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“Mis obras hablarán por mí”
Artemisia Gentileschi | (Roma 1593 – Nápoles 1654)

Artemisia Gentileschi fue una reconocida pintora italiana del siglo XVII, cuya obra completa muestra las denuncias sociales de una época en la que las mujeres no podían expresarse libremente. Ella hizo de su arte una defensa de los derechos de la mujer y ha sido retomada desde que en 1970 el movimiento feminista nacido en Estados Unidos, puso en relieve la opresión y violencia que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia. No es la única ni la primera, sin embargo su obra nos llega porque es un testimonio crudo en primera persona.

La vida de Artemisia no fue fácil y estuvo marcada por un suceso que, lejos de condicionarla como artista, la trae hasta nuestros días para analizar el arte como un espacio de justicia.

“Cerró la habitación con llave y una vez cerrada me lanzó sobre un lado de la cama dándome con una mano en el pecho, me metió una rodilla entre los muslos para que no pudiera cerrarlos, y alzándome las ropas, que le costó mucho hacerlo, me metió una mano con un pañuelo en la garganta y boca para que no pudiera gritar y habiendo hecho esto metió las dos rodillas entre mis piernas y apuntando con su miembro a mi naturaleza comenzó a empujar y lo metió dentro. Y le arañé la cara y le tiré de los pelos y antes de que pusiera dentro de mí el miembro, se lo agarré y le arranqué un trozo de carne.”

Esta fue la declaración de Artemisia Gentileschi, ante el Tribunale Criminale del Governatore di Roma, en 1612, cuando ella tenía veinte años. Tuvo que sostener este relato varias veces, incluso siendo torturada con un instrumento que apretaba progresivamente cuerdas en torno a sus dedos, cuál torniquete. De haber apretado de más aquel instrumento, Artemisia hubiera quedado sin la capacidad de utilizar sus dedos para pintar. No sólo eso, sino que además soportó requisas ginecológicas para confirmar que había sido “desflorada”, es decir, que su himen estaba roto.

El acusado era Agostino Tassi, su maestro de arte, que tenía cuarenta y cinco años cuando violó a su alumna. En ese entonces las mujeres no podían acceder a las academias profesionales de arte, por lo cual el padre de Artemisia, Orazio Gentileschi, también pintor, le confió a Tassi la instrucción de su hija. Tassi estaba trabajando con Orazio en la decoración de las bóvedas de Casino della Rose dentro del Palacio Pallavicini Rospigliosi, en Roma.

La violación se produjo en 1611 y Artemisia tardó un año en poder contárselo a su padre. Había quedado huérfana de madre a los once años y cuando Tassi la ultrajó ella tenía diecinueve. Para evitar la deshonra de Artemisia, Tassi prometió casarse con ella, algo que no cumplió porque ya estaba casado. Entonces Orazio lo denunció. En ese juicio, se pudo descubrir que Tassi planeaba asesinar a su esposa, que cometió incesto con su cuñada y había intentado robar pinturas de Orazio mientras le daba clases a Artemisia. Además, presentó testigos falsos. Un lujito de tipo. ¿El veredicto? Fue condenado por estupro y en cuanto al castigo, le permitieron optar entre cinco años de trabajos forzados o el exilio de los Estados Pontificios, opción que tomó. Una burla para Artemisia, quien cargaría con aquello por el resto de su vida. No obstante, un año más tarde se casó con otro pintor, Pierantonio de Vincenzo Stiattesi. Fue un matrimonio arreglado por Orazio con la intención de restituirle a su hija violada, engañada y denigrada, un estatus de aceptable honorabilidad.

Artemisia se mudó con su marido a Florencia, sobre ese hecho ella mismo dijo: “Dejo Roma, a mi padre y también a mi violador, más me acompaña para siempre la humillación. Llego a Florencia con un marido que no amo.” Allí fue la primera mujer en ingresar a una academia de dibujo. Comenzó a firmar sus obras como Artemisia Lomi, tratando de dejar atrás con su nombre también su pasado. Su talento empezó a trascender y mantuvo contactos que le valieron el favor de notables figuras de su tiempo. Ya en 1613, dos años después de la violación perpetrada por Tassi, Artemisia comenzó la que hoy se considera su obra maestra: “Judith decapitando a Holófenes”, que se exhibe en forma permanente en la Galería Ufizzi de Florencia.

