/La razón (el Posreformismo)

La razón (el Posreformismo)

El que lee se prepara para conocerse. Conozcamos nuestros deseos. Los deseos del ser humano son conflicto:

El conflicto prevalece porque nos divierte. Nos divierte imponer, mandar, disponer, gobernar. Nos divierte el aplauso que recibimos prestado del viento, que en cenizas le convierte la muerte (1). Es que vivimos el sueño de nuestras pasiones, el sueño de nuestros placeres. No vivimos la vida, sino el sueño de nuestra razón. ¡Todo conflicto! Nos encanta el conflicto.

La guerra es un conflicto de razones. La guerra es el humano y mundano deseo de imponer nuestra razón sobre las razones de otros. Si alguien no comparte nuestra razón, allá que vamos armados, con la espada de nuestra verdad, a rajar cráneos, a abrir cerebros, a someterlos a nuestras creencias, a meterles nuestras ideas. Somos conquistadores, imperialistas de nuestra santa razón. La razón. La razón. La razón es nuestro valor. Si no tenemos la razón, no valemos nada. Si no tenemos la razón, no somos importantes, no somos nadie. Dime, dime cuánta razón tienes y te diré cuánto vales. La razón es la nueva divisa del ser humano. Si no nos dan la razón nos hundimos, si nos la dan, nos inflamos. La razón nos eleva al orgullo, nos rebaja al juicio. Conflicto, es todo un conflicto. Ganarse la razón es un conflicto.

La verdad. La razón. El conflicto. Dijo Larra que hay dos tipos de verdades: las verdades que no son verdad, y las verdades verdaderas. En otras palabras, diríamos que hay razones y hay verdades verdaderas. Tener la razón no es necesariamente tener la verdad. La verdad es eterna, la razón es temporal. Ayer algo era inmoral, hoy es moral; ayer algo era moral, hoy es inmoral. La razón cambia con el tiempo; ayer ese fulano mintió, hoy se ha descubierto algo y parece que dice la verdad, mañana se ha descubierto otra cosa e irá a la cárcel, cinco años después se descubrió otra cosa y lo pusieron en libertad. El hombre tiene y pierde la razón, la gente se la da y se la quita. ¿Qué valor tiene la razón si es cosa tan efímera? La verdad verdadera es lo único que vale.

La verdad verdadera tiene dos vertientes: la personal y la externa. La única verdad verdadera de la que el individuo puede estar seguro, es la personal.

– Yo no quise decir eso.

¿Y qué saben los demás? Sólo tú sabes.

– Estudié una semana entera, y no aprobé el examen.

¿Y quién sabe lo que estudiaste? El lector debe preguntarse cuántas mentiras ha dicho para validar su razón, para darse la razón, para exagerar su razón. Nadie tira la piedra, porque todos lo hacemos.

La otra vertiente de la verdad verdadera es la externa. Esta es a la que intentamos llegar y no podemos. La verdad verdadera es el espejismo universal.

– El mundo vino a ser como consecuencia del Big Bang.

¿Y usted qué sabe?

– ¡Lo sé por la ciencia! ¡Por la ciencia, fe ciega!

¿Y qué sabe la ciencia? Hay experimentos contradictorios, hay científicos que dicen una cosa y otros que dicen la otra. La ciencia es una máquina de razones, de verdades que pueden ser o no ser verdad. ¡Venimos del mono, oiga! ¡Venimos de los peces del mar, sepa! ¡Somos creaciones de Dios! ¿Ah, sí? ¿Quién apostaría su felicidad por la teoría del Big Bang?

– ¡Yo, yo! ¡Tengo fe ciega a la ciencia!

Mira, ahí hay un valiente que dice que apostaría su felicidad. Claro, cualquiera lo haría, porque la felicidad no se apuesta, son situaciones hipotéticas imposibles. Si se pudiera, ¿quién lo haría? Algún que otro insensato lo haría, después se arrepentiría.

La verdad verdadera es un concepto divino. Es el Dios en el que creemos pero que nunca hemos visto. La verdad verdadera es el Dios en el que todos concordamos, en el que todos ponemos nuestra fe día a día. En el periódico han dicho que… ¿Ah sí? Pues ipse dixit, a misa va la sentencia. El otro ha dicho que… ¡No se diga más! Al libro de la verdad que va. Por ahí se lee que la materia obscura… ¡A creer! Se ha probado que Dios no existe… ¡Viva la ciencia, ya sabemos la verdad! Atentos, que alguien habla con Doctor Manuel Bueno. ¡Mártir de la ciencia!

– ¿Pero existe la mentira?

– ¿Para qué creer en la mentira si la ciencia no miente?-contesta el docto científico- Cree en la verdad, en la verdad que nos muestra la ciencia con sus experimentos. Tenga fe, tenga fe en la verdad.

– Pero si creemos en la verdad, también habremos de creer en la mentira de la ciencia.

– Hay que creer en todo lo que cree y enseña a creer la Santa Madre Verdad Científica, Occidental, Tradicional, Posmodernista. ¡Y basta! (2)

¡Amén! ¡Fe, fe! Por ahí viene un grupo de individuos

– ¡Pero bueno! ¿En qué pamplinas creéis? Yo soy ateo, yo no creo en la verdad, yo creo en lo agnóstico, yo creo en el sueño de la vida. ¡La vida es sueño!

– ¡Hereje, nos ofendes! Habremos de callar a estos ateos de la ciencia con la Docta Inquisición.

¡Oh! Hemos llegado al callejón sin salida. ¡Ya no sabemos nada! No sabemos nada de nada. Nadita de nada.  Don Quijote, tú que vivías en dos mundos, en la distorsión de Sierra Morena y la cordura de tu sabiduría, ¡di algo! ¡Di algo, por favor! Y así nos recita don Quijote lo que una vez escribió Feliciano de Silva:

“La razón de la sinrazón, que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura”.

¡Lectores, por amor de… de lo que sea! ¿Quién demonios sabe la verdad? ¿Quién? La verdad no se puede probar. ¡Todo son verdades que no son verdad! ¡Todo es opinión! ¡Todo, todo es razón! ¡Todos es la razón de la sinrazón! Todo es razón que hoy se da y mañana se quita. ¡Nadie tiene la razón! ¡Nadie tiene la razón! ¡Nadie tiene la razón! ¡Sólo la verdad tiene la razón, y la verdad es inalcanzable! Mi razón enflaquece.

Aquí viene la conclusión: No podemos saber la verdad, nunca. Tener la razón o no tenerla no nos da ni nos quita valor; tener o no la razón es vanidad. Querer convencer a alguien de nuestra razón es querer poner como verdad lo que no sabemos si es verdad. Debatir es ofrecer nuestra razón, no imponerla; debatir es abrir las posibilidades de la verdad, no llegar a la conclusión de la verdad. Jamás podremos llegar a la conclusión de la verdad. No pongamos el valor de las personas en la razón, porque lo único que tiene valor es la verdad. La verdad es nuestra propia existencia, todos valemos infinito por el mero hecho de ser. ¿Qué importa lo que opine uno u otro? ¿Qué importa si nos dan la razón o no? Todos somos iguales ante la verdad. Todos somos mentirosos, todos creemos en falacias. ¡Y basta!

(1): En referencia a “la vida es sueño” de Pedro Calderón de la Barca.
(2): En referencia a “San Manuel Bueno, mártir” de Miguel de Unamuno.

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