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Nota de suicidio

Me da pánico escribir esta potencial sentencia. Hace dos o tres días, el tiempo es irrelevante a veces, me encontraba trabajando vaciando las papeleras de mi noble universidad; digo mía porque a todos nos gusta poseer a lo que pertenecemos, aunque solo poseamos mientras pagamos. En esto, para evitar el amargo y largo aburrimiento de la rutina, me descargué unos cuantos audiolibros del maestro de las historias cortas, uno de ellos pienso yo, Guy de Maupassant (y gracias le doy a AlbaLearning por hacer esto posible.) Ya llevaba tiempo leyéndole, disfrutándole más bien, o, según la filosofía del gran Borges, interpretándole; sin embargo, ese día, me topé con la historia que me tentaría a escribir este peligroso artículo. Llevaba por título “Los suicidas;” pocas palabras atraen tanta atención como cualquier derivativo del sustantivo suicidio.

Empieza esta historia comentando que, cada día, siempre, aparecen en los periódicos noticias sobre suicidios y, cada vez, siempre, nos hacemos las mismas preguntas, ¿por qué? ¿Cómo pudo? Ahí paré, pues se me vino a la memoria otra de sus historias la cual empieza muy similarmente; esta tiene por título “amor.” Comienza esta otra historia con otra noticia de periódico, “Uno que la ha matado y se ha matado después, es decir, uno que amaba.” Nos asegura de Maupassant que, tras leer este tipo de tragedias, uno se preocupa más del drama que de las muertes, pues “¿Qué importan él y ella? Sólo su amor me importa; y no porque me enternezca, ni porque me asombre, ni porque me conmueva, ni me haga soñar.” Solo nos importan estas cosas para atribuírnoslas a nuestra propia odisea. Entonces, pensé yo, «¿a quién le importa el muerto? Todos quieren llenarse del drama, de esa fuerte impresión que nos hace sentir vivos, que nos hace ver que la ficción cinematográfica y literaria son parte de la vida real. Envidio su valentía y determinación, yo no sería capaz»

Proseguí a leer la historia de “los suicidas”; continúa esta citando la carta de uno que explica los motivos que a la muerte voluntaria y auto-inducida le llevaron. Todo me pareció normal, en el contexto de lo anormal, claro, hasta que el individuo señala que, al afeitarse, y tengamos en cuenta que antes se hacía a navaja, se sentía seducido a degollarse. «¡Qué sucesos!» Me pregunté cómo un humano que a la vida se aferra puede imaginarse esas cosas tan románticas, hablando con el vocabulario de la muerte y lo grotesco; pues la imaginación solo habla de lo que sabe, ¿verdad? Así, trabajando como autómata, pero pensando con mi consciente, curioseé sobre la muerte del autor y me dirigí a una biografía de este, la primera que se me cruzó, para desvelar el misterio. ¡Dios mío! Qué horror; murió loco en un manicomio, pero eso no es lo peor, sino lo que al manicomio le llevó, ¡intentó degollarse! Como en su historia, ¡Como en su historia! Qué impactante me resultó el hallazgo, romántico, y, sin embargo, otra vez, se confirmaron sus palabras, ¿Qué más da el muerto? A mí solo me interesa su muerte, la belleza literaria de su intento, el cliché, el clisé, el sabor a muerte, y al óxido de la sangre, la pasión de esta historia. Poco me duró el placer; después, al poco, me horroricé, mis músculos se engarrotaron del miedo, ¿por qué? Perdurad la lectura, que os lo digo.

Guy de Maupassant se convirtió en uno de mis escritores preferidos con rapidez; no tuvo que intentarlo mucho, solo con tres de sus historias, “sueños”, “la muerte” y “amor,” me enamoré de su literatura; pensé que él tenía mi mismo estilo, mi misma mentalidad, pensé que éramos como Picasso y Georges Braque, y no me atrevo a decir en técnica, pero si en pensamiento. ¡Maldigo eso! ¡Lo maldigo con todo el apego que a la vida tengo! Pues el mundo, el miedo y la muerte, se me vinieron encima cuando se me vino a la mente mi otro escritor preferido del cual aprendí hace mucho y cuya muerte fue no menos romántica que la de Maupassant. Mariano José de Larra; ¡Señor! Él me enamoró con solo una de sus artículos, “el día de difuntos de 1836;” cuando lo leí, pensé que éramos como como Picasso y Juan Gris, ¡tan parecidos los dos en razonamientos! Tan pesimistas los dos, tan observadores, tan… tan… ¿suicidas? ¡Dios me libre! ¡Qué espanto! Larra, mi ídolo, también se mató de la misma manera que en uno sus artículos, “casarse pronto y mal.” En este, el protagonista, después de escribirle una carta de suicidio a su madre, se mata de un tiro tras el abandono fatal de su amada, a la que tanto quería como yo a la vida; así también, disparándose sin hesitación, se mató Larra tras el abandono de su querida. Su hija descubriría el cadáver cuando fue a darle las buenas noches, noches que él se tomó a medio día. Ya no podía encontrarles belleza a estas historias, ¡yo era ellos! Estaba destinado a terminar como ellos.

Consternación… Ya no podía trabajar, mi cuerpo no respondía a nada más que la muerte, mis dos almas gemelas, de Maupassant y Larra, era unos suicidas que, sin querer, describieron sus propios suicidios, fallidos o exitosos; los dos escritores, solo hacían lo que su profesión les compelía, escribir sus pensamientos, sus ideas, sus intenciones, y lo hicieron, lo hicieron al escribir sus suicidios. Y ahí, ahí estaba yo, inmóvil; ya no había jefes a quienes obedecer, solo mis pensamientos. Oh… había tantas maneras de morir… Beber lejía, cualquiera de los productos del armario de los limpiadores al que, siendo yo uno, tenía acceso. También, más románticamente, podía subir a la azotea del edificio y volar hacia la muerte. También… También… ¡Amigos míos! ¡Qué pavor! ¡Qué sucesos! ¡Qué angustia! ¡Acabo de sentenciarme! He descrito mis suicidios, ¡Ya no hay vuelta atrás! Estoy destinado a morir por mano propia como Larra o quizás a intentarlo como de Maupassant, pues acabo de hacer como ellos, como mis almas gemelas, escribir mi sentencia de muerte. Ya no hay vuelta atrás. Llorad mi muerte, pues se ve venir, veladme, pues ya estoy muerto.

Hoy, en esto, me han enterado de que el amigo de un amigo se mató dejando atrás a hijos y esposa; señor, ya no pude seducirme por el drama, solo pude verme reflejado. Ya no hay romanticismo, solo realidad, solo yo reflejado en toda la muerte del mundo; yo soy Larra, yo soy de Maupassant, yo soy el amigo, yo soy el drama, las noticias de los periódicos y la muerte. En esta vida variante, el drama está al alcance de todos, ya metido en el pensamiento de cada uno, en la vida. El drama es real. Así, mis queridísimos amigos del alma, esperemos que no almas gemelas, si algún día me encontráis colgado de un árbol, (otra sentencia más), no os molestéis en encontrar una nota de suicidio no os preguntéis ¿por qué? ¿Cómo pudo? No os dejéis seducir por el drama, la belleza literaria… por el suicidio, ¡Temedle! ¡Evitadle! No os sentenciéis ¡Leed esto! ¡Aquí está la respuesta a mis haceres! Pues sin querer, sin saberlo, con este artículo, me he sentenciado y, dicha nota de suicidio, escrito.

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