/Yo salí con una mina poseída (última parte)

Yo salí con una mina poseída (última parte)

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El Exú se le acerco a la cara, frente a frente, como cuando desafías a alguien a pelear.

– Te repito que podemos terminar esto rápido sin ningún tipo de sufrimiento. Ese cuerpo no te pertenece, no es tuyo. Yo tengo un mejor lugar para vos. Te puedo llevar a tu lugar apropiado, a donde perteneces, o con mi reino, con los espíritus que yo muevo. ¿Qué quieres hacer? decidas lo que decidas, el resultado va a terminar siendo el mismo…

Lorena babeaba. Yo sentía un extraño sentimiento. Sentía mucho miedo, sentía mucha desconfianza de que Lorena, o su cuerpo, realmente no pueda soportar esto. Sentía rabia, por ese espíritu extraño que se había adueñado de aquella mina. Sentía orgullo, porque sabía que la había llevado al mejor lugar donde podía recibir ayuda. Sentía pena, por el hijo de ella, que estaba en la pieza. Cuando vi que mi vieja se había parado para ir a buscar otra vela a la heladera de la cocina aproveche que no me necesitaban y me asome a la pieza.

El nene aún estaba mirando la tele, me vio asomarme y en ese preciso momento se escuchó un nuevo alarido de dolor, seguido de una carcajada, escalofriante y diabólica. El pibe lo escucho.

– ¿Mi mamá donde esta? – me pregunto con una voz de congoja que nunca le había escuchado.

Se me estrujo el corazón, quise llorar. No podía llevarlo con su madre, porque ella no estaba. Vi pasar a mi vieja atrás mío, le dije que me iba a quedar un rato con el nene, haciéndole compañía, aunque la realidad era que me estaba escapando. Mi vieja asintió y me dijo que cualquier cosa me iba a llamar. Entre a la pieza y cerré la puerta.

Me senté junto a él, no sabía que decirle, no sabía cómo explicarle. La idea de que Lorena no podría sobrevivir, me giraba en la cabeza. Un nudo en la garganta me hacía doler cada vez que tragaba saliva.

– Tu mamá está ocupada hablando cosas de grandes con mi mamá – Le dije al fin con mucha dificultad. En un rato viene, tenes que esperarla acá.

Esa pieza era una burbuja realmente. Cada tanto se escuchaban los gritos de dolor, o fuertes risas y carcajadas, mitad demostrando la presencia de aquel intruso en el cuerpo de Lorena, y mitad por su propio dolor y sufrimiento. Pero en la habitación era todo diferente, se respiraba otro aire. Mi angustia poco a poco, como la vez anterior, se fue borrando. Me quedé unos minutos de nuevo, respirando, tratando de empaparme de aquella paz, tratando de recuperar mi fe. Trate de que el nene me calmara con sus juegos infantiles, con su inocencia. Me olvide de que era insoportable. Me olvide de que no lo aguantaba. Él me necesitaba, y yo a él.

Después de algunos minutos, necesitaba saber cómo estaba Lorena. Volví a salir, y le pedí al nene que se quedara tranquilo en la pieza, que iba a ver si la madre podía venir a verlo.

Me asomé a la sala y vi a la Lorena sentada en el piso, como levantándose después de haber caído, mi vieja pasó por al lado mío de nuevo, a buscar un vaso de agua. El Exú le hablaba, tranquilo, preguntándole si estaba bien. Lorena afirmaba con la cabeza. Entre la oscuridad, levemente rota por la luz de la vela, pude verle la cara. ¡Era Lorena! realmente era ella, había vuelto. Me comencé a tranquilizar, pero me duro muy poco. Mi vieja paso de nuevo con el vaso de agua y le pregunte:

– ¿Ya está?

Recibí la peor respuesta:

– No  – Seca y contundente.

No entendí.  Sabía que era Lorena, sabía que ella estaba sentada en el piso, sabía que era ella, y que no era ese espíritu  La escena siguiente fue la que me terminó de esclarecer que era lo que estaba sucediendo:

Mi vieja le acerco el vaso de agua, Lorena bebió  confundida, knockeada, cansada. El Exú se sentó en su silla nuevamente, y automáticamente Lorena le escupió el agua en la cara. El Exú golpeo su bastón contra el suelo, y el golpe retumbó en toda la casa.

– ¡DEJA ESE CUERPO!

Lorena largo una fuerte carcajada. Definitivamente no era ella.

Mi vieja se acercó y le puso una mano en el hombro, y le comenzó a preguntar:

– ¿Qué necesitas? ¿Qué es lo que querés? ¿Que precisas para dejar a este cuerpo?

El Exú volvió a golpear su bastón contra el suelo. Lorena se retorció.

No aguante. Me volví a refugiar en la pieza. Me senté al lado del nene. Fue ahí cuando la escuche: la voz de mi vieja seguía gritando y preguntando:

– ¿Que necesitas? ¿Que necesitas?

La voz de Lorena gritó:

– ¡No puedo!

