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Matirulos

Empezaba la tarde en un jueves de enero, nublado y fresco para el verano mendocino, divino para siesta. La redacción del Mendo estaba tranquila, un poco adormecida, con varios frente a la computadora haciéndonos los que escribíamos para que el jefe no se enoje cuando vuelva porque no hay notas.

En una esquina estaban los memeros, que parecían los más activos y divertidos, aprovechando que Don Rata está de vacaciones y no jode con el ranking de likes de Chapanay. Rodo Gómez y el Cuervo Mendolotudo están pasando con dignidad el derecho de piso que le están haciendo pagar el bonito de Cristian Wonders y el amoroso del Chacho.

En otra esquina estaba Marcos Valencia mirando por la ventana, siempre tan romántico él, con cuaderno y lapicera en mano (porque es de los que escribe en papel) y el equipo de mate al alcance. Su mate es de los clásicos, esos de calabaza forrada con una camisa de cuero cosida con tiento y pie de plata.

No es el único que tiene el equipo de mate al alcance, porque Bomur nos reta si hacemos ronda y no escribimos, entonces nos mantenemos en nuestros lugares con el mate individual que algunas veces compartimos si nos acercamos a leer y corregir textos de alguno que pide ayuda o tiene dudas. No usamos Google, somos buenísimos deliberando sobre gramática y sintaxis. Acá hago un paréntesis, porque hay quienes se sientan a escribir con los auriculares puestos escuchando vaya a saber qué cosa, y no participan de estos instructivos debates. Esos son los que hacen enojar a Bomur porque le mandan notas sin corregir. No los voy a escrachar, porque cuando el jefe se enoja no les corrige los errores y ustedes los ven al leer así como el autor los mandó. Cierro paréntesis.

En eso, Valencia pregunta a Pauli Pietra:

—¿Cómo vas con tu cuento de terror?

—Mejor que Zanata —responde ella dirigiendo la mirada al compañero que estaba muy concentrado escribiendo papelitos autoadhesivos que pegaba alrededor de la pantalla con la línea argumental de su historia.

—¿Alguien quiere un amargo?

Y fue el fin de la paz en la oficina porque Calypso, sentada sobre su escritorio no se pudo contener y lanzó el primer misil verbal.

—La verdad que no entiendo como pueden tomar esa porquería —dijo con evidente cara de asco pero sin sacar la mirada del celular.

Todos los materos sacamos la boca de la bombilla y la miramos. “Houston, tenemos un problema con el escudo antimisiles”, pensé.  El misil detonó en el escritorio de Pauli Pietra que con toda la diplomacia que pudo le devolvió el lanzamiento.

—El mate no es sólo una bebida, implica muchas cosas, Calypso.

En ese momento supe que se venía para largo, cerré el inspirador temático de Google trends y abrí el Word, ya tenía el disparador literario de la semana. De paso también le cambié la yerba al mate y le hice una guiñada a Huma Rojo que empezó a blanquear los ojos porque la desconcentramos de su escritura sobre Amadeo Modigliani. Así que ella también rearmó su mate mientras se tomaba un descanso.

Pauli se levantó a recargar el termo mientras Marcos se tomaba el amargo que había ofrecido y le contesta a Calypso:

—Sin el mate, seríamos como individuos estancos, sin historias… —dice con su gesto de locutor de radio folclórica y esa voz que tanto le gusta a la niña de rulos pelirrojos que acababa de declararse antimate.

—Yo tengo historias igual y no necesito del mate para eso… —contestó Calypso levantando los hombros y devolviéndole a Marcos el gesto con un guiño. Luego agrego ante la cara risueña de los memeros que cruzados de brazos se disponían a ver la pelea de barro—: me parece que le dan más importancia de la que tiene.

—Si tomaras, no pensarías lo mismo -respondió Marcos, entretenido.

—Claro, si tomara mate sería una más del montón —dijo ella riéndose ante la mirada cruzada de Pauli que no se pudo contener ante la declaración que le tocó el orgullo matero:

—¡Ah… bue!

—Los montones a veces son geniales… —insinuó Valencia, sonriendo con ironía hacia la escritora hot.

—El mate justifica el amontonamiento —respondió Pietra apoyando a Marcos.

