El motor del ómnibus ronroneó al echarse a andar y del escape salió una nube de vapor blanquiazulado que invadió el andén internacional de la terminal de ómnibus de Bariloche, la tarde era fría y la tripulación del colectivo se apuró a subir a los pasajeros que, semicongelados, esperaban en los asientos del andén, la arboleda que cercaba la parte trasera de la terminal, se mecía suavemente con la brisa helada del invierno rionegrino, y parecían con su danza cadenciosa, dar el adiós a los pasajeros y tripulación del interno 51.
El ómnibus había salido de Mendoza el día anterior con destino a Bariloche por rutas argentinas (RN 40). Al llegar a destino debían relevar a otro ómnibus con desperfectos en la caja de cambios, y salir esa misma tarde a Mendoza pero, por rutas chilenas… era como se le suele decir, una verdadera vuelta al mundo.
La tripulación del 51 estaba conformada por José María de 59 años, chofer de vasta trayectoria en la empresa y a punto de acogerse a jubilación anticipada debido a una rebelde lesión vertebral, producto seguramente de sus años al volante, y Adrián de 23, joven valor de Las Heras quien daba sus primeros pasos en el mundo del transporte ejerciendo con diligencia su trabajo de acomodador o guarda equipajes. Llevaban tres meses trabajando junto y habían forjado una buena relación de maestro-aprendiz, Adrián soñaba con ser chofer y José María veía con buenos ojos a su posible relevo.
Estuvieron toda la mañana poniendo a punto la unidad y aprovecharon de charlar con la tripulación del interno averiado, averiguando, entre otras cosas el estado de las rutas chilenas y sus posibles peligros sobre todo si se trataba de un viaje que se realiza mayoritariamente de noche.
La otra tripulación les advirtió de lo poco iluminado de las carreteras del sur de Chile y de los peligros de adelantar en una vía que, a diferencia de lo que hoy ocurre, era como un mal chiste… de doble sentido.
Salieron de Bariloche a las seis de la tarde, ese 19 de julio de 1992 con 5 pasajeros a bordo, una pareja de noruegos que iban camino a Viña del Mar para seguir con su luna de miel, una anciana y su hija oriundas de Villarica (sur de Chile) y un mendocino de apellido Funes que venía de vuelta de visitar a su hija radicada en Bariloche. Al salir de la terminal, José María como buen chofer, se persignó y miró por ambos espejos, aceleró por la calle 12 de Octubre hasta perderse de vista ante la gente que despedía a sus familiares, días más tarde la hija de Funes declararía que había estado a punto de pedirle a su padre que se quede un par de días más. El trayecto hasta el paso internacional Samoré fue expedito.
00:25, dejado atrás el paso internacional y solo con naturaleza circundante, el interno 51 enfiló hacia la ciudad chilena de Villarrica en donde debían parar a dejar a las dos pasajeras y seguir viaje hacia el norte en dirección a los Libertadores.
Adrián y José María habían convidado a Funes a matear y charlar a la cabina dado que el resto de los pasajeros (la pareja europea) daba rienda suelta a su amor en los asientos 37 y 38 y él no estaba en edad para ser testigo de semejante espectáculo.
Hablaban, de todo un poco, de la situación argentina, del turco vendepatria, de los líos amorosos, de los hijos y de un sinfín de güevadas que los viejos hablan y que los jóvenes como Adrián tanto gozan escuchar.
A la altura de Pelequén y cuando faltaban alrededor de 120 km para llegar a Santiago de Chile, notaron un brusco descenso en la temperatura del ómnibus acompañado por una persistente somnolencia en los presentes…”puta madre” –pensó José María- “no puedo tener los ojos abiertos”, a su lado en el escalón de la puerta Adrián cabeceaba embotado golpeándose la cabeza con el vidrio de la puerta; Funes por su lado ya roncaba en el asiento 1, justo detrás del guarda equipajes.
Buscó un lugar donde estacionarse y lo hizo frente a varios puestitos de artesanías que a esa hora de la madrugada estaban a oscuras dejando en su exterior un sin número de pesadas esculturas y fuentes de piedra.
