirme una vieja cuando mi sobrina me preguntó quienes son las tortugas ninjas,  sumado a que el chongo me pateó, y estaba más bueno que una cerveza fría con 40 grados de calor; además que el proyecto en el que había trabajado todo el año en la empresa salió para la mierda y me dejó más trabajo que buscando a Wally; ni hablar de cuando la amiga gamba esa que te hacia el aguante mientras te ibas con el chongo al auto en la playa de estacionamiento del boliche me dijo que se casaba; y un par de situaciones complicadas más, dieron como resultado adelgazar no 10 sino 12 kilos. No hay mal que por bien no venga, quede hecha una Barbie (pero solo cuando te saludo de frente y me voy caminando para atrás porque tengo menos culo que una pared)  pero por lo menos no tengo que preocuparme por el rollito y la pancita.

Pero ahora que logre el objetivo tan deseado de toda mujer, ¿de qué mierda me sirvió? Si no me puedo ir de vacaciones y mostrar mi esbelto cuerpo nuevo en una playa llena de infartantes hombres. Ni hablar de mostrarlo en el laburo porque trabajo enfrente de una computadora todo el puto día y mi compañero de trabajo más potable pesa 100 kilos, está pelado y es depresivo. Y cuando voy al boliche los flacos que se quedaron en Mendoza en enero les da lo mismo que tengas curvas como una guitarra o como una pelota de futbol, total es de noche no se ve nada y están ebrios. ¿En la pileta? En la de mi amiga esta el sobrinito de 6 años que para lo único que me habla es para decirme que quiere hacer pis, el padre gordo que se comió y se chupó todo y está roncando tirado en una silla, y la hermanita de 18 años que además de no tener ningún rollito tiene todo, ¡Absolutamente todo! firme y en su lugar, ¡¡¡Obvio porque tiene 18 años!!! (Espera unos 10 añitos y te quiero ver chiquita).

Asique no me queda más que quedarme encerrada en mi casa, bajo el aire acondicionado con mi hermoso cuerpo nuevo viendo “PD: te amo” o “Un lugar llamado Notthing Hill” y llorando mi patética y desdichada vida.

Escrito por Amanda Mada para la sección:

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