—Tiene ese costado promiscuo… —dijo él, simpático, con la mirada perdida ya sabemos en cuál de todos los amontonamientos que recordaba—. Saboreás la saliva de los de la ronda… De ahí a coger son dos metros.

—Jajaja posta, la mejor excusa siempre —le reforzó Pauli.

—¿Por qué no escribís una poesía de eso, Marcos? —dijo la Doctora Li con gesto furibundo.

—Es como que decís “ya que estamos tomando mate, por qué no…” —agregó Don Rubén. Mejor no digo a quién le dirigió la mirada mientras le echaba agua al suyo.

Ya la cosa estaba tomando el ribete hot con toda la intención de que Calypso se decidiera a escribir una nota aunque sea de las fantasías eróticas materas, porque viene prometiendo hace meses una nota. Yo me acordé del talk show de Lía Salgado en donde la gente con historias de infidelidad siempre hacía referencia a que “empezamos a tomar mate y…” Ciertamente el mate tiene ese costado erótico que hace imaginar fantasías con los labios apretando la bombilla y ojos que se cruzan en silencio.

—¿Qué sería del trabajo sin mate? —dijo Pauli mientras se servía uno— ¿o no, Marcos? —recalcó para que quedara claro que no estaba interesada en discutir con la jovencita del grupo, que hace calentar sin necesidad de escribir fantasías con señores maduritos.

—Como que te obliguen a estudiar seis años para ser contador… ¡una tortura! —respondió él mirando a Don Rubén y continuó, levántandose de su silla—: ¡Qué buen mate tenés Pietra! -disponiéndose a recorrer los escritorios para examinar los mates porque según él “los mates dicen mucho de su dueño”.

A mí me agarró con el de madera y le dije con la ceja derecha levantada:

—En casa tengo cinco obviamente distintos y los uso a todos —antes de que dijera algo relacionado con la dureza, la intensidad, la espuma en superficie y la bombilla. Entendió que mejor con mi mate no se metiera. Mina Murray me chocó los cinco desde el escritorio de al lado.

—Lo bueno del mate es que te permite compartir —lanzó Pietra con sorna…

El mate que se acababa de tomar le dio coraje para seguir metiendo púa.

—Tampoco me gusta el café… —dijo Calypso sin sacar la vista del teléfono que arde con el Instagram de Ana de Sade, pero entendiendo que el comentario iba dirigido a ella-. Alcohol y gaseosa tampoco tomo. E insisto, no por eso no tengo historias o no me junto con la gente. Digo que le dan mucha importancia, como si fuera icónico.

—Más que un ícono, es una tradición -le respondió Pauli.

—Están hablando del mate como que sin mate no hay juntada… Exageran. Además, lo ponen de excusa… Yo no tomo mate y me junto igual.

—No, Calypso, no dije eso. Lo que trata de decir Pauli es que dónde hay mate, hay juntada… —dijo Marcos acercándose al escritorio de Caipi a mirar su mate y señalándole que le gustaba la leyenda—.

—No hace falta que expliques lo que ella está diciendo, la entendemos perfectamente —dijo la Doctora Li.

—Parece que Calypso no —insinuó Pauli.

—Y donde no hay mate también hay juntada ¡No jodan! —seguía la pelirroja que no encontraba nadie que apoyara su discurso antimate.

—¡Tomate un mate, chiquita! Te va a bajar un toque la intensidad… —le digo a Calypso pero con una sonrisa cómplice a Pietra que meneaba la cabeza.

—¡Ni en pedo! Hace años le pedí uno a mi vieja y fue vomitivo, agua caliente con gusto a pasto. Tomé un sorbo y escupí —relató Calypso.

—Otras cosas no escupís… —le contesté divertida mientras le guiñé el ojo a… no, esto tampoco lo cuento (códigos son códigos, vio?)

—No, Lobesia, lo que pasa es que me están discutiendo como un bicho raro porque no me gusta el mate y porque les estoy diciendo que lo del mate es una moda pasada. La gente no se junta a tomar mate, ¡se junta y punto! Los que no tomamos mate también tenemos una vida social y no nos va mal. Hay que poner las cosas en perspectiva, no sean ridículos. Aparte, me da que es de viejos —remató Calypso.

