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Otoño

Pateaba las hojas restantes del otoño de la calle Arístides acumuladas por el abandono gracias a una seguidilla de noches frías mientras caminaba a encontrarme con Molly, habíamos acordado vernos porque tena muchas cosas que ponerme al día, después de haberse desaparecido por toda la temporada de vacaciones. Acordamos vernos en Antares, con la promesa de tomar algo y distender un poco su situación según ella: “urgente”.

Llegué y la rubia estaba parada con los brazos cruzados, el rojo en su figura delicada destacaba el par de ámbares que tenia como ojos, no escondía para nada su incomodidad.

-Disculpá mi mala costumbre de llegar tarde- Le dije mientras encontraba su mejilla con un beso.-Con la ansiedad que tengo, si llego antes a esperarte, me quedo sin manos de rasguñar paredes- Esperaba una sonrisa.

Grandiosa.

-No te hagás problema, pancho, llegué hace 2 minutos- Contestó con la sonrisa todavía fuerte. Era lo mejor que extrañaba de ella que la sonrisa no se le borraba ni con lágrimas. Entramos y entre comida y bebida que iban y venían, un semblante oscuro se apoderó de su rostro.

-Lo que te quería contar, Fede, es que me están pasando… cosas- Cortó el ambiente como un cutter oxidado.

-¿Qué tipo de cosas? ¿Estás bien?- Dije preocupado

-No sé, veo cosas, me tocan, me molestan es horrible. Me persiguen a todos lados. De día de noche. Tengo miedo, las escucho y no sé qué hacer. Todo desde lo de las vacaciones de invierno- Jugueteaba con la pinta de cerveza a medio terminar moviéndola en intervalos donde se alcanzaban a ver los sedimentos con un tono bajo de pura inseguridad y timidez.

Procedió a contarme todo, una historia impensable donde la cordura se ponía en juego. Sus oraciones entrecortadas mientras relataba el horror que estaba pasando dejaban en evidencia su fragilidad, le ofrecí mi mano para darle fuerzas. Contaba conmigo.

-Ya no lo soporto sola, todavía tengo que volver a buscar mis cosas. Ha sido un infierno todo esto- Concluyó.

Desde chico me acostumbré a vivir hechos de la misma índole, viví rodeado de gente extravagante que sabía del tema. Supongo que por eso ella acudió a mí en primer lugar antes de que todo empeorara.

-Pero esperá… es peligroso Molly, dejáme acompañarte.- Cada vez la veía más pequeña en sus secretos.

Esa noche no pude dormir con los recuerdos de la historia que me contó. Trasnochado, me levanté la siguiente mañana para acompañarla de regreso a donde todo había pasado.

La subida a Potrerillos fue acompañada con el paisaje nublado, con un gris casi sobrenatural de esos días de invierno a punto de terminar , una soledad que se aprecia en la ruta y en la radio sonando “Sera” de Las Pelotas. Ella manejaba y de a ratos me miraba con una sonrisa angustiosa. La calmé diciéndole de que yo elegí estar ahí y nos limitamos al silencio todo el camino.

Llegamos a Manantiales, la cabaña nos recibió con su característico abandono como todas a los alrededores. Estaba todo tan… muerto, seco y solitario. La casa estaba ubicada detrás de un fresno, con sus hojas totalmente rojas como sangre, montada en una plataforma de cemento con unos escalones un poco altos. En la plataforma descansaban un par de macetas con plantas marchitas, quemadas por el frío y el abandono. Las paredes de yeso se descascaraban y los pedazos de pintura celeste a medio desprenderse, se balanceaban al unísono, con un ruido casi imperceptible pero presente en todo ese ambiente.

Bajamos el poco equipaje que teníamos, la idea era poder entender un poco lo que le pasaba a Molly. Ella acostumbraba a recluirse ahí para estudiar, estudiaba una carrera particularmente difícil y era muy normal encontrarla ahí las vacaciones de invierno. Le pregunté por los vecinos de las cabañas de al lado y me contestó que en esa época la zona estaba casi desierta, que ella siempre venía con provisiones para una semana, que se las ingeniaba con lo que traía y le alcanzaba.

Empezó a bajar un bulto que no había visto, -¿Qué es?- le pregunté.-Una carpa- me contestó.

-¿No vamos a dormir en la cabaña, no?- le dije.

-Adiviná- replicó con sarcasmo.

