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Entre colmillos y tajamares

Recuerdo que cuando tenía 5 años mi viejo me regaló mi primer equipo de pesca, compuesto por una caña y reel Spinit (Lo mejor del mercado, para todo conocedor) una caja con muchos accesorios y anzuelos. Si bien hasta el día de la fecha soy un Loco de la primera hora con la pesca, la cual es mi mayor pasión, la Caza me atrae de una manera que no se describir.

Aunque no son muchas las veces que realizo dicha actividad, cada vez que puedo hacerlo lo disfruto al máximo. Obviamente, es una actividad solo para conscientes, ya que también en la jerga de la caza están los dañinos de siempre, y los imprudentes que a la hora de emplear armas de fuego no toman los recados necesarios

La semana pasada avisé a mi grupo de amigos sobre una salida de pesca que será esta semana, y uno de los muchachos, Mauro, aceptó al instante. Solo había una condición de por medio, tenía que ir con él a la estancia de un amigo suyo a cazar jabalíes.

Acepté con totales agradecimientos, ya que es un amigo de años de esos que si se van a comprar un kilo de papas te tienen en cuenta con tal de que pases un momento espectacular y ameno.

De más está decir que los colmilludos son una presa de las que más me atraen. En el momento en que cazaste el primero, creas un vínculo especial con el animal para toda la vida.

El día llegó y todo estaba preparado: Rifle Máuser 98 (Regalo de Don Furrión, un hombre que me enseñó muchísimas cosas, entre otras el arte de la caza), ropa camuflada, cigarrillos, panceta, bebidas fuertes para aguantar el frio, y agua. Mauro pasó a por mí a eso de las 15:30, arrancamos hacia nuestro destino, la estancia está ubicada en General Alvear a unos kilómetros de Monte Comán.

Allí nos esperaba el dueño de la estancia y amigo de Mauro, Emanuel Pérez, hombre de negocios, viñatero y bodeguero mendocino. Compró la estancia para descansar de la vida rutinaria y poco sana de la city mendocina, llegó a su tan ansiada “Estancia Colmén” y allí se quedó, dirigiendo sus negocios desde su comodidad y estatus de vida de campo. Charlamos casi una hora con él, para conocer a la persona en cuestión; ya eran las 18:45.

– ¡Bueno muchachos! Vamos yendo, tenemos que armar el apostadero antes que se ponga más oscuro – dijo Emanuel.

– Dale, ¡yo encantado en ayudar! – respondí mientras acomodaba unas cosas en el vehículo.

– Che Ema, te están llamando por el handy. Debe ser importante – Mencionó Mauro

Aguardamos unos segundos hasta que Emanuel se desocupó, se lo notaba algo preocupado.

– Chicos les tengo una mala noticia, no los voy a poder acompañar. Los peones la cagaron, no sé qué se mandaron con el molino del pozo de agua. – Nos comunicaba demasiado preocupado Emanuel.

– No boludo, si no vas nosotros tampoco. ¡Te vamos a ayudar en este lio! – dijo Mauro.

– En serio, ustedes pueden ir tranquilos, es más los voy a mandar con Augusto para que tengan buena compañía y alguien con experiencia – Insistió.

– Hermano, recién te conozco, nos invitas a tu hogar, nos permitís cazar. Lo mínimo que podemos hacer es ayudarte, en verdad. – Propuse a modo de colaborar.

– No se hagan problema,  vinieron a pasarla bien, vayan disfruten. ¡Es más! Ahí viene Augusto – señaló.

Justo venia llegando Augusto, un muchacho rubio, alto y robusto de unos treinta y pico. Criado desde chico en la estancia, desde antes que Emanuel la comprara. Ema aprendió todo lo que hay que saber de la vida de campo, sus bondades y sus malos ratos gracias a Augusto. Es el arriero de la estancia, y además talabartero profesional; se manda unos cinturones y unas botas de cuero de potro que son un espectáculo.

– Buenas tardes, ¡mucho gusto! – manifestó con cariño Augusto.

– ¡Hola! Encantado, yo soy Mauro y él es Erik – Respondió Mauro.

Extendí mi mano extendiendo mi gusto por conocerlo y las gracias por la hospitalidad.

En el mismo momento nos indicó que debíamos partir hacia el “tajamar”. La palabra designa a pequeños diques que se hacen cercanos a cursos de agua para abastecer a los animales. En este caso, el agua llega a partir de un pozo surgente abandonado en el año 1970.

