/Mi cantar vuelve a plañir

Mi cantar vuelve a plañir

De tanto salir de casa teniendo la camioneta estacionada en la puerta, ayer la miré. Camioneta… es una camionetita, linda, chiquita… ni tan vieja, ni tan moderna. Entra en la categoría de tener USB y Blootooth, para dar una idea. Y la miré y la sentí como un pariente, como un amigo, personalizándola, dándole a ella todo lo que, cada vez que salgo de casa, me falta: el Alguien. El otro.

Casualmente este año que empezó me hizo ver mi costado solitario, y, lo mismo que a la camioneta, de tanto salir de casa y topármela, la miré. A diferencia de la camioneta, mi soledad es anterior, es modelo viejo, para hacer una comparación odiosa, mi soledad tendría pasacassette. Pero pasacassette con botones de “ta-clack” que sería el sonido que hacen esos botones cuadradotes cuando los apretabas y liberaban el cassette. Ese sonido “ta-clack” se da porque dentro del pasacassette lejos de haber circuitos y plaquetas, hay alambres y palancas. De ese modelo es mi soledad: modelo “ta-clack”.

Agoté cajones de cerveza hablando de las virtudes y beneficios de la soledad. Esmerilé a besos miles de bordes de vasos de fernet explicando lo bien que hace el estar solo. El estar solo, y también la falta que me hacía una camioneta. La camioneta la tuve. La tengo. Bah, la estoy pagando, en realidad, que es como recordar el tango de Gardel Aquel tapado de armiño, que dice: “Aquel tapado de armiño todo forrado en lamé, que tu cuerpito abrigaba al salir del cabaret, me resultó al fin y al cabo más durable que tu amor, el tapado lo estoy pagando y tu amor ya se acabó”.

La camioneta la estoy pagando, y mi idilio con la soledad empieza a resquebrajarse por algún flanco inadvertido. Mi camioneta debía ocupar ese lugar del Otro… o de la Otra, para ser más preciso, y a los pocos meses de pasión ya boqueaba, mordía la barbada, cabeceaba lado a lado queriendo volver al pago. Ayer la miraba. Las camionetas de ahora no son como las de antes. Las F100 viejonas, las D20… camionetas que llegaban para dar la vida, que morían con un eje partido tirando de un acoplado inmenso, o volcadas en una zanja intentando sacar del barro un tractorazo. Camionetas que forjaron la elegancia de este hoy apelativo “camioneta”, pero que son autos con caja, o camionetas fuertes, pero hechas para vender en dos, tres años, e integrar ese mundo perverso y promiscuo de “los usados”, donde nuevos compradores manosearán y llenarán de calcomanías y adornos las cabinas y habitáculos de los abatidos utilitarios de caja abierta comprados por indiferentes choferes que no estaban solos, que no buscaban una compañera en la camioneta. Manejadores distraídos de lo importante, satisfechos, aburridos de tanto estar con sus Alguna.

Acabo de escuchar a Dolina citar a Machado en su poema Yo voy soñando caminos:
En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón
.”

El tedio de estar siempre con alguien, o la abulia de ser siempre solo, quién sabe… La soledad tiene nombres para hacer dulce, pero en el corazón también tenía la espina de una pasión, y logré arrancármela un día, lo mismo que Machado. Lo hice porque necesitaba crecer laboralmente, construir un solado, una platea sobre la que erigir mis sueños. Lo hice porque la espina me sacaba el aire los domingos de garúa y frío, porque los martes o algunos miércoles se estiraban ocupado 28, ¡35 horas! La espina de la pasión puede ser muy intensa, pero tengo una sola vida, y muchas cosas más que hacer que deslizarme dichoso por la piel de una mujer. El desafío no es entenderlo, sino creerlo. Me costó creer que tenía más cosas que hacer que sumergirme en las vertientes generosas del cuerpo femenino. Parecía una mentira, un mandato jesuita, qué se yo… Pero, agudo y suspicaz, me arranqué la espina, y lentamente la fragata de mi vida viró hasta tomar el rumbo y continuar, y comencé a ver frutos, construcciones, caminos… que también dejan espinas en el corazón.

Si no hacemos algo distinto, vamos a seguir viviendo lo que estamos viviendo. Esa es una de mis frases de cabecera. Y cambiar no es la camisa, o de casa. Para que el cambio sea real y fascinante, hay que cambiar lo que más nos gusta. Porque de lo que abunda el corazón habla la boca, sólo cuando cambiemos aquello que abunda en nuestra pasión nuestra boca cambiará de discurso, hablaremos de cosas nuevas, y lo más genial, sin dejar de recordar las cosas viejas, lo que traíamos cargando en la caja de nuestra fiel F100 sentimental. Cuando Machado se arranca la espina de la pasión, no es que se olvida de un amor, cambia la cabeza, se interesa por otras cosas pero “de corazón”, con toda su lívido. Y yo, lo mismo que él, ayer miraba la camioneta y pensaba “ya no siento el corazón”.

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
“Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada”.