–Mientras más rápido nos vayamos mejor-

Abrí un paquete de Oreos apoyado en el auto mientras ojeaba las ventanas con cortinas blancas que ondulaban por las juntas desparejas. Mientras ella peleaba con el manual para armar la carpa, saqué la llave de la cabaña que había dejado en la guantera del auto y me encaminé a ver el interior del lugar  sin prescindir de ella. Había algo que me llamaba a sus adentros, más que intriga era algo que me estaba invitando a bailar un vals de curiosidad.

La puerta se abrió con el sonido cliché por sus bisagras oxidadas, miré para atrás a ver si la rubia se había dado cuenta de mi atrevimiento, seguía inmersa estudiando los diferentes largos de los ejes de la carpa. La cabaña me recibió con un interior rústico, con madera por todos lados, y un olor a papel. ¿Papel? Todas las paredes estaban tapizadas con hojas de diarios, Los Andes, El Sol, Uno. De todas las fechas. Di mi primer paso dentro del umbral, sin nada raro de por medio, a estudiar esas cuatro paredes que conformaban la habitación principal de la cabaña. Una puerta esperaba a la izquierda para ser explorada, sobre la mesa se observaban los apuntes de ella. La luz no funcionaba y todo se iluminaba por el vidrio sucio de la ventana. Un haz llegaba justo a la cocina que, si bien no era vieja, el tiempo había juntado la mugre de semanas en sus rincones. No había evidencia de nada de lo que ella me contó que pasaba. Y el único sonido era una brisa de aire haciéndose lugar por las aberturas de la ventana, que hacía danzar el par de cortinas gastadas. Una rama quebrándose. La luz se tapó.

-Es increíble todo esto- Dijo Molly desde la puerta.

-Pareciera que la cabaña se vino abajo en solo un par de meses, la dejé y no me animé a entrar. Ahí siempre está todo- Señalaba los diarios. Me acerqué a examinarlos y ella se colgó en mi espalda, sentí sus manos frías y delicadas apoyarse decididamente en mi hombro. Fue agradable dentro de tanta podredumbre.

El viento desde la puerta revolucionaba los diarios pegados al parecer con plasticola en exceso, de forma desordenada, el ritmo generaba cierto tipo de ansiedad en mí. Las hojas chasqueando entre si, cada palabra era acorde a su artículo, pero no había nada de especial entre las diferentes páginas. Más chasquidos, de repente el viento paró en seco. Todo fue silencio y paz. Solo escuchaba la respiración de Molly.

Las uñas de ella se me clavaron en la piel solo protegida por una remera barata.

–No no no no no, así empieza todo, Fede, no- Lo decía con su cara pegada a mis omóplatos.

–Molly, pará no pasa nada, tranquilizate-

El viento huracanado empezó otra vez, esta vez no venía solo. Una canción comenzo a sonar en el aire. De una forma lúgubre e inentendible, venia del lado de la puerta, me voltee a mirar el origen. Del fresno con las hojas revolviéndose, tres sombras pequeñas con forma de personitas bajaban agarrándose de las ramas, la canción venía desde ahí, la cantaban los seres que se balanceaban, parecía de ronda cantada por niños.

Sus cuerpos eran etéreos, parecían hechos de humo, y tenían un caminar paulatino, era como que jugaban pero de una forma macabra. Parecía que no habían reparado en nosotros, que estábamos hechos de piedra mirando el espectáculo de humo. Primero moví el pie lentamente y al apoyar el talón en el suelo automáticamente las tres figuras clavaron la mirada al interior. Empezamos una carrera al mismo tiempo con el objetivo de ver quien o quienes llegaban primero a la puerta. La veintena de pasos que nos separaban de la puerta parecieron kilómetros y las sombras que parecían flotar con cada impulso de sus pies, se amontonaron con ojos de deseo.

Llegué quizás un segundo antes a cerrar la puerta esperando que los detuviese en ese choque frenético inminente de realidad, y algo que nunca imaginé poder ver que sólo conocía de ojos ajenos. Apoyé las palmas en la puerta cerrada esperando sentir el golpe de las figuras que se habían acercado con locura pero nunca pasó. Al contrario sólo se escuchó un ritmo de golpes en la puerta. Miré a Molly que se había refugiado en una esquina de la habitación en posición fetal. Eché llave a la puerta, los golpes seguían. Eran algo como un golpe, un rasguño y dos golpes más.

