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Feminismo: el enemigo de la mujer | “Elitista e ignorante”

El feminismo nació para alcanzar la igualdad de derechos de hombres y mujeres ante la ley, para dejar de ser esclavas del patriarcado que regía en épocas pasadas. No niego que todavía hay mucho por mejorar y machismo por superar. Soy partícipe de un feminismo en constante cambio, pero en términos de superación, no de destrucción.

Las ultrafeministas de hoy y su patrioterismo, han traicionado al feminismo racional, degenerándolo en un movimiento ideológico autoritario. Sus métodos violentos, su aversión a lo masculino y su victimización constante, sumados a la desinformación, lo convierten en el principal enemigo de la mujer.

El feminismo que se impone está alejado del pensamiento humanista, ya no busca la igualdad, tiene como meta principal sumar privilegios para la mujer mediante leyes, y anular al hombre. Un movimiento incongruente, compuesto por mujeres que reniegan de ser mujeres. Piden que se termine la violencia, utilizando violencia. Dicen luchar por las libertades de la mujer, pero nos dicen al resto cómo tenemos que ser y vivir. Gritan ser fuertes, pero se victimizan por todo. Atacan a los hombres pero quieren parecerse a ellos. Es la ramificación más intolerante del feminismo. Con su lógica narcisista, tiene la creencia que sus pensamientos son superiores a cualquier otro, denigrando a todo aquel que se oponga a sus postulados. Posee una visión retorcida y temeraria del mundo, basándose por lo general en argumentos falsos para persuadir a la sociedad, mediante actitudes exacerbadas como la victimización.

Resulta alarmante que este feminismo radical, protegido por los medios de comunicación, esté tomando cada vez más poder, ya que supone un riesgo para toda la sociedad.

Además de infantil y mentiroso, como decía con anterioridad, este colectivo tiene muchos otros aspectos que me parecen criticables. Es un feminismo elitista en cuanto excluye a muchas mujeres con estilos de vida diferentes al que pretende imponer. Dejando afuera a las más conservadoras, a las religiosas, a las que están en contra del aborto, a las amas de casa. Tampoco tiene en cuenta, porque no estudia la relación de la mujer con su entorno geográfico, a las indígenas, a las campesinas y pueblerinas, que para muchas de estas mujeres, sus empoderamientos sean logros muy diferentes a los de la mujer de ciudad. Tiene una visión discriminatoria y nefasta al hacernos creer que la mujer empoderada y feliz es la profesional, la que trabaja fuera de casa y tiene predilección por su carrera laboral, y la que opta por la maternidad y el hogar es una víctima del machismo, desdichada y oprimida. Con esta visión negativa de la maternidad, considerando a los hijos un estorbo, pretende destruir a la familia. Por eso es lógico que un amplio sector de mujeres no se sienta representado por este feminismo, que tiene la malsana creencia de poseer una superioridad moral e intelectual para decirnos qué mujer debemos ser y cómo vivir.

En cambio para el feminismo igualitario, la mujer empoderada es la autónoma, segura de sí misma, que puede hacer lo que quiera sin que nadie la retenga, con plena consciencia de su facultad para integrarse a cualquier esfera de la sociedad, capaz de tomar sus propias decisiones y elegir su destino desde su más absoluta libertad, así elija la maternidad y el hogar como sus principales intereses.

Este feminismo de género es además anti-intelectual. Sus teorías no tienen una base científica, las defiende mediante argumentos falsos, opiniones vacuas, datos imprecisos, estadísticas engañosas, de ahí que posee una gran confusión de conceptos. Subyugado por las líneas de su sagrada biblia “El segundo sexo”, en las que Simone de Beauvoir decía que “no se nace mujer, se llega a serlo”, sostiene la idea de que lo femenino y masculino se debe sólo a razones culturales, excluyendo sus conceptos de la ciencia, la cual demuestra que no todo es construcción social y que hombres y mujeres no son idénticos en comportamiento y preferencias. Las diferencias de género son una sumatoria de cuestiones biológicas y sociales. Es por eso que sus activistas confunden igualdad de derechos con semejanza de rasgos. Y una de sus premisas para acabar con el machismo, es imponer que una mujer empoderada debe tener los mismos ideales que el hombre, por lo tanto la prioridad en su vida debe ser su profesión. El objetivo de este feminismo no es la igualdad de oportunidades, sino lograr una semejanza con el hombre. Tiene el capricho de querer forzar a hombres y mujeres a compartir tareas, gustos y profesiones por partes iguales. Y —sin importar la preferencia de cada uno, y para que estas guerreras puedan estar en paz—, debe haber la misma cantidad de hombres y mujeres en todas las profesiones y trabajos. Desde la docencia y medicina —en las cuales, vale aclarar, reinan las mujeres—, hasta la ingeniería copada por varones. Me pregunto si también exigirán la misma cantidad en albañilería, o en trabajos sucios como la recolección de residuos. Con respecto al hogar, las tareas deben ser distribuidas y compartidas en tiempos iguales, incluso pretenden que al hombre le nazcan, mágicamente, esas virtudes humanas innatas exclusivas de la mujer, como son ciertos cuidados e instintos maternales para con los hijos.

También Simone hablaba del patriarcado, pero a ella se la podía comprender, en aquella época se vivía bajo ese régimen. Usar ese término ahora es, no sólo olvidar lo histórico, sino deshonrar las batallas ganadas por nuestras antecesoras. La ideóloga francesa es el gran referente del feminismo actual, fue una precursora de que el patriarcado tenía caer, y con razón; pero también tenía sus pensamientos oscuros, sin haber sido madre, sentía rechazo por el embarazo y la familia y decía que la maternidad significaba un sufrimiento. Al igual que las activistas de hoy, defendía el aborto negando los conceptos biológicos sobre el comienzo de la vida. Aunque también hay documentos, de los cuales ninguna feminista habla, que afirman que la escritora se habría acostado con menores y defendía la pederastia, pero ese es otro tema que merece otro análisis.

Es notable cómo el feminismo radical viene ampliando cada vez más la grieta entre hombres y mujeres. Necesitamos urgente un cambio de paradigma, un feminismo inclusivo que nos una, que respete la diversidad de opiniones, credo y estilos de vida de todas las argentinas. Un feminismo igualitario que nos enseñe a ser más justos. Que obre en virtud de las libertades, la armonía y el respeto entre todas las relaciones humanas. Que esté en contra de la victimización de la mujer y los ataques al hombre. Que encuentre las herramientas para prevenir la violencia, no sólo hacia la mujer, sino hacia los niños y los hombres. Un feminismo instruido es más confiable, siempre va a estar abierto a un diálogo racional, a debatir sin discriminar y jamás va a censurar la disidencia. Nutrido por las ciencias puede comprender mejor la realidad, y así generar cambios que construyan. Necesitamos un feminismo auténtico e inteligente, compuesto por mujeres fuertes, seguras de sí mismas, que se sepan valoradas y queridas independientemente de lo que elijan ser, y que lo contagien al resto, y así reivindicar el orgullo de ser mujer.


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