Con los ojos lagrimeantes de tanto bostezar, José María estacionó el micro y se bajó por el lado del chofer, caminando casi a la rastra hacia un pequeño compartimiento aledaño al motor en donde guardaba botellones de agua, el lampazo, un balde de 20 litros vacío y una caja de Coca Colas vacía, que eran las que se servían a los pasajeros en la merienda.
Sacó de allí un botellón de agua y lo abrió inclinándolo entre sus piernas arqueadas, recibiendo un generoso chorro en las manos que se llevó inmediatamente a la cara, se mojó y restregó los ojos vigorosamente, y el pelo, procurando sentir frío, pensando que así vencería al sueño. Tapó el botellón y lo devolvió a su lugar, dedicándose a explorar con la vista el terreno circundante, al lado opuesto del camino, frente a ellos se alzaba un macizo negro de unos 50 o más metros de altura, una pequeña y escarpada montaña al lado del camino, con una explanada en su falda.
Como buen chofer, fue automático el pensar en lo bueno de aquel estacionamiento natural a la vera del cerro y le extrañó que no hubiera allí camiones, que, como es sabido, aprovechan cualquier sitio para parar a dormir. Estaba en eso cuando Adrián llegó a su lado por el lado opuesto del micro… “¿me pasás el agua?” – le pidió y acto seguido se lavó la cara como su colega lo había hecho anteriormente – “Ahhhh, está fría, pero que bueno así despierto, che José, que sueño me agarró de pronto”. “Si, si a mí también” – le contestó José María – “pero ya se me pasó”.
De pronto, sobre el macizo de piedra, Adrián vio moverse una silueta, le dio un codazo a su colega, para no perder de vista al caminante y le indicó: “mirá, será posible que ande gente en los cerros a esta hora, si no se ven ni las manos allá arriba”… José María ubicó con cierta dificultad la silueta y se sobresaltó al ver lo imposible de las piruetas que el escalador hacia… “se va a caer, seguro se va a caer, mirá si anda en la orilla y casi al borde del cerro… q´hijueputa seguro anda en pedo eh”.
De pronto el individuo dio un paso en falso y ocurrió lo peor… se precipitó hacia la carretera lanzando un alarido que les heló la sangre y cayendo justo delante de un camión con acoplado que pasaba en ese instante y que desesperadamente trató de esquivarlo…
El camionero frenó en la banquina media cuadra más allá en medio de una nube de polvo, bajó corriendo, devolviéndose al lugar del accidente, la tripulación del 51 hizo lo mismo no sin antes Adrián recoger de debajo del asiento del chofer un potente foco halógeno con batería portátil para alumbrarse en la búsqueda.
Debieron los dos argentinos esperar a que pasaran varios vehículos en ambos sentidos para poder cruzar, una vez bajo la sombra del peñón se reunieron con el desencajado camionero, que con lágrimas en los ojos les rogaba que le ayudaran a trasladar el herido a un hospital, o que negaran todo, o que le dijeran que era mentira… todo a la vez.
José María le habló fuerte ordenándole calmarse y buscar primero al herido (o difunto) a lo que el hombre accedió sin poder dejar de balbucear…
Lo que ocurrió después es poco claro… ayudados por el potente foco barrieron toda la falda del peñón si hallar rastros del caído, sin sangre, sin restos, sin zapatos (que saltan a la mierda cuando te atropellan)… NADA.
Se juntaron los tres en el punto exacto en donde en la ruta se veían las huellas del frenazo del camión y desde allí escanearon con el haz de luz toda el área circundante, pared de piedra, camino, banquina… NADA.
Un poco más tranquilo el camionero habló en buen chileno: “sabe, creo que el sueño me jugó una mala pasada… no hay cadáver, no hay herido, no hay ni una gueá” ; José María lo miró preocupado y respondió: “mire don, yo sé lo que ví, ví un tipo caerse gritando delante de su camión desde arriba de esta piedra… ¿taba’ soñando yo también?” – Adrián terció – “yo también lo ví eh y ya somos tres… Y… ¿Y si está debajo del camión?”.