Toc kjjjj toc toc. Toc kjjj toc…toc…

Molly sollozaba del otro lado de la habitación, me rompía el alma verla sin su sonrisa, pero era correr a abrazarla o arriesgarme a dejar entrar a aquello que generaba el golpe en la puerta. No lo pensé y con unos pasos largos me agazapé a su lado.

Nunca pensé que iba a ser algo así, pensé que eran cosas que se movían, todas esas mierdas que vemos en Youtube y escuchamos por ahí, eso que todo el mundo conoce.

-Ya, ya va a pasar estoy acá para ayudarte- le dije sin recibir respuesta.

Caí en la cuenta que no me estaba escuchando, y que yo tampoco escuchaba los rasguños en la puerta. Ella tenía la mirada clavada a la esquina opuesta. En la ventana.

Las siluetas se amontonaban para un show para dos personas horrorizadas. Nuestro miedo parecía vitamina para su existencia. Molly, en su rincón, era un ovillo de nervios que temblaba mientras los golpes de la puerta alimentaban el ritmo y se convertían en intentos de derribarla. Sus sollozos abrían en mí el instinto de pelear, por más que el susto solo me dejara como el motivo de burla perfecto cuando es necesario hacer algo heroico y te quedás parado dudando si preferías estar ahí o en tu casa jugando Xbox. La puerta trastabillaba desde sus bisagras, parecía astillarse cada vez más. Notaba que en cualquier momento una fuerza inmensa la arrancaría de cuajo. Los diarios le regalaban una reverencia a partir del viento que lograba hacerse paso por el temblor de la puerta.

Por su parte las sombras, en la ventana, se encontraban inmóviles, juzgando, o quizás esperando hasta el aburrimiento ver a su par de hámsteres asustados, eran niños, o por lo menos eso parecían. Hicieron soltar los goznes de la ventana, los vidrios se trizaron, la puerta se curvó de una manera imposible y dió paso a la luz del atardecer; y la entrada libre y gratuita a toda sombra que quisiera devorar a un par de humanos. Algo me tapó de la luz del exterior que teníamos Molly y yo, ahí me di cuenta que era ella misma, que se entre ponía entre las sombras y yo. Sus sollozos los mismos que me hacían imaginarla como la persona más frágil del mundo y yo tenía la tarea de proteger.

No era ella, no eran sollozos, era una risa atrofiada, de esas que ponen la piel de gallina. Su espalda me protegía de la visión de la puerta, que yo sabía que las tres criaturas estaban ahí. Las paredes crujieron de una manera sobrenatural. El ambiente se invadió del sonido de una canción de ronda, pero estaba todo en su lugar hasta que los diarios se arrancaron de la pared como si lo hicieran manos invisibles, y debajo de ellos, se develó su naturaleza, entendí por qué estaban esos diarios ahí.

En las paredes había dibujos de personas de palito. La música seguía:

Caballito blanco, llévame de aquí, llévame a mi pueblo donde yo nací.

Se iban pintando como si alguien que no estaba ahí lo hiciera con dedos pequeñitos. Vi arboles con las ramas desnudas, cruces católicas, caballos, montañas rústicas. Intenté descifrar que pasaba en un momento de extrema conciencia.

Ahí estaba yo, el monumento al cagón, apilado en un rincón como un montoncito de mierda, mirando cómo tres niños de humo dibujaban en una cabaña en el medio de la nada y la mujer mas linda que conocía me protegía y se reía de todo lo que pasaba.

Fue muy absurdo de mi parte haberme levantado. Y también lo fue haber intentado moverla para enfrentar todo lo irreal que estaba sucediendo.

Su piel parecía fosilizada, su textura era de piedra, su mirada que había generado tantas cosas en mi fue remplazada por un par de ojos negros, de puro vacío. Se había vuelto una estatua hueca, carente de todo lo que alguna vez me gustó. Tenía una risa esculpida, impasible que me revolvía el estómago. Su piel se arrugó poniendo a prueba toda la rigidez que parecía tener.

La vi perfilarse en la puerta para perderse en la oscuridad. ¿Oscuridad? ¿Cuántas horas pasamos ahí adentro?