El lienzo, de 1,99 metros de alto por 1,625 de ancho, retrata de una forma muy cruda un relato bíblico del Antiguo Testamento en donde Judith de Betulia, para salvar a su pueblo del ataque del general Holófenes, lo seduce y lo decapita (Jdt. 13, 1-10). Más de ciento catorce pintores y escultores han usado este relato para sus obras, sin embargo el de Artemisia es singular.

Años antes, Michelángelo Merisi da Caravaggio, importante artista barroco, había pintado su versión de Judith y Holófenes, en donde la mujer se muestra impoluta y tranquila junto a la criada que le proporciona la espada con la que le corta el cuello al General, quién es pintado por el artista con un rostro atestado de horror. Siglos después, Francisco Goya retoma el tema en una de sus “pinturas negras”. Se presume que el cuadro del español hace referencia a la relación de amantazgo que sostenía con Leocadia Zorrilla, casada con Isidoro Weiss, y los psicoanalistas lo sitúan en un espectro de “castración”, que experimentaba el anciano con una mujer mucho más joven.

Caravaggio
Goya

Vuelvo a “Judith decapitando a Holófanes” de Artemisia Gentileschi. En ese lienzo, la pintora muestra una crueldad nunca antes vista. La Judith de Artemisia no está tranquila como la de Caravaggio, sino ofuscada, arremetiendo con violencia contra un Holófenes que se resiste y que es reducido por la doncella de Judith. Lo más sorprendente de la obra es que en ella se puede ver claramente el rostro de Artemisia en la piel de Judith y al de Tassi en el papel del ajusticiado Holófenes.

Judith y Holófenes

No es difícil inferir que Artemisia quería vengarse de Tassi, que a través de su obra muestra el horror que tuvo que soportar, al extremo de desear tomar justicia por mano propia matando a su agresor. Hay en esos trazos sadismo, gore, sangre saliendo a borbotones, realismo crudo, impactante. Holófanes yace tendido e indefenso en una cama, simbolizando la violencia doméstica en el entorno de la intimidad, espacio en el que las mujeres han sido víctimas de innumerables vejaciones. Judith lo ajusticia en una cama que queda manchada de sangre.

Ya en 1610 Artemisia había pintado “Susana y los viejos”, en donde se ve a una mujer joven desnuda rehusando el acoso de dos ancianos, en 1615 pinta “Alegoría de la inclinación”, una mujer sólo cubierta por telas sosteniendo una brújula entre sus manos e iluminada por una estrella. En 1918 pinta “Judith y su doncella” referenciando el segundo momento del relato bíblico de Judith y Holófenes, en donde las mujeres esconden la cabeza del hombre en una canasta. En 1620 pinta “Yael y Sísara”, en donde el hombre es ajusticiado por la mujer clavándole una estaca en la cabeza. En 1621, separada de su marido, vuelve a Roma y pinta “Cleopatra” desnuda, postrada en una cama. También de ese año data “Lucrecia”, en donde la mujer sostiene con su mano uno de los pechos por fuera del vestido, ofreciéndolo. En 1625 vuelve a pintar a “Judith y su sirvienta” con la cabeza de Holófenes. En 1630 hace una nueva versión de “Cleopatra”, esta vez sin la serpiente y con los ojos abiertos. Cuando viaja a Nápoles pinta a “María Magdalena dormida”, bellísima obra que también tiene una versión posterior “María Magdalena como Melancolía”. Años después, instalada en Londres por pedido del Rey Carlos I de Inglaterra, pinta “Autorretrato como alegoría de la pintura”, “Betsabé en el baño” y una nueva versión de “Lucrecia”.

Susana y los viejos
Yael y Sísara

En “Autorretrato como alegoría de la pintura” se observa a una pintora apasionada con el cabello totalmente revuelto pintando sobre un lienzo en el que no hay absolutamente nada y con un medallón de máscara colgando de su cuello. La obra es inmensa, propia de una artista extraordinaria, en donde el lienzo en blanco alude a su pasión y el medallón representa el emblema de Cesare Ripa (oriundo de Perugia y contemporáneo a Artemisia), cuya iconografía ha sido utilizada para la ilustración de las cartas de tarot. El concepto de una mujer volcada sobre una obra vacía suscita el enigma, el cuestionamiento, el asombro. Ese cuadro se le atribuye a Artemisia por la similitud con el resto de su obra y por las características del rostro autorretratado en otros cuadros, sin embargo no está firmado y muchos críticos niegan que sea de su autoría.