Fueron a ver el camión, un impacto a gran velocidad debía haber abollado el paragolpes y dejado restos de sangre o peor aún el cuerpo enroscado entre los fierros… solo José María y el camionero se atrevieron a mirar, mientras Adrián se mantenía a distancia… revisaron el frente y debajo del camión y no hallaron nada.
“Sabe, nosotros tenemos un recorrido y ya estamos atrasados, por lo visto acá pasó algo raro, pero no tenemos ni el tiempo ni las ganas de averiguarlo, así que si nos perdona, nosotros nos vamos” le dijo José María al camionero mientras apagaba la linterna. “Si, si vayan no más y gracias por ayudar” se despidió el chileno y dando media vuelta se fue andando y mirando a los lados, no muy convencido de haber sido presa de un espejismo.
Ya arriba del micro, los dos colegas se miraron movieron la cabeza y se lanzaron al camino…
Habían recorrido algo de diez kilómetros cuando José María miró por el espejo y le dice a Adrián:
“Decile al pasajero que tironea la puerta del baño que se abre para adentro, hay cada boludo, seguro es el gringo ese que viene con la mujer, dale Adrián que va a hacer mierda la manija”, Adrián se vuelve hacia el pasillo apenas iluminado por la luces de los portaequipajes en donde se ven los números de asiento y ve al hombre tirando la puerta con furia… “este está que se mea o se caga” piensa y se dirige hacia el.
A tres cuartos de camino recorrido vuelve la cabeza hacia los asientos 37 y 38 y ve a la pareja de noruegos durmiendo tapados con una frazada, se gira hacia delante y ve los pies de Funes en el asiento 1 estirado durmiendo… se gira y ve la puerta del baño cerrarse con estrépito… siente erizarse la piel del lomo y los brazos… el micro toma una curva y Adrián vuelve casi corriendo adelante.
“Che, José… creo que mientras estábamos del otro lado con el camionero se subió alguien al micro, mirá, los dos gringos duermen allá atrás y acá atrás mío está el Funes también durmiendo… ¿y si es un ladrón?, ¿quién va a andar en la ruta a esta hora y encima esperando colectivo?”
El nerviosismo de Adrián logró contagiar a José María, usualmente un tipo poco dado a la cobardía, pero la verdad estaba ahí, los dos habían visto un hombre de saco claro, tirando con fuerza la puerta del baño ubicado al final del micro… vio a Adrián dirigirse hacia él y escuchó el golpe de la puerta en su marco al cerrarse… pero… no escuchó correrse el pasador del seguro.
“Mirá, yo prendo las luces y vos vas y le golpeas la puerta, le preguntás si está bien y adónde va… lleváte por las dudas el palo ese con que golpeamos los neumáticos” .
Lo que sobrevino es tan sorprendente que he preferido pegar textual la declaración de Adrián primero a la policía chilena de la comisaria de caminos de Paine (antes de Santiago) y después a sus superiores en Mendoza:
“fui hasta la parte de atrás y pegue la oreja a la puerta del baño, esperé cerca de 5 minutos y golpeé dos veces sin recibir respuesta…volví a golpear y le hablé al pasajero: señor…¿me escucha?, ¿usted se subió recién no es cierto?, ¿adónde va?…señor ¿me oye?…no obtuve respuesta por lo que opté por esperar un rato más…y golpeé de vuelta y le hable de vuelta…señor ábrame la puerta no se puede quedar ahí encerrado, ¡¡mire que paramos y lo bajamos eh!! tiene que pagar su pasaje… ¡¡señor!!…” …nada. Entonces decidí abrir la puerta, lo peor es que lo encontrara al tipo sentado cagando, pero ¿quién se sube a un micro en medio de la ruta, en medio de la noche y se mete al baño a cagar sin saludar siquiera?, agarré la puerta de la manija y empuje…pero no la abrió mi empujón… se abrió de adentro… ¡¡de un tirón!!