Me quede inmóvil, impresionado de mi inutilidad, es que nadie me podría culpar por reaccionar de esa forma a la situación, excepto yo. No iba a dejar que todo lo que quería se fuera a dar una vuelta a la manzana con un par de sombras de vaya uno a saber qué mundo. Me asomé por la ruina que hacía un rato había sido una puerta.

La noche se había robado toda la poca luz del día, No había rastro de la rubia. Miré la cabaña con aires de añoranza de quedarme a vivir ahí si era necesario hasta pegar con ella, en el caso de no encontrarla. Planeaba como sobrevivir a base de lo que me regalaba la naturaleza, y agradecí las tantas horas invertidas viendo Discovery Channel aunque esperaba no llegar a ese extremo.

La total oscuridad me recibía con los brazos abiertos. Como si me hubiese esperado durante toda la vida. Me enredé en ese abrazo de frio húmedo que hay en Potrerillos. La luz de mi celular sólo me dejaba ver unos metros por delante de mí. Avancé a tropiezos en la misma dirección que apuntaba la puerta de la cabaña. Mi aliento se hacía corpóreo en el aire formando bolas de vapor, una constante tortura de imaginarme uno de esos niños justo enfrente de mi nariz. La luna me concedió el privilegio de subir el telón y su luz presentó un espectáculo de sombras en todo el terreno, que precisamente no era de stand up. Una línea me marcaba el costado de un cerro que estaba bordeando sin ser consciente de ello y el sonido del sollozo de Molly rasgó el manto denso que se había formado de silencio.

Se escuchaba lejos, apunté mi luz hasta el primer sendero que encontré . Unos alambres me forzaron a cruzarlos agachado y me dirigí a paso seguro de que tenía que dejar atrás todo miedo. A los costados se levantaba chipica entre la jarilla de una altura considerable. Me encontraba al oeste del salto, justo siguiendo el sendero marcado por un arroyo en verano y por caballos en invierno. Intenté pensar en algo mas para distraerme de donde me encontraba.

Pensé en la historia que me contó para convencerme de acompañarla a El Salto. Me resumió que no podía estudiar. Cuando se daba cuenta se pasaba los días durmiendo y se levantaba con moretones en el cuerpo, estaba angustiada sentía que la miraban. Le ofrecí ayuda, no sólo por ella sino por mí, me parecía una oportunidad única de poder llegar a algo, los dos solos en un paraje, lejos de todo, con la excusa de ayudarla en algo que sabía. Era la oportunidad perfecta. Nunca imaginé llegar a formar parte de todo lo que estaba pasando. Sin embargo ahí estaba, iluminando la sombra de un niño entre las jarillas señalándome.

-Asesino- Gesticuló con una boca que no se llegaba a definir. Toda sensación de seguridad que tenía se perdió en los pasos que dí al correr.

El arrollo seco me terminó internando entre el cordón de la montaña. Patee algo blanduzco en el suelo, rodó con un sonido metálico. Lo iluminé, se trataba de un gorrión apuñalado por alambre y después enroscado en su cuerpo inerte. El suelo, además de piedras pulidas por el agua, estaba lleno de cadáveres de pájaros dispersos por toda la zona y claveles marchitos. La mezcla de cadáveres vegetales y animales generaba un olor dulzón y amargo.

Estaba parada de espaldas a mi, tarareando la misma canción que escuchaba antes, la rodeaban las dos sombras restantes que no vi durante el camino. Les estaba cantando a ellos, la llamé. Algún animal se movió en el rabillo de mis ojos, ella se volteó a mirarme y no encontré su mirada. Por fin no vi miedo cuando sus ojos que eran tan negros, no se dirigían a nada. Se volteó completamente hacia mí. Tenía todo su buzo de Gap ensangrentado, en una mano alambre oxidado y en la otra un pajarito. Corrió contra mí con el alambre en punta dispuesta a todo. La recibí con el hombro, cubriéndome a su ataque y lo que aparentaba su cuerpo, delicado, pesaba toneladas. Algo la tiró para atrás, un hombre de piel quemada a horas de sol con atuendos gauchos la sostenía con el brazo por el cuello y le paraba el movimiento de alguna manera, tenía muchísima fuerza para contener el peso que yo había sentido.

En ese momento no supe qué hacer, estaba en la duda si defender a la mujer que corrió directo a apuñalarme o si debía ayudar el extraño que intentaba ahorcarla. Lo tuve claro y él lo notó, una piedra pulida me iba a ser suficiente para por lo menos defenderla.