Venía bien hasta esa última frase. Cerré los ojos y apreté el gesto porque sabía que estábamos en código rojo de explosión termonuclear.

—Te fuiste al pasto, Calypso… A mi me parece ridículo que pendejos como vos paguen locuras por ir a caretear un café con leche a Starbucks… Pero bueno, gustos son gustos —fue la calibración de la ojiva nuclear que preparaba Pietra.

—Un día como hoy, pago los ciento setenta pesos por un alto Caramel Macchiatto… —dije.

—¡¿Ciento setenta pesos por un café?! —preguntó el Chacho metiéndose en la conversación. Y es que ya no se podía estar atento a otra cosa. Estábamos sin jefes, porque Bomur todavía no llegaba y Conep tampoco estaba (pero si está es como si no)—.Tomar mate es de profesora hippie… —dijo para seguir levantando el termostato de Pietra.

—Es que eso es lo que le jode a Pauli, que el Starbucks es cheto y ser cheto está mal…

—Ya fue Capypso… Y vos, Chacho cortala también —dijo Pauli sabiendo que la colorada no iba a parar.

—No, ya fue no… si el café fuera de la YPF no le jode.

Calypso ya estaba ofuscada y Pietra ya se había enderezado en el sillón detrás del escritorio.

—El mate es un mundo —dijo valencia volviendo a su silla, pasando por el pasillo entre medio de los dos escritorios en donde se había desatado la guerra matera.

—¡Ya te lo dije tres veces, Calypso! Es cuestión de gustos. Que no te guste esta bien, pero que nos guste a otros no nos hace ridículos o viejos.

—¡Estoy hablando del cafeeeeee, ahora! —le contestó Calypso levantando la voz—. No te dije vieja ridícula —¡Chan! “Esto termina a las mechas”, pensé mientras me imaginaba a Pauli agarrándole los rulos a Calypso, que no se quedaría atrás, destrozándole los lentes nuevos contra el piso mientras Wonders alentaba y el Cuervo sacaba fotos para hacer memes—. Dije que el mate es feo y es pasto.

—¡Dijiste que era de negros! —sentenció Caipi desde el final de la oficina, señalando con el brazo cual panelista de 6,7,8 indignado con la comparación clasista del café y el mate.

Yo ya iba por la tercera página de Word mientras miraba los gestos de los que no opinaban pero secreteaban y se hablaban por chat seguramente apostando cuál de las dos ganaba el round.

—Y bueno, Caipi, si esta nueva cultura capitalista consumista sobrevalora el Starbucks… ¡déjenlos!

Recordé que había visto una foto de Obama con el mate, y les digo:

—Miren el chat de whatsapp… —mientras les compartía la imagen.

Ahí estaba: la cara del capitalismo siglo XXI con la bombilla en la boca. Dudo que haya sido para hacerse el cheto, pero estoy segura que no consideró que el capitalismo se viera horrorizado por ese brote argentinísimo que integraba culturalmente el sur y el norte del continente americano. Fotos simbólicas si las hay…

—¿Que tiene él que no tenga yo? —preguntó Don Rubén con idéntico mate y camisa que don Barack.

—La corbata… —le respondí divertida, sin querer ahondar en mayores diferencias. No chicas, Don Rubén no es morochón.

—Te das cuenta, Lobesia? Es un viejo… —siguió insistiendo Calypso al ver la foto de Obama mateando, despreocupándose por el gesto sorprendido de Don Rubén a quien ella acababa de incluir en el montón de viejos, ridículos, resentidos sociales anticapitalistas y promotores del mate presexo. Medio encerrada en el argumento económico reforzó la apuesta—: Miren lo que pasó con el vino… —y lanzó LA frase de la tarde:

“El vino dejó de ser consumido por los jóvenes, dándole espacio a la cerveza. Con el mate va a pasar lo mismo. No tiene nada que ver con la cultura y la tradición. Es una moda y la del mate está pasada.”

No voy a transcribir la discusión entre Capylso y el Chacho (es chef, por si no lo sabían) que de vinos sabe bastante, porque fue por el mismo canal que la discusión del mate contra Pauli. Pero con el tema del vino, tuvo todavía menos quórum entre “viejos anticapitalistas” que argumentaron (palabras más, palabras menos) que los pibes toman cerveza porque son unos secos y no les da para un malbec, además de que tienen el paladar quemado.

