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Millennials, una mirada femenina

Chicos, chicas, chiques… Mami X ha llegado. El primer punto sobre el que me gustaría conciliar es que paremos un poco con las edades, los años de nacimiento y las categorías de “viejos” y “pendejos” porque quienes estamos por este sitio no somos ni unos ni otros, mal que les pese a los eternos adolescentes (que ya no lo son).

Contextualicemos el tema generacional. En este momento hay sobre la faz del planeta cuatro generaciones vivas, una de ellas haciendo algo productivo que sostiene a las otras tres, otra haciendo como que hacen algo productivo y dos que miran. Las generaciones son un período de tiempo que abarca entre 15 y 20 años aproximadamente, con cortes difusos que dependen más de hechos sociales y culturales que de los años en sí mismos. Lo normal es que los padres y los hijos no sean de generaciones consecutivas y ahí hay dos puntos de conflicto con los millenials. El primero es que la generación inmediatamente anterior, la que bardean, no son sus padres. El segundo es que algunos se pasaron de mambo con las libertades sexuales y, los que han tenido hijos, les han nacido en la misma generación. En el primer caso, están tirando cañitas voladoras al aire con las agresiones, les faltó un chirlo en el poto que los hermanos más grandes no pudimos darles y el enojo no es con los padres porque no los consideran referentes válidos. En el segundo, por apuro han perdido la oportunidad de ser cuestionados por su propia progenie y eso les ha hecho perder el norte.

Otro punto sobre el que me gustaría conciliar es que dejemos de lado el adjetivo “chotos”, la chotez no es exclusiva de una edad ni de una generación. Los vagos y atorrantes tampoco son de una sola generación y música de mierda y trabajos que nadie quiere hacer siempre hubo. En cuanto a los espejitos de colores, son moneda corriente en los mercados artesanales, baratos, hay gente a la que les gustan, como también les gustan las bermudas bahianas… ¡qué se yo! los gustos no son objeto de juicio.

Y otro punto que generó conflicto: las decisiones vocacionales no tienen nada que ver con el inconsciente colectivo de una época, sino con la capacidad para gestionar el tiempo, resolver el conflicto con el ego y manejar las relaciones de poder. Quizás también con el dinero y las opciones disponibles.

La vocación, la profesión, la ocupación

Seamos honestos, muchas de las carreras que eligen los millennials no las conocíamos cuando nos tocó decidir. Nos fuimos a las carreras duras porque era lo que había si uno no quería ser un simple “maestro”. Nos faltó un poco de visión porque, cuando decidimos, recién estaban apareciendo las PC y los celulares. No imaginamos que nos tocaría adaptarnos a semejante revolución tecnológica. Confiamos en que esa industria sería un nicho de oportunidades para futuras generaciones y nos acomodaríamos. Fue un error. Sobran abogados, contadores, economistas, licenciados en “cosas”, ni hablar de los media management, coaches, publicistas, diseñadores web, y una larga de lista de profesionales que tienen el común denominador de trabajar con redes. También hay muchos dedicados a las artes, lo cual está buenísimo y espero que dentro de veinte años podamos ver el gran legado cultural de los que están sembrando nuevas formas de concebir la creación. Claro que, a sobra de tanta opción profesional, faltan plomeros, gasistas, electricistas, soldadores, carpinteros, técnicos, profesores. Entonces los profesionales que no lograron insertarse correctamente, han terminado dando clases o convirtiéndose en youtubers. Eso creó un resentimiento, no lo neguemos. Trabajo hay, pero los puestos laborales que todos quieren, los ocuparon los más aptos, los más vivos, los más rápidos. Hay que asumirlo. El resto deambula con el pretextos variopintos, creando proyectos que no se concretan, imaginando maravillosas ideas para mejorar el mundo, protestando contra el status quo que no los incluye y por eso es una mierda. Y no hablo sólo de millennials, porque gente que aspira a hacerse millonaria sólo por estar en el momento y lugar adecuado para un negocio único, también siempre hubo. Nuestros padres con un perito mercantil eran gerentes de bancos. Las cosas cambiaron, y las cambiamos nosotros, por ambiciosos. Los millennials berrean nada más, mientras postean sus nuevos looks y hacen videos con algo de carisma.

De todas maneras, hay algo que no están considerando: las mujeres. Nosotras contribuimos al cambio en el mercado laboral. No es que los millennials no quieren trabajar, sino que las mamis X hemos ocupado muchos espacios, eso hay que admitirlo también. Quizás la nuestra sea la primera generación de mujeres profesionales, altamente capacitadas, comprometidas a tiempo completo con las obligaciones laborales y domésticas. No andamos culpando al patriarcado de todos nuestros males y, porque quisimos estudiar y trabajar, dejamos de depender económicamente de padres, maridos, hermanos. Además, seremos independientes de nuestros hijos porque tendremos jubilación, renta y capital. Es cierto que las X no fuimos las primeras mujeres en trabajar, pero a partir del retorno a la democracia en nuestro país, ya ninguna de las que terminábamos el secundario pensábamos en no continuar estudiando y dedicarnos a tareas domésticas nada más.