-Tenemos que parar esto- Con su mano libre me agarró el brazo que iba directo a su mandíbula.

-No la voy a lastimar, confía en mí.-

Confié en que si no hubiese sido por él, Molly me iba a apuñalar con un alambre, asi que le cedí unos segundos de confianza aunque mucho no pudiese hacer con el brazo atrapado por su mano.

El cuerpo de ella dejó su color grisáceo y se aflojó en los brazos del extraño. Cuando miré alrededor los niños habían desaparecido. La dejó reposar en sus brazos, fue medio incomodo.

-A tu novia le pasa algo muy serio, casi la perdés- dijo esperando mi reacción. No soportaba la idea.

-Generalmente vienen acá a sacrificarse, vienen solas, se cortan el cuello de acá hasta acá. Después la policía llega, las encuentra y cubre caso alegando con la mentira de un robo con mal resultado por la ciudad. Vienen escondiendo este asunto desde hace más de 30 años.- La miró. Y continúo:

– A veces ni aparecen, simplemente prefieren esconderla en algún lugar. No es que se lo tomen muy personal, todo se solucionaría con estar un poco más atentos, pero tienen coimas que cobrar, patrulleros que estrenar cogiéndose entre ellos, es más de lo mismo.-

Yo estaba atónito, miraba a Molly descansar como si nunca lo hubiese hecho.

-Todo empezó, por el 70 y algo, En la zona éramos pocas familias, nos conocíamos todos. Todas las mañanas salías a la puerta y te encontrabas cara a cara con la gente que te caía mal, no era tan grande como ahora. A los autos les costaba llegar hasta acá. Entre toda la gente había una chica hermosa. De pelo negro azabache que robaba los suspiros de todos los quinceañeros que éramos en esa época. Su nombre era Moria, le encantaba salir a andar en caballo y se fanatizaba con los tipos de aves que hay por acá. Siempre decía que se iba a ir a la ciudad a estudiar biología o algo así, que allá había un edificio gigante que te encerraban a mostrarte tipos de aves hasta que las conocías a todas.

Todos crecimos juntos con Moria, la veíamos convertirse en una mujer alegre, a pesar de que tuvo que volverse de la ciudad porque fue muy sacrificado quedarse allá y los padres no se lo podían permitir. Un verano ella volvió con la promesa de volver a estudiar, pues le habían arreglado matrimonio con un señor un tanto mayor, pero no lo suficiente como para que hablaran mal. Ella, perseguidora de sueños, aceptó con la promesa de que se convertiría en una experta de aves en un futuro próximo. Su prometido era el cliché de novela, con terrenos acá, en el sur, que lo había conseguido de una manera que todos sabíamos que no era nada legal, pero era tanto lo que tenía, que nadie se atrevía a permitirse la duda. Organizamos la fiesta en conjunto todos como se acostumbraba antes que llegaran todos a vacacionar para acá, cuando los terrenos empezaron a subir de precio y la gente prefería vender antes que encerrarse en una vida de miserias.

Después los rumores empezaron a correrse, había pasado un año desde la fiesta y nadie mas vió a Moria. Todos suponían que se había ido a estudiar, pero la verdad es que yo la veía algunas mañanas mientras todos dormían, asomada a la ventana de su cabaña. Un día esperé ver como su esposo se iba y la dejaba sola, me colé por la parte de atrás y le golpeé la ventana, nos habíamos criado juntos. Compartimos muchos secretos. Ese verano, aprovechando los viajes de su señor a las visitas de varias construcciones de frigoríficos en La Pampa y el sur. Entre Moria y yo creamos un tipo de relación, creo que la manera de resumirlo es decir que éramos amantes. No me mirés mal, no es que engañaba a su marido. Si, está bien estaba casada, pero yo la amaba de verdad. Muchas veces me contó que su marido estaba entrado en años, que ni siquiera se le paraba la verga, por más inyecciones que se pusiese. La obligaba a andar desnuda por la casa, limpiar desnuda y practicarle sexo oral sin ningún resultado. Se sentía contenida con mi presencia. Eso sí, nunca salía de la casa. La primera vez que se animó a salir, nos escondimos debajo de un sauce llorón, tapados por las ramas que acariciaban el suelo y nos declaramos amor, lo sellamos en secreto escondidos. Me confesó que era con el primero hombre que podía estar. Al tiempo, logré que se animara a salir y nos reuníamos debajo de un fresno, que con sus hojas rojas resaltaba su pelo y sus ojos verdes. Me confesó que estaba embarazada, no sabía cómo lo iba a explicar. Le dije de escaparnos, que la iba a acompañar a estudiar, que fuésemos a ver las aves de todo el mundo. Ese otoño no la vi más.