Y ahí, automáticamente, como una respuesta a ese grito desesperado desde el fondo de Lorena, escuché una nueva risa, una nueva carcajada, escalofriante, penetrante, de bruja, de aquellas brujas que se podían ver en las películas viejas: La Pombagira de mi vieja había llegado.

Ahora no solo que Lorena no era Lorena y que Jorge no era Jorge, sino que tampoco mi vieja era mi vieja. Yo no tenía nada que hacer ahí.  Preferí quedarme en la pieza, mirando los dibujos con el nene, que por momentos se impacientaba por saber sobre su madre. Preferí quedarme con él, tratar de calmarlo, mientras él me calmaba. No podía aguantar más ver una sola escena de esa batalla.

Por momentos escuchaba al Exú hablar, a la Pombagira gritar, a Lorena quejarse, a veces con su voz, a veces con voz masculina. Mi miedo, mientras, me comía la cabeza. ¿Qué iba a hacer si Lorena no aguantaba? Empecé a fantasear con la policía.  Me cree una película sin sentido. Rompí en llanto. El nene me miró y me pregunto porque estaba triste. No sabía que contestarle.

Pasaron los minutos. Varios minutos. Largos e insoportables minutos. Empecé a notar que había silencio en la sala. El nene se había dormido, así que decidí salir a ver como estaban las cosas.

No encontré a nadie en la sala. Vi la puerta del fondo abierta, y me acerque. Estaban afuera, en el fondo. En la parte de atrás de la casa, había un cuarto pequeño, que es donde se encuentra el altar de los Exus y Pombagiras. Ese altar no puede estar dentro de la casa.

Lorena estaba tirada en el piso, en el trayecto que separa la casa del altar (ruanda). El Exu se encontraba de pie, prepotente, victorioso. La Pombagira estaba agachada al lado de Lorena. Entre los dos la levantaron y la llevaron a la ruanda. Dejaron la puerta abierta, yo me quede mirando desde el umbral de la casa. Mucho no entendía.  La ruanda se iluminaba solo por las velas, y estaba a una distancia de unos diez metros. Casi no escuchaba nada, tampoco.

Finalmente, la Pombagira salió de la ruanda y se dirigió hacia la casa. Me saludo y me pidió una vela roja. Le pregunté cómo estaba todo, y me explico que ahora sí, ya se había terminado. El espíritu que Lorena tenia, lo había tenido con ella por más de once años, por lo tanto se le enamoro. Eso explica el acoso que había sufrido aquella vez en la cama. La presencia que ella había visto desprenderse de su cara, en aquella otra ocasión  había sido un “pasaje”, una manifestación corta, de algunos segundos, pero que al margen de eso, ese espíritu la acompaño en todo momento. Por eso los burlaba, les hacía creer que se había ido, cuando en realidad seguía estando. Pretendió engañarlos, mentirles. Así los hizo en cuatro oportunidades. Pero ellos conocían a esa clase de espíritus y sabían que tratan de engañar. Me explicó que ellos lograron sacarle el espíritu, y que el Exú se lo había llevado a su reino de almas.

En eso veo venir a Lorena, del brazo del Exú. Se quedaron en la puerta, y la Pombagira le pasó la vela apagada por la planta de los pies y las palmas de las manos. Tenía la mirada perdida, como no sabiendo que hacia realmente ahí.

Se acercó, me besó, y la abracé. Me pidió que le explicara qué había pasado, que no se acordaba de nada, no sabía ni donde estaba. El nene salió de la pieza, como sabiendo realmente que ahora si podía ver a su madre. Se abrazaron.

Aquel exorcismo se había prolongado por más de dos horas. Para mi fueron eternas.

Nos quedamos a dormir en la casa de mi vieja, acordando que al otro día íbamos a volver a la casa de Lorena para hacer una mudanza rápida a la casa del padre.

Al otro día Lorena tenía la cara distinta, más iluminada, con la mirada más brillosa. Estaba llena de vida. En  el trabajo le preguntaban qué era lo que le había pasado, porque realmente estaba distinta. Siempre fue secreto.

Dejamos esa casa a los pocos días: aunque las cosas se habían tranquilizado y los espíritus ya no eran tan molestos. Igualmente sentíamos que ahora la casa nos rechazaba, no nos quería.

Yo estuve unos días más, conviviendo con Lorena, el nene, y los padres. Al poco tiempo conseguí un departamento y me mude.

La relación con Lorena siguió por tres meses más, y luego, sin ninguna explicación  se cortó. Yo no sentía lo mismo, y ella tampoco.

Si hoy me pregunto que fue realmente lo que sucedió  me respondo que de alguna manera me acerque a ella para sacarla de aquel infierno en donde vivía. Ella me ayudo, sacándome de aquella mentira aburrida que vivía en la relación anterior. Yo la ayude de la manera que nunca nadie la ayudo ni la ayudará jamás.  Quizás fue el destino… aunque no creo realmente en él.

FIN

Escrito por Kumgang para la sección…

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34 charlas con Edmundo Reyes

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