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Hombres que vuelan

No se pusieron a protestar, soportaron la mirada extraña de sus compañeras ante una anotomía que a ellas no se les veía por debajo del tutú. Se pararon de puntas y lo lograron a puro talento y sacrificio.

Gracias a algunos emblemas que conocemos bien incluso en este país tan pacato, ellos vislumbraron un camino. Por suerte, el ballet ya no es un mundo de niñas y a nadie se le ocurriría decirles mariquitas a ellos, dueños de un cuerpo en el que han tallado todos los músculos hasta la perfección.

A lo largo de los años, los hombres han dejado de tener un rol de meros montacargas de mujeres en el escenario y han comenzado a lucir como lo que son: cuerpos que vibran en el aire.

¿Cuántos de nosotros sabe a los cuatro o cinco años lo que quiere hacer el resto de su vida? Los bailarines no tienen tiempo para pensarlo. Necesitan muchos años de práctica y técnica para llegar a los quince ya consolidados como talentos en el escenario y como parte de compañías que les permitan dedicarse profesionalmente a la danza.

No sólo se trata de sacrificio físico y emocional, sino económico. Es una carrera cara y generalmente sus familias no pueden costearlas. Si quieren triunfar están obligados a demostrar el talento desde pequeños, obtener becas y así viajar a los certámenes internacionales.

Les presento cuatro historias que me llamaron la atención porque empezaron desde muy abajo y porque, siendo americanos, se han consolidado como una generación que ha bailado en los más codiciados escenarios del mundo,  haciendo escuela  en Moscú, Viena, Londres y Paris.

FERNANDO MONTAÑO, EL QUE PUSO DE PIE A LA REINA ISABEL

Bajo su piel morena, lo que corre por sus venas es música. Es el único bailarín colombiano en el Royal Ballet de Londres. Su historia en el Reino Unido es un camino de mucho sacrificio, que surge en una familia pobre, de un barrio también pobre de Colombia: Buenaventura.

Alrededor de los cuatro años descubrió que le gustaba bailar y le dijo a su madre, quién se rió. Desde niño hizo danza y fútbol al mismo tiempo, pero no pasó desapercibido entre profesores. Ganó un concurso y representó a Colombia en una competencia en Cuba. Allí estuvo seis años. Luego le llegó la invitación para ir a competir a Italia. Le negaron la visa porque no tenía cuenta bancaria. Un periodista le hizo una nota para el periódico El tiempo y eso ablandó el corazón de los responsables de la Embajada.

En Italia, llegó a vivir en un convento y, luego de la competencia, fue invitado a audicionar en Londres. Llegó sin hablar inglés, sin celular, sin nada más que su cuerpo y veinte años que le ardían.

La audición para el Royal ballet fue accidentada porque el audio falló y tuvo que bailar en absoluto silencio. Él cuenta esa experiencia como algo que lo ayudó a conectar más con quienes estaban evaluándolo. “Cuando uno baila, no necesita la música porque la tiene adentro”.

Al día siguiente tenía audición en el “English National Ballet”, pero lo llamaron del Royal para decirle que no fuera y que se presentara con el pasaporte en Covent Garden. Era parte de la compañía y había que empezar los trámites.

Los papeles de solista no tardaron en llegar. Ahora ya habla inglés, también  italiano y francés, además de español. Comienza su día de danza a las 10.30 y termina a las 17.30 y si tiene función continúa. En Inglaterra lo conocen como “El bailarín salvaje”  y tiene el honor de haber logrado que la Reina Isabel se pusiera de pie ante un bailarín de su propio cuerpo de baile.

MARCELO GOMES, TODAS QUIEREN BAILAR CON ÉL

Con cuarenta años es el mayorcito, brasileño que dice que en Brasil todo mundo nace con la danza en el cuerpo. Claro que uno, al escucharlo decir esto en su lengua natal, piensa en comparsas y samba.

Su hermana estudiaba danza en una academia de comedia musical. Tenía cinco años cuando un día él la acompañó y decidió subir al piso desde dónde se oía la música. Vio a los bailarines danzar y se unió a ellos. La profesora lo invitó a volver, sus padres aceptaron. A los ocho años empezó a estudiar clásico y desde entonces no paró. Es el menor de tres hermanos y su familia hizo un gran esfuerzo para solventar sus estudios. Más tarde llegaron las becas y el Prix de Lausanne, en Suiza.

El American Ballet Theatre se encontraba de gira por Rio de Janeiro y decidió que quizás podía participar como extra en las presentaciones que harían en Brasil. El último día de la gira le preguntó al asistente del director de la compañía si podía tomar una clase con el cuerpo de ballet, dejándole claro que no estaba pidiendo una audición porque ya había aceptado ir becado a París. Lo aceptaron y le ofrecieron un contrato, pero él decidió no perder la beca obtenida para estudiar un año en la Ópera de París.

Un año más tarde, llamó al American Ballet Theatre y el contrato seguía abierto para él. Tenía diecisiete años. Se convirtió en el primer bailarín de la compañía.