Cuando apareció a la luz del día iba del brazo de su marido, acompañado de una sombra en el rostro y con varios kilos menos de grasa y una panza totalmente irregular. Tenía que guardar el secreto, solo me limité a verla de lejos. Fue muy triste porque sabía que su esposo sabía que le fue infiel. Moria, con el tiempo dióa luz a 3 varones. Los amaba con su vida y ya no se ocultaba adentro de la casa. Un día apareció en la puerta de mi casa y nos dirigimos al pie del fresno. Me contó sobre su nueva vida con el marido, la despertaba ahorcandola por las noches, a los trillizos los trataba de bastardo uno, dos y tres. A veces ni comían. La invité a cumplir el sueño que teníamos pendiente, lejos ella iba a poder disfrutar de la vida. No tuve que insistirle porque ella ya lo había pensado todo. La mañana del 14 de julio, nos subimos los 4 en mi Ford 100 con lo necesario y partimos rumbo a Chile. En la aduana le pidieron los documentos a todos y cuando recibieron el de Moria dieron una alerta general y me cayeron policías desde todos lados. Pase años sin saber de ella, durante mi condena intenté entender hasta donde llegaba el poder de su marido para encerrarme alegando secuestro.

Cuando volví a buscarla no había indicios de ella por ningún lado. Su casa estaba vacía, la mía también. Después por la gente del lugar, logré enterarme que había pasado lo peor. Había decidido no continuar con la vida que llevaba el mismo día que me llevaron. Con los tres chicos sobre el árbol los convenció de saltar al mismo tiempo y con sus cinturones atados, saltaron. Los cuerpos colgaron después de convulsionar mientras le cantaba una canción infantil de moda, el caballito blanco . Ella se perdió en el campo y días después la encontraron putrefacta en la rivera del arroyo con el cuello cercenado.-

Me causó impresión imaginar que en el mismo lugar en el que estaba, habían encontrado no uno sino varios cuerpos de mujeres que se decidían matar.

El hombre continuó con su historia.

-Desde ese entonces aparecen mujeres, a veces con hijos, a veces no. Pero siempre tres. Se encarna en las chicas que pueden tener trillizos, y viene hasta acá a consolarlos. Les canta con el cuerpo de las chicas que logra conseguir. Vamos, saquemosla de acá.- la alzó como si su peso fuese normal. No te asustes de los chicos, no son malos, les gusta acompañarme por las noches cuando su mamá no está. Me contó sin ninguna preocupación y cuando mire para atrás estaban siguiéndonos.

Llegamos a la cabaña, dejó a Molly en la carpa y miró el fresno.

-Sabés que hay muchas veces que no puedo hacer nada por ellas. Las que ella elije. Intenté con todo. Lo único que descubrí que servía fue una cruz hecha con ramas del sauce.- la sacó de un bolsito y me la dió- siempre tenela cerca e intenten no volver. No me hace falta que me agradezcan, con que ella esté viva me alcanza. Muy bonita de hecho…- Se fue sin posibilidad de replicar. Las sombras se habían instalado en el árbol y desaparecieron por entre las hojas no sin antes tirarme un fuck you de humo.

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Me tiré al lado de Molly a mirarla dormida, la cruz de ramitas era un tanto perturbadora, pero estaba ahí. Abrió los ojos y me miró desorientada. Sin una palabra me abrazó y temblaba.

-Soñé como si una señora me invitara a tomar el té. Ví todo, había prendido la televisión y veía todo lo que pasaba como si fuese un espectáculo cuando me servían un yerbiado. Grité, la golpeé pero no pude hacer nada, gracias por todo.

A la mañana nos levantamos, miramos la cabaña maltrecha. Entendimos que nunca fuimos los protagonistas de esta historia y le conté los detalles innecesarios que me dio el hombre. No sabíamos cómo explicarlo, acomodamos todo lo mejor que se pudo. Y partimos a Ciudad.

La despedida fue con nuestro primer beso. Bajó del auto y se fue tarareando la canción del caballito blanco.