Yo seguía insistiendo por wattsap con fotos de conocidos mateando.

—¿Por qué discriminar si podemos tomar de todo? —preguntó Don Rubén, quien le lleva las cuentas contables a varios vineros. El muchacho cuida el negocio…

—¡Usted entendió todo! —le respondió Valencia levantando el brazo con su mate para simular un brindis. Don Rubén le correspondió el gesto.

—Mirá Calypso, pasa también con todo eso del rib eye, t-bone, steak house, ribs pork, etc. No lo digo por Bomur —que seguía ausente pero postea diez historias de asado en Instagram, cada semana—, ni por Celso —otro instagramero de asados que hasta el momento estaba presente pero mudo, atento a la conversación, cual fiscal—, lo he visto en muchooooooos lugares, les están rompiendo el orto —sí, el Chacho habla así, tan natural con esa voz guarra que recuerda a la de Alfio Basile— con los precios y son los mismos cortes de toda la vida con nombres yankees —dijo con una carcajada.

—Como la magdalena con crema que te cobran en dólares junto con le café y le dicen “cupcake” —remató Pauli con otra carcajada que llevó el tema nuevamente al mate vs. café.

—¡Che, me dieron ganas de un mate! ¿Algo para entretener la boca ya que no hay fotos en bolas…? —dijo Fran Lucas, que se estaba despertado del siestón oficinero con la discusión.

—Yerba no hay… —le contestó Pauli entre las risas de varios.

—Acabo de crear la encuesta mate vs. café en Facebook —dije.

—Seguramente Marcos va a coincidir en que ambos tienen una mística distinta… —insinuó Pauli.

—El que no se levantó un domingo a las ocho, en pleno invierno, con el cielo nublado, el calefactor prendido y con el mate preparado para leer una novela, no sabe lo que es placer —metió el Sr. Zanata que entre mate y mate no había participado de la discusión porque está obsesionado con el tema de la esquizofrenia de uno de los personajes de su novela, pero estaba escuchando todo, al parecer.

—¿Vamos a comprar una torta para el mate? —le dice Pol Vora a Patricia Solari.

—Nada como un buen pedazo -apoya Celso, desperezando su mordacidad.

-¡Aguante el mate! —dice Cristian Wonders acercándose a mí para que le de uno.

—Ya me hicieron dar ganas a mí también —declara Dionisio y agrega mientras rellena el suyo—: discutamos si son mejores los Beatles o los Stones.

—Eso es como discutir si la milanesa es más rica a la napolitana o sola —clava Diem Carpé, al tiempo que le metía música a la tarde, terminando de editar su podcast de Vinilo Club (de paso, si no lo escuchaste, ¿qué esperás?)

—La única verdad es la realidad, decía el General —remató el Chacho.

Y en eso, tan puntual y preciso como el Chavo del 8, entra Bomur con un Starbucks en una mano y el casco de la moto en la otra, los pelos despeinados y las cejas revueltas. Las carcajadas fueron generales y él, que no tenía idea qué había pasado en la siesta pero sabe que no dormimos, pregunta:

—¿De qué se ríen culiados?

—De tu Starbucks —responde Celso estirado en el sillón con los brazos detrás de la nuca.

—¡Una bosta! —responde Bomur tirando el vaso a la basura. Dame un mate, Lobesia —me pide y dice golpeando las manos—: Bueno basta de ronda, pasen las notas.

—Capypso no escribió nada todavía, pero no quiere probar si el mate le destraba las neuronas —dice Pauli con sorna.

—¿En serio no tomás mate, bombona? —pregunta Bomur, chupando.

—Es que es de viejos chotos, negros secos y melancólicos camperos —dice Valencia.

—Matirulos —Se burla Calypso.

—No sabés lo que te perdés, mamu… —insinúa el jefe meneando la cadera.

“Irremontable, como siempre”, pienso.

El mate es motivo de reuniones y parte de las escenas en las historias de tantos recuerdos. Para quienes escribimos suele ser el compañero de soledades silenciosas, pero en la oficina del Mendo se hizo evidente la teoría de Marcos Valencia: los mates se parecen a sus dueños y por suerte hay para todos los gustos.

¿Y vos que pensás? Te leo en los comentarios.


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