Queda mucho camino por recorrer, sobre todo para nosotras, porque las millennials no van a ocupar nunca el cargo de asistente ejecutiva bilingüe de gerencia general, ni van a ser enfermeras, ni piensan en la docencia como opción. Además, se están peleando con los varones y eso es una pena. Por reactivas van a quedar relegadas y nosotras vamos a tener que trabajar hasta los setenta años, cuando nos empiecen a reemplazar las hijas que hemos criado.

Friends

Los X somos los hermanos mayores de los millennials. Compartimos padres y abuelos que, primero entre guerras y después entre golpes militares, aprendieron a mordaza y castigo. Nos educaron de la misma manera, pero con otras condiciones. Las crisis económicas ya no admitían que sólo uno de los padres trabajara, así que crecimos en igualdad de condiciones de género y nos dimos cuenta desde chicos que las opciones eran trabajar o estudiar, no hay otro camino. Vimos cómo nuestros padres se las tenían que rebuscar con oficios que eran menos rentables que las profesiones, y a nuestras madres emprender camino como empleadas de comercio, niñeras, cuidadoras de enfermos, secretarias.

Nuestra proyección de vida es la más alta en la historia y nuestra capacidad de adaptación y supervivencia es superlativa. Nos ajustamos a la lógica, a la ciencia, al conocimiento como base de verdad y al arte como expresión de humanismo.

Crecimos entre crisis, entre pruebas, entre procesos. Ensayo y error nos hicieron resilientes y experimentados. Aprendimos geografía mientras Europa y Asia redefinían sus fronteras. Escuchamos música en casettes, fuimos los reyes del vinilo y flipamos con el iphone. Usamos la calculadora pero podemos resolverlo sin ella. Consumimos e-books y seguiremos comprando libros impresos mientras existan. No nos da cargo de conciencia la industria del papel porque la celulosa es la biomolécula más abundante en la biomasa terrestre y la minería no nos quita el sueño porque el uranio es la fuente de energía más limpia y eficiente. Tenemos redes sociales por diversión, gusto y comodidad, sin prescindir del cara a cara en las cosas importantes porque podemos expresar emociones sin emojis. Hemos lidiado con el pensamiento trans, sub, anti, pro. Tuvimos nuestra primera experiencia sexual sin papeles y con condón. Aprendimos que el mapa no es el territorio, pero que el territorio sin mapa son signos en el agua, nubes de humo. Pueden decirme que no hicimos nada válido, tranquilos…, estamos recién empezando a gobernar en algunos países. Francia y Canadá quizás sean los que tenemos más presentes, pero también Korea del Norte, Qatar, Costa Rica e Irlanda.  

Encima estamos buenísimos. Las X parecemos más jóvenes pero somos más maduras que nuestros compañeros generacionales y tenemos muchos menos prejuicios que nuestras predecesoras. No es de extrañar que estas mamis nos llevemos bien con millennials que tienen compañeras más preocupadas por promocionarse en las redes sociales que por realizarse profesionalmente.

Por su lado, los X se llevan todas las miradas de las millennials a las que les faltó una figura masculina en la crianza. Además, estos caballeros han podido compatibilizar el tiempo de trabajo y ocio. Les gusta verse bien, quieren estar sanos, son atentos, cariñosos y educados. Unos bombones.

No mientan chicas, les encantan los X porque los millennials vienen para atrás en muchas cuestiones, mucho berrinche para damicelas no maternales.

Chicos, pónganse las pilas y maduren en vez de estar bardeando a los que saben cómo se hacen las cosas.

La ley y el orden

Bien sabido es que por la ley de entropía, el caos precede al orden y tanta información genera incertidumbre. No es culpa de los millennials que les tocara nacer justo en el desconcierto de fin de siglo, que no originamos nosotros pero nos hicimos cargo.

Nosotros, esos que abrimos los ojos en la bisagra de los ´80, llegamos al 11 de setiembre de 2001 con plena lucidez y consciencia ante la pantalla de CNN, de que ya nada volvería a ser igual. Estábamos en la mayoría de edad, con un legado generacional on fire, con todas las ideologías y modelos de relación en conflicto. Nuestros padres agachaban la cabeza y recordaban el asesinato de Kennedy. Nuestros primos y hermanos menores (los millennials) creían que era un videojuego. De un momento a otro, de manera inequívoca, éramos los protagonistas del cambio de siglo en primera persona. No vimos la película del hombre pisando la luna, no. Estábamos en tiempo real, en el mismo planeta, bajo los mismos satélites y siendo parte del mismo sistema. Nos sentimos todos vulnerables. Quedamos todos en silencio. Las fronteras eran el dibujo en el mapa, nada más. Siria y New York estaban a la vuelta de la esquina. En el territorio se veía el derrumbe de una concepción de mundo, de utopías que colisionaron en el abismo del poder. El panóptico de Michele Foucoult se hacía realidad global a través de las pantallas.