Autorretrato como alegoría de la pintura.

En todas las obras de Artemisia hay una marcada tendencia a poner a la mujer en el centro de la creación, siempre sentada (en una época en la que las mujeres eran pintadas de pie junto a hombres sentados), las manos femeninas en pose activa, cabellos siempre desprolijos, los pechos descubiertos o muy evidenciados, los hombres en papeles de ajusticiamiento, y al propio rostro de la artista siempre con gesto de tristeza, la mirada perdida y los labios partidos. Sin embargo, no son imágenes de mujeres victimizadas, sumisas y débiles, sino mujeres fuertes, con carácter heroico, decididas, potentes y corpulentas.

“Judith y Holófanes” es, de todas sus obras, la que más trascendió por su historia personal, por la injusticia que vivió en relación a aquel suceso, y la rabia que llevaba con ella porque a su violador no le había sido impuesto un castigo equiparable a la humillación de la víctima. Este cuadro fue hecho para Cosme II de Médici, duque de Toscana, y lo firmó como Artemisia Gentileschi a pesar de que fue realizado en su época florentina, cuando firmaba con seudónimo. Está claro que quería inmortalizar lo que evidenció su deseo latente ante el drama profundo: convertirse en verdugo de su violador. Y lo consiguió. Agostino Tassi murió sin pena ni gloria. Sin embargo, cuatro siglos después, lo vemos degollado por Artemisia. Ella usó su talento para hacer justicia con su obra, canalizando a través del arte, la denuncia, la opresión y el dolor.

Tassi era experto en paisajes y Orazio Gentileschi lo era en figuras humanas, ese fue el motivo por el que eran socios y también por el que el padre de Artemisia lo eligió como tutor de su hija. La intensión era que con el tiempo, ella reemplazara a Tassi y acompañara a su padre en el arte pictórico. Quizás si Tassi no hubiera cometido aquella vejación, muchos de los cuadros de Artemisia habrían sido firmados por su padre y nos hubiéramos perdido de los trazos imborrables de la infamia que nos han llegado hasta hoy, pinceladas de dedos torturados y una mente atormentada por la humillación.

La obra de Gentileschi la trascendió con creces, su vida ha sido reflejada con impecable pericia para la denuncia fiel y sin lugar a dudas de lo que sucedía en su época. Ella desde hace cuatrocientos años nos ha iluminado para usar el talento como herramienta de expresión, el arte como espacio de denuncia y la obra como legado de justicia. La huella imborrable del trauma con rostro de mujer.

Es ahora tiempo de otras artes, de otras formas. Pero las mujeres siguen cargando con la tortura social de la duda que otrora le ejecutaran a Artemisia apretándole los dedos, mientras sus verdugos aún condenados a un limitado ostracismo, siguen libres.

Podemos pensar que el video de Thelma Fardín fue una puesta en escena, siendo ella actriz. ¿Se puede por ello quitar valor al relato? Sin intenciones de poner a Fardín a la altura de Gentileschi, sí es posible valorar que a través del arte ella pueda contar lo sucedido tal como si estuviera actuando un guion. A diferencia de Tassi, Darthés sí fue repudiado públicamente, y sin que ningún tribunal le haya otorgado una condena todavía, él solo optó por el exilio y seguramente también terminará sus días en el olvido aunque, y también, posiblemente libre.

Hay quienes después del testimonio de Fardín usaron las redes para denunciar, pero hay muchas más que se animaron a llamar al 144 y a formalizar denuncias ante la justicia. La contraparte no se hace esperar y en los círculos de Wall Street circula la recomendación a los importantes hombres de negocios, de evitar a las mujeres en los entornos de trabajo para diezmar las denuncias. Si continuamos así, lejos de evolucionar, volveremos a las épocas en las que los violadores judíos eran castrados y obligados a desfilar por las calles con su pene colgando del cuello o las mujeres volveremos a ser apedreadas ante la sola palabra que la acusa de infiel.

Que la justicia actúe, pero que el arte no deje de hablar.

No es No.

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