Acá se hizo una pausa… el policía que escribía la declaración en la máquina de escribir levantó la vista, expectante, su colega de mayor rango, teniente de carabineros, instó a Adrián en forma apremiante e incrédula: “vamos muchacho, continua por favor…¿qué pasó?”
Adrián tomó aire y siguió…
“Al abrirse la puerta vi ahí parado a un hombre, un hombre flaco y pálido, con el saco cubierto de polvo, un polvo de color suave… rosado a lo mejor, que le cubría el pelo y los hombros, con la camisa abotonada hasta el último botón pero sin corbata, me miraba con ojos fríos y hundidos, no tenía expresión… solo me miraba… y… ¡¡ no se movía con los vaivenes del micro!!… no soporté su mirada, bajé la vista y escuché cerrarse la puerta de golpe, quedándome allí agarrado de la manija de la puerta del baño, con aquel hombre encerrado tal como está ahora”
Luego del hecho Adrián había ido adelante y había contado a José María el hecho y este sin demoras había acelerado hasta encontrar la comisaría citada, en donde se habían detenido y bajado a los pasajeros sigilosamente, para luego echar llave al micro y esperar a que la cana chilena sacara de adentro del baño al intruso.
“Entonces… ¿este hombre que subió en Pelequén está adentro del baño todavía? “- preguntó el joven oficial – “sí señor, ahí está” respondió el chofer.
“Deme las llaves” ordenó el teniente y dirigiéndose a su subalterno de guardia: “usted, acompáñeme”. Salieron los dos con la mano en la cartuchera de sus pistolas y abriendo la puerta del ómnibus se fueron derecho a la parte trasera, golpeando la puerta del baño…
“Abra la puerta quien esté dentro, soy oficial de carabineros”…nada
“¿Me oye? abra la puerta o lo saco de ahí, última vez que hablo”…nada
Miró a su subalterno y agarró la manija de la puerta con la mano derecha mientras que con la izquierda apuntaba su desenfundada beretta y su acompañante hacía lo propio desde el pasillo… nada.
Empujó con fuerza y abrió arrastrando a su paso un par de zapatos polvorientos, seguidos de dos piernas huesudas… ambos retrocedieron ante el mal olor que salía del pequeño toilette, era un olor a tierra mohosa y putrefacción semejante al de los perros que han estado muertos a la intemperie por mucho tiempo… ahí delante de sus ojos había un cadáver, un cadáver reseco y cubierto de polvo rosado vestido modestamente con la camisa abotonada hasta arriba y sin corbata… con la cabeza ladeada sobre el inodoro y la boca abierta desmesuradamente, los ojos vacíos, solo las cuencas mirando al infierno en que seguro se encontraba aquel insepulto.
El micro quedó secuestrado en la comisaría, los pasajeros luego de declarar fueron subidos a otros ómnibus y derivados a sus destinos, la tripulación debió esperar a que el fiscal llegara desde Santiago, diera la orden de levantar el cuerpo y pudieron llevarse el micro sin pasajeros a Mendoza.
Pelequén, es un lugar donde se elaboran diversos tipos de artesanías, entre ellas la de piedra rosada, que se extrae con dinamita casera desde el peñón aledaño a la ruta, y en el que un sinnúmero de personas ha perdido la vida al caer al vacío, el extraño pasajero era, según la investigación posterior, Rogelio S., cantero de profesión, muerto en el ejercicio de su oficio un 19 de julio de 1981al caer delante de un camión que se dirigía al sur…
Escrito por Darkkatt para la sección:
Soberbio relato. muy buena historia. Felicitaciones.
gracias por leer y opinar es un gusto poder participar del mendo con un cuentito de vez en cuando
Excelente historia!!!
Gracias es un gusto que lo disfruten
muy buena la nota. me cague un poco en las patas jajaja
Gracias, esa es la idea
Zarpada!!! la cosa es que todavia no me animo a ver la foto! jajajajajaaj
¿Porqué el camionero se devuelve y no se vuelve?, ¿estaba azkeado y gomito todo?
(Ver el párrafo siguiente a la primer foto) (parr 17)