Sus compañeras lo adoran, es un gran partenaire, sigue la línea del eje de sus compañeras y está siempre tres pasos adelante para lo que ellas necesitan hacer sobre el escenario. Las sostiene, las acompaña y ellas están seguras de que él las atrapará en el aire.

Hay un argentino, dos años menor, que también baila con él: Hermán Cornejo. Se han lucido en el Metropolitan Ópera House, la casa del American Ballet Theatre, frente a la plaza de Lincoln Center.

LUCAS ERNI, EL “POLLO” DE RAQUEL ROSSETTI

Empezó bailando folclore y también probó con el fútbol. Los maestros de folclore lo obligaron a estudiar clásico porque le dijeron que era la base de la danza. A él no le gustaba, tampoco a su padre que, después de botas y bombachas de gaucho, tuvo que empezar a comprar mallas y medias puntas.

Soportó las burlas y las ironías de sus compañeros. Estaba bailando con el ensamble de la UPCN en Paraná y allí apareció un día, Raquel Rossetti  que se presentó a tomar audiciones para “Don Qujote”. Luego de ver bailar a Lucas, le dijo que tenía condiciones para rendir en el Colón. Allá fue su alumno y a los dieciocho años fue becado para estudiar en el Prix de Lausanne. Llegó a la final y eso le permitió conseguir la beca para estudiar en la escuela del Ballet de San Francisco, Estados Unidos.

Hoy, a los veintitrés, es bailarín principal del Ballet Nacional Sodre, en Uruguay, dirigido por Julio Bocca.

ISAAC HERNÁNDEZ, EL PEOR DIAGNÓSTICO

Tiene veintinueve años y ha sido consagrado como el mejor bailarín del mundo por la Academia de Danza de Moscú, que le otorgó el año pasado el premio Benois de la Dance (una especie de Oscar de la danza). Es el primer bailarín del English National Ballet, al que ha representado en la Ópera de París, el primer mexicano en pisar ese escenario. Es el séptimo hijo de once, de una familia atípica. Sus padres eran bailarines y dejaron la danza para formar una familia y educar ellos mismos a sus hijos. No creían que la educación que se impartía en las escuelas era la que querían para su prole, de manera que se dividían las materias y enseñaron a sus hijos historia, matemáticas, lenguas, ciencias y arte. Isaac recuerda haber pasado muchas horas al día bailando en el patio de la casa de Guadalajara, entre los tendederos de ropa.

Empezó haciendo tiro y karate. El profesor de karate pidió que dejara el ballet para que se dedicara a la disciplina que él enseñaba. Tuvo que tomar la decisión y la vibración de su cuerpo fue más fuerte.

A los doce años llegó a la competencia internacional de danza en New York. Allí ganó la medalla de oro y las becas le llovían, eligió la Rock School for Dance de Filadelfia.

Empezó a soñar con Europa y esos sueños le iban dando la fuerza para seguir. “La soledad es algo que viví y sigo viviendo. El ballet es muy personal y la soledad es la más dura de todas las pruebas en un ambiente tan demandante y competitivo”, dijo en una entrevista a la televisión de su país.

En 2005 tuvo un accidente. Estaba grabando un video para cumplirle a una chica el sueño de ser bailarina. Le pidieron repetir una toma y, al levantar a la joven, se lesionó el disco de la última vértebra. Estaba bailando en un piso duro y eso fue un riesgo. Los mejores médicos deportólogos de alto rendimiento dijeron que no volvería a bailar.

Si lo operaban, achicaba el tiempo de carrera y no había seguridades. Decidió dejar de bailar un año y usó terapias alternativas. Se podía parar de la cama apenas para ir al baño. Entendió que debía darle a su cuerpo el tiempo de recuperarse. Él sentía que no se terminaba ahí y siguió las instrucciones al pie de la letra porque no podía imaginar su vida sin el ballet, solamente al agarrar la barra se estremece.

Pasado ese tiempo, a los tres meses de volver a pisar un escenario, se presentó en Moscú y ganó la medalla a la excelencia en técnica rusa. Dos meses después ganó una medalla de oro en Cuba, luego se convirtió en el primer mexicano en ganar la medalla de oro en la competición Internacional de Ballet de los Estados Unidos.

Vive con su novia, también bailarina, Tamara Rojo, quien luego de terminar su carrera como primera bailarina del Royal Ballet, fue contratada como directora del English National Ballet. “Enamorarse de ella era inevitable”, dijo Isaac sobre su directora, dieciséis años mayor que él, pero que a los cuarenta y cinco años todavía se para de puntas.

Búsquenlos en las redes, disfruten de su arte y, si los ven en el programa de algún teatro, no se pierdan la experiencia.

No sólo bailan, lo hacen en lo más alto. Brillan en el aire. Rompen con el arquetipo y se paran con toda su anatomía masculina de frente a quienes, perplejos, los observamos conquistar el espacio en cada rincón del escenario.  Pero para lograrlo, primero debieron conquistarse a sí mismos.

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