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Un amor entre lienzos y pinturas

Todo empezó en Paris. Siempre fue Paris. Era un martes alrededor de las cuatro de la tarde, caía una leve llovizna y corría una brisa bastante fría para mi gusto. Estaba justo en frente del perfecto Museo d’Orsey. De hecho al salir del Metro, subí las escaleras y me lo encontré ahí. Todo imponente y por un segundo dude si todo lo que estaba viendo era real. Entre y comencé a recorrer cada galería. Monet, Manet, Renoir, Van Gogh, cada cuadro me maravillaba un poquito más. Hasta que llegue a una salita pequeña, bastante oscura, lleno de cuadros pequeños, hechos en lienzos de tonos marrones, con trazos nerviosos y repletos de energía. Pregunte quien era el artista y ahí fue cuando conocí a Henri de Toulouse Loutrec. Fue amor a primera vista. A escondidas me acerque lo que más pude a una obra que en particular llamo mi especial atención. Se llama “Madame Lucy”. Lo toqué con mucha timidez y nerviosa. Y lo sentí. Imaginé cada proceso de esa obra hasta ser terminada. Toqué y me trasladé a esos tiempos, olores, ruidos y voces. Viajé por un segundo a mi vida pasada, y creo muy convencida, que yo fui esa dama.

Lucy, nacida en el año 1842 en París. Romántica, bohemia, sofisticada y culta. Solitaria y tranquila. Descubre en su juventud, el mundo artístico parisino y las noches de burdeles. El místico y tan conocido Mouling Rouge era uno de sus preferidos. Siempre elegía la misma mesa y acompañada de su copa de vino tinto, descubría los bailes sensuales de esas mujeres perfectas que con movimientos maravillosos deleitaban sus ojos y su corazón.

Una de las tantas noches en que asistía al burdel más precioso que existió, nota entre la multitud a un hombre de estatura llamativamente pequeña, con sus hojas y lápices creando casi frenéticamente y de manera apasionada. Le llamó poderosamente la atención su aura de locura y romanticismo. Ahí solo con su trago, con su arte, con su bastón y sus manos. Decidió acercarse a él sin pensarlo, se presentó y casi por una cuestión mágica, hablaron durante horas como si se hubieran conocido de mil vidas.

Henri padecía una enfermedad en sus huesos desde pequeño y eso había ocasionado que su crecimiento se frenase. Esa era la explicación a su tan poco común aspecto. Pero su mente y genialidad derretían a cualquier alma. Su voz era gruesa, hablaba de una manera muy serena y siempre miraba a los ojos al hacerlo y sus manos estaban pintadas de mil colores. Olía un perfume francés dulce y almendrado, su ropa estaba impecable y cada botón cuidadosamente prendido. Usaba camisa, chaleco y su saco estaba tendido en una silla a su lado. Su maletín de trabajo se encontraba a sus pies, bien cerquita de él para que no se le escapara. Y su infaltable cigarro entre hojas y pinturas.

Esa noche hablaron de arte, de amores, del pasado y del presente. Del hermoso barrio de Montmartre y sus callecitas con adoquines que al atardecer, parecía que brillaban solas. Le conto sobre su gran amigo artista, un tal Vincent Van Gogh. Un ser perturbado pero con un talento inigualable. Lo adoraba y prometió presentárselo algún día.

Entre risas, cantos, festejos y mucho mucho alcohol, Henri le propuso a Lucy pintarla e inmortalizar su presencia digna de una Madame. Ella acepto, así es que Henri tomo sus herramientas de trabajo y comenzó a crear. Todo perfecto, un escenario que debería plasmarse en un cuento de amor.

Al terminar, contempla su hoja, se detiene a observar una vez más a Lucy, respira profundo y concluye su trabajo firmándolo para que de esa manera, lograr perpetuar por el resto de los años, a esa mujer de tanto encanto y seducción. La llamó Madame Lucy, su Lucy.

No existió otro encuentro más que ese. Nunca más volvieron a verse. Esas palabras y miradas quedaron escritas en sus almas por el resto de la eternidad. Un artista y una solitaria mujer de sombrero colorido y piel blanca. Se amaron por unas horas y se recordaron para siempre.

Así fue como me enamoré perdidamente de Henri. Él es mi gran amor platónico. Siento que lo conocí, siento su cara y sus ojos. Siento esta historia como propia, porque no puedo dejar de observar aunque ya no esté ahí, ese cuadro y esa mirada.

Quiero ser Lucy, se que fui ella. Porque cada centímetro de mi cuerpo se enfrió ese martes a la tarde en que vi esa obra y me perdí. Muchas noches sueño con ese cuadro, y sus colores. Escucho la música del Mouling Rouge y el perfume de Henri. El sonido de las mesas y sillas corriéndose, las carcajadas de la multitud, pero de repente todo se convierte en un tímido silencio y solo esta él. Mirándome y dibujándome. Todo calmo, todo quieto. Todo es Henri y su arte.

Todo es arte.


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