Memo odiaba Facebook y todas las redes sociales. Memo odiaba comunicarse por Internet con la gente, odiaba que la gente estuviera al tanto de lo que publicaban los demás. Cosas irrelevantes que se hacían públicas bajo el manto de impunidad de la tecnología. Cosas antes reservadas al ámbito familiar o privado que se veían expuestas ante la vergüenza ajena con esa satisfacción egocéntrica incomprensible para Memo.
Y lo que más odiaba Memo: las fotos. Fotos que le interesaban solo al que las había publicado. Fotos de comida que estaba por comerse, fotos de momentos hiperbanales elevados a imagen de ícono. Autorretratos frente al espejo. Memo no tenía Facebook y había jurado que jamás lo tendría. Además, sentía una aversión casi inmediata por las personas que si lo tenían y que no podían estar un día entero sin usarlo, lo cual lo había llevado a despreciar a una cantidad importante de individuos. Memo era una persona apacible, agradable, simpática, adorado por sus allegados. Pero el ver a su madre frente a la pantalla comentando sobre la foto de tal o cual, a su hermano constantemente chequeando las publicaciones en su teléfono, a su novia chateando con gente a la que no tenía nada que decir, le molestaba muchísimo. Aunque no contaba con perfiles en redes sociales, Memo no era inmune a la onda expansiva de estados y comentarios, lo cual lo hacía sentirse felizmente ajeno y asqueado del submundillo del “me gusta” y el “en qué estás pensando”.
Memo trabajaba de noche, en el casino, de diez a seis. Vivía con su novia en un departamento que alquilaban en el centro. Tamara estaba embarazada y en cualquier momento esperaban el nacimiento del bebé para el que ya habían elegido el nombre de Anatole. En el último mes, Tatiana, la hermana menor de Tamara, se había estado quedando en el departamento por las noches para hacerle compañía. La última semana había sido un tiempo de expectativas y nervios, ya que era la semana señalada para el nacimiento. Ese viernes, a las once de la noche, tuvieron que apresurarse hacia el ascensor frente a las inequívocas señales de la inminente llegada del primogénito. Había una parada de taxis en la esquina y no tuvieron que esperar. Se dieron cuenta de que en el apuro se habían olvidado de avisar a Memo y, además, Tamara se había dejado el celular sobre la mesa de luz. Tatiana intento llamar a Memo pero solo pudo dejar un mensaje de voz avisándole que iban rumbo al hospital. También envió un mensaje de texto por las dudas. Como era su costumbre, entro a su red social predilecta y publicó: “Rumbo al hospital con Tamara ¡¡¡Ya llega Anatole!!!”
Memo estaba en su turno y tardó en recibir los mensajes. Pero se enteró de todo de otra manera, una manera que no le gustó para nada. El bebé nació unos minutos después de la medianoche y Memo se enteró porque sus compañeros de trabajo empezaron a felicitarlo. Uno de los colegas de Memo había estado chequeando la red social y se encontró con que Tatiana, a quien también conocía, había publicado una foto del niño recién nacido. Después de los abrazos de ocasión, se lo mostraron. Estaba viendo a su hijo por primera vez y se le estaba ofreciendo la oportunidad de hacerlo al mismo tiempo que a los otros 675 “amigos” de su cuñada, algunos de los cuales ya habían publicado comentarios debajo de la foto. Cuando llegó su media hora de descanso, Memo fue lo más rápido que pudo a buscar su teléfono y escuchó sus mensajes: el de Tatiana, uno de su madre, uno de su suegra, uno de su hermano. Llamó a su madre, que estaba con sus suegros en el hospital. Les dijo que iba a ir apenas saliera de trabajar y les pidió que le pidieran a Tatiana que retirara la foto de Internet. El odio hacia su cuñada, por arruinarle el momento, por arruinárselo a través de una de las cosas que más detestaba, crecía con cada minuto disputándose lugar, peligrosamente, con la emoción de saberse padre, con las ganas de estar junto con su novia, de abrazarla, de conocer a su hijo, de estar con su familia.
Memo contuvo su furia por horas hasta que llegó el momento de irse. Cuando estaba por salir del casino, sonó su teléfono. Era Tatiana. Como el departamento de Memo y Tamara estaba cerca de su trabajo, Tatiana quería avisarle que había vuelto a buscar un par de cosas y que lo podría esperar para compartir un taxi. Memo le dijo que sí, que lo esperara. Lo que pasó en la siguiente hora tuvo como testigos casi inmediatos a más de 600 personas. Las fotos del cuerpo descuartizado de Tatiana empezaron a poblar su muro de Facebook a las 7 de la mañana. 16 fotos tomadas con el teléfono de la joven y compartidas en la red social a los pocos minutos. Memo ni siquiera tuvo que romper su juramento. Hasta hubo un par de “me gusta” en las fotos. No pudo conocer a su hijo tan pronto como le hubiera gustado… pero valió la pena.
Escrito por Nina para la sección:
emmm.. esta buena… le falto mucho… te falto mas el perfil psicotico.. definirlo un poco mas… todo ronda al odio de esa red social.. pero nunca por que… es mas … lo clasificas como un personaje introvertido y trabaja en un casino… .-. no tiene logica.. pero en fin ! esta buenissima la historia!
no llego a tal extremo pero ver las autofotos en el espejo del baño con pico de pato …. prefiero ver el boca – real Madrid del 2000 y soy de river…
esta vuena pero el era muy anti sosial no conosco a alguien tan loco