/Café Isaac Estrella: Mientras ellas hablan

Café Isaac Estrella: Mientras ellas hablan

Estoy en “Isaac Estrella” con un grupo de mujeres. Todavía me pregunto por qué acepté venir. Es que a veces suelo ser masoquista. Hacía tiempo que no las veía. Siguen tan insustanciales como siempre. Como si sus espíritus hubiesen anclado.  Sus almas siguen inmóviles en el mismo lugar.

Ellas hablan y hablan y no dicen nada.

— ¡Qué lindas están tus botas!

— Las conseguí en un dos por uno. Con la compra de las botas elegías una cartera.

— La tarta de choclo es más rica si batís las claras a punto nieve.

— A Santiaguito se le cayó su primer diente.

— En Chacras hay un lugar re lindo para festejar los cumples de los chicos.

Y yo a estas instancias tengo que tomar dos vasos de cerveza si quiero acompañar sus risas.

Hablan y hablan y espero a que digan algo. Yo no hablo, ya ni siquiera las escucho. Y para justificar el haber tenido que quitarme el pijama y lanzarme a la nada misma, observo a mí alrededor.

Dos mesas más allá hay una pareja. No se hablan, ni se miran. No parecen disgustados, sino indiferentes.

Otros que están tan solos como yo, que hubiera preferido quedarme en mi casa conmigo misma así no me sentía tan sola.

Me gusta la ambientación del lugar. Una guarda en las paredes que simula negativos, le rinde homenaje a los grandes íconos del rock: Jimi Hendrix, Jim Morrison, ACDC, Red Hot, los Guns and, … hasta el eterno Cerati. Un tipo, al que todos llaman “Tulio” parece ser el dueño. Es viejo.

Al lado de la pareja que no se habla hay tres mujeres. Una de ellas es linda: morocha, de pelo largo, delgada, muy femenina. No me gustan las mujeres, aunque si es sólo por vivir la experiencia, lo haría con una de su estilo. Me entretuve con la idea, hasta que ella se puso de pie y se dirigió a los baños.

Ellas hablan y hablan y siento que me vacían.

Y en eso de seguir con el intento de encontrarle sentido a la noche, mis ojos tropiezan con los suyos. Me estaba mirando. ¿Desde cuándo que lo hacía? Siempre que un hombre me mira, siento un extraño nerviosismo. Comienzo a tocarme el pelo, me lo llevo de un lado a otro, me toco la nuca, me muerdo los padrastros, cruzo y descruzo las piernas, me remuevo en la silla y a estas alturas él no sólo me mira, también sonríe. No lo culpo, le he brindado un show estrafalario. Le sostuve la mirada y me ha dicho mucho más en cinco segundos, que ellas en lo que va de la noche. Es atractivo. Se parece a Ivo Cutzarida, pero me recuerda a él, que me he prometido no mencionar su nombre.

Ya van cuatro meses y lo estoy logrando.  Pero sus dos sílabas me punzan en la sien.  ¡Cómo me gusta Ivo! ¡Y cómo me gusta el que no debo mencionar! Y ya no sé qué duele más. Si recordarlo o tener que escucharlas a ellas.

Decido entonces estupidizarme con sus diálogos. La misma que siempre regatea la propina a los mozos, se queja de que no le alcanza la plata porque está ahorrando para irse de vacaciones a Venecia.

No. Por dignidad propia, a pesar del dolor, prefiero mirar a Ivo, digo… al hombre que se parece a Ivo…

Pero que me recuerda a él.