Partimos a pie, llegamos en media hora aproximadamente. Ordenamos todo y ayudamos a Augusto a preparar el apostadero, con Ramas, Hojas Secas y Troncos de la zona. Nos acercamos al espejo de agua y arrojamos en la orilla maíz partido y chauchas de algarroba (muy usadas por los Huarpes en la antigüedad como fuente de alimento). Alisté mi rifle, preparé una picada, y nos pusimos a charlar con los muchachos.

Compartimos experiencias de caza, pesca, trabajos, amistad; Augusto nos contaba cómo era la vida en la Estancia, el trabajo con los animales, la lucha contra la sequía, las apariciones de la luz mala, y sobre todo, los daños ocasionados por los jabalíes, que espantan al ganado vacuno de las fuentes de agua, debido a su territorial y agresiva reputación.

Pasaron las horas, y mientras hablábamos bajo para no espantar a los animales se hicieron la 1:00 de la matina. En ese instante aparecieron. Una piara de jabalíes se hizo presente en el tajamar, eran 10, dos machos, dos hembras y seis jabatos de unos meses de nacidos. Aparentemente esos no eran los que estaban haciendo daño en las cercanías del abrevadero, si no, el macho más viejo de la piara, que espanta a los demás animales para apropiarse del mejor lugar para beber agua y revolcarse en el barro de la orilla.

Apoyé mi rifle en una rama que estaba justo para sostener con comodidad. Acto siguiente debíamos decidir quién iba a disparar, lo echamos a la suerte entre mauro y yo, Augusto no quiso participar, fiel a sus principios, él había cazado el mes anterior en otra zona de la propiedad, por lo cual no le parecía correcto hacerlo nuevamente con tanta cercanía de tiempo. Tomó dos palitos y nos dio a escoger, los tomamos.

– ¡Me toco el más largo! – dije emocionado.

– Que culo que tenes compadre. – manifestó Mauro.

– ¡Hágale amigo! Póngase para foguear – ordenó Augusto.

Coloqué la munición en la recamara, accioné el cerrojo. Alineo y calibro la mira. Estábamos a 150 metros aproximadamente, leve viento sur soplaba en ese instante. Elegí mi presa, el viejo dañino de la piara. Aguardé a que se separara un poco de los demás. La oscuridad entorpecía la labor de apuntar con efectividad. Inhalo aire, me encuentro cuerpo a tierra, instantes finales para el disparo. Lo observo, macho, el paso de los años se nota en su figura, cicatrices en su trompa producto de riñas entre sus congéneres. Parece observarme, entro en trance con el animal. Disparo a su costado derecho, cerca del omoplato. Cae abatido.

Todo se vuelve un infierno, los demás miembros se asustan y emprenden una estampida muy cerca de nosotros y se alejan entre chañares y algarrobos.

– ¡Listo! ¡Vamos a buscarlo! – exclamó Mauro

– No, todavía es muy pronto, además no tenemos como llevarlo – Respondió Augusto.

– Es verdad y seguro van a venir las hembras a verificar si el macho murió – Asentí apoyando lo dicho por Augusto.

Mauro y yo nos quedamos en el apostadero mientras Augusto fue a pie al puesto a buscar el cuatriciclo con el carro para levantar todo y volver a la estancia con la presa. Estaba tan oscuro que Mauro no podía creer que hubiese dado en el blanco. Prácticamente no nos veíamos el rostro salvo por la escasa luz que la luna nos brindaba. Regresaron las hembras, olieron un rato el cuerpo del anciano macho alfa caído y se retiraron. Pasaron 20 minutos, Augusto regresó con su perra Pichana, experta en hacer de campana en la post-caza, ya que suelen volver varias veces los jabalíes para verificar la muerte del alfa, y se puede poner muy feo si nos encuentran allí. Salimos del apostadero, fuimos juntos a verificar la captura, efectivamente abatido.

Lo cargamos y regresamos a la estancia. Al regresar Emanuel ya había solucionado el problema del Molino. Nos dispusimos a carnear semejante animal, unos 130 kilos pesaba. ¡Enorme! comimos un asado y otorgamos la cabeza a Emanuel en agradecimiento. Al día siguiente nos retiramos con Mauro, nos despedimos esperando volver algún otro día. A compartir gratos momentos, y reavivar la pasión la caza.

Escrito por Erik para la sección:

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