Sabíamos que entrábamos en un tiempo de confusión en donde lo que es, no es lo que parece. Los más chicos empezaron a rebelarse contra fantasmas conspiranoicos. Se confundió libertad con irresponsabilidad, desapego con egoísmo, autoestima con individualismo, desarrollo con imperialismo. Bajo la bandera de la inclusión aparecía la igualdad como negación de la diversidad, sobre la base falaz de consensuar ideas entre individuos que no conciben el disenso. No somos iguales y no somos fraternos.  

Nos mandaron a estudiar, es verdad. No lo elegimos en ese momento, pero lo mejor que aprendimos es que no es tan importante el título o el oficio como el compromiso de ejercerlo, que no da igual en inglés o castellano, que no da igual partitura que tablatura y que la media no es lo mismo que el promedio. Así que nosotros seguimos estudiando aunque ya nadie nos mande.

Trabajamos porque sabemos que necesitamos el dinero, el capitalismo no es el enemigo sino el socio. No se confundan, no somos esclavos del capital de otro por trabajar a horario. Somos bien dueños de nuestro capital y también de nuestro tiempo, que vale mucho como para perderlo. Compramos una casa porque nos desagrada el puente, la choza y la pensión, porque queremos un baño propio todos los días, porque está bueno ir de campamento, pero no da vivir así mucho tiempo. La hipoteca no es una carga sino la confianza de otros en un potencial que hemos demostrado. Los intereses de una deuda no son sólo negocio del banco sino la inversión para ayudar a la habilidad de muchos más que pueden salvarnos de cosas en verdad serias: enfermedades, catástrofes, hambre, miseria, ignorancia. ¿O te creés que la ciencia, el arte y el deporte los financia el Estado? No, lo hacen las empresas y las organizaciones sociales a través de los fondos de inversión.

El futuro no es millennial

Mientras escribimos poesía en la montaña o tocamos la guitarra en la playa, no nos molesta recibir un llamado por una consulta laboral, no nos asusta una propuesta ambiciosa de negocios y no sufrimos un ataque de pánico si toca hacer un test de embarazo.

Y tuvimos hijos, sí. Nos gusta la familia, nos gusta abrazarnos entre nosotros, nos gusta esamblarnos con los ex y sus hijos, y los hijos de la actual pareja y su ex. Les ensañamos a nuestros padres a compartir, a escucharnos, a envejecer con menos prejuicios. Pudimos reformular los límites porque nos hicimos cargo de reconocerlos primero, de aceptarlos después y de negociar a partir de ellos, luego. Hombres y mujeres de nuestra generación aprendimos juntos muchas cosas y nos reconocemos distintos y necesarios. A nosotros no nos imponen pañuelos, ni banderas, ni conceptos. Sabemos quiénes somos, el lugar que ocupamos y las decisiones que tomamos. No nos interesa quedar bien con los chicos, ni ser sus amigos, mucho menos oficiar de cómplices. Hacemos lo que hay que hacer y decimos lo que hay que decir porque estamos literalmente al mando. Por eso podemos convivir, podemos respetar, podemos educar y hasta podemos entender sus delirios.

Es que ustedes, mis queridos millennials, dan ternura con ese discurso libertario y new age aprendido en Youtube. Nosotros hemos crecido viendo sus berrinches y sabemos que no es en serio. Papá y mamá se están jubilando y están chochos de que todavía estén dependiendo de ellos porque es la manera que tienen de hacerse cargo del chirlo que no les dieron cuando debieron y, paradójicamente, criarles los hijos mejor de lo que los criaron a ustedes. De alguna manera, bancan la dependencia para evadir el hecho de que ya no mandan, que ya están retirados del podio, y que no quieren quedarse solos. Sí, ellos saben que algunas cosas salieron mal. Ese es un karma que nosotros no cargamos porque el derecho de piso nos hizo un poco más resistentes al sacudón, más seguros a la mirada ajena, más realistas en los planteos, más eficientes en el uso de los recursos disponibles.  

Sean honestos, reconozcan que ya no son adolescentes. Admitan el miedo al fracaso y al abandono. Dejen de construir castillos en el aire porque se van a caer, ustedes saben que se van a caer, los han visto caer mil veces y va a volver a pasar. Saben que no es por ahí, lo saben. Se puede construir sin destruir lo que ya está hecho y funciona. Les reconozco la sana obstinación, pero no es suficiente. Nuestros hijos, los que nacieron en un mundo sin torres gemelas, vienen desparasitados, con capacidades potenciadas, liberados de la carga del control, y sin ganas de perder el tiempo tratando de consensuar ideas prehistóricas con gente que define sus libertades a partir de los colores y ataca la opresión del sistema desde un dispositivo conectado a ese sistema que critican.

Ellos tienen algo que nosotros (y ustedes) no tuvimos: padres libres, con experiencia de mundo, con conocimientos globales. Han heredado lo mejor: sentido común, inteligencia emocional y capacidad de liderazgo. Han crecido tecnificados. Dejen de pelearse porque esos chicos les están pisando los talones, algunos ya empezaron a votar y para el 2030 serán sus jefes y gobernantes.

Hicimos nuestro trabajo, todavía están a tiempo de reconciliarse con nuestra cosmovisión o nuestros hijos no verán en ustedes un solo ápice de valor generacional para